El 2019 llegó con varias incógnitas de importancia trascendental. ¿Podrían Mauricio Macri, en tándem con Jair Bolsonaro, consolidarse como los líderes de la renovación conservadora en la región? ¿Eran estos los primeros años de una nueva era neoliberal? ¿Había escapatoria al abismo al que nos conducía indefectiblemente el macrismo?
Por Ignacio Marchini
La sombra del FMI que oscilaba sobre nuestras cabezas desde mediados del año pasado fue corporizándose en la política económica y social de Cambiemos. Con el triunfo clave en las legislativas de 2017, parecía el momento oportuno para acelerar en las reformas estructurales de la economía y de nuestra sociedad en su conjunto. La aspiración de “ser como Chile” se veía al alcance de la mano. Hoy en día se ve en las calles del heroico país trasandino a dónde conduce ese relato.
Nuestra soberanía había sido vulnerada, la toma de decisiones absolutamente relegada a los fondos especulativos de inversión y los poderes concentrados de la economía ponían todas las fichas a la relección de la coalición “democrática” de derecha. Pero el modelo estaba lleno de grietas desde las revueltas de diciembre de 2017, cuando el recorte a las jubilaciones dejó expuesta la verdadera cara del macrismo. Un punto que debería tener en cuenta el debutante gobierno de Alberto Fernández, cuya primera decisión fue suspender la movilidad de las jubilaciones y prometer aumentos trimestrales por decreto hasta junio del año entrante.
La debilidad del macrismo, hábilmente ocultada por los grandes operadores mediáticos, estalló en la cara de todos y todas con las PASO, cuando la victoria aplastante del peronismo despejó toda duda sobre una posible reelección de Mauricio Macri. Sumado al pésimo desempeño en las urnas de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, una de las peores gestiones de la vida política reciente se iba silbando bajito, con una derrota histórica que les negó perpetuarse 4 años más (o lo que tardara en estallar la crisis latente) en el poder. Nobleza obliga, histórica también fue la victoria de Horacio Rodríguez Larreta, triunfador en primera vuelta en las elecciones a Jefe de Gobierno del distrito más rico del país. Con la sargenta Patricia Bullrich, asoman como posibles nuevos líderes de la apabullada coalición cambiemita que deberá reestructurarse para poder hacer valer ese enorme 40% que sacaron en las elecciones de octubre.
Las resistencias al modelo neoliberal quizás no fueron del todo ponderadas con la importancia necesaria, opacadas por la brutalidad de la respuesta policial y judicial de estos 4 años que no tiene parangón en la historia reciente. Las múltiples luchas a lo largo de este año fueron, sin embargo, fragmentadas, con reclamos sectoriales que se expresaron en diversas modalidades: verdurazos de los y las trabajadoras de la tierra, movilizaciones con ollas populares de los movimientos sociales, restitución a sus puestos de trabajo de algunxs trabajadorxs de prensa, paros de un par gremios combativos, los pueblos originarios luchando por su derecho ancestral a la tierra, movilizaciones e intervenciones ecologistas. El feminismo parece haber sido el único actor político capaz de articular varios sectores en reclamos transversales, apuntando a reformas estructurales de la sociedad que tienen consecuencias tangibles, todos los días, en la vida de las mujeres y las demás identidades de género.
Las primeras decisiones en el marco del gobierno de Alberto Fernández dejan delinear los principales ejes, por lo menos en lo inmediato, sobre los que intentará avanzar la nueva gestión. La suspensión de la actualización automática de la movilidad jubilatoria y los intentos de reforma a la Ley 7722 de protección del agua (y de la vida) de los y las mendocinas ejemplificaron a la perfección dos problemas económicos que el kirchnerismo deberá afrontar para poder sortear esta crisis sin una catástrofe social: el virtual default en el que nos encontramos y la sustentación de la seguridad social, que representa cerca del 60% del gasto público. La baja de impuestos a las mineras que puedan aportar los dólares que escasean para afrontar los compromisos de una deuda ilegítima y la suspensión del cálculo de movilidad como admisión de la enorme crisis fiscal que atraviesa el país son dos decisiones políticas que pusieron en cuestionamiento al optimismo desbordante inicial que produjo la derrota del macrismo, si bien no pareciera haber mermado en gran medida la alegría popular poselectoral.
Al intento de reforma a la Ley de Agua se opusieron enormes movilizaciones populares que rechazaron un acuerdo por arriba entre el peronismo y el radicalismo en la provincia de Mendoza para beneficiar al modelo extractivista. La suspensión de los regímenes especiales tuvo corto vuelo ante el descontento generalizado de gremios, docentes e investigadorxs que lejos están de cobrar jubilaciones de privilegio, entre tantos otros y otras que quedan fuera del insípido bono de 5000 pesos.
Los famosos “100 días de gracia” no parecen ser ya una opción. Las y los perdedores del modelo neoliberal dejaron en claro que el límite ya se alcanzó y que la crisis ahora la tienen que pagar los ganadores de siempre. O las calles arderán como en el resto de Latinoamérica.