Por Jesús Reyes.
Cada vez queda más evidente: en el proceso de paz se hace necesario un cese bilateral al fuego. Un proceso de paz que se encuentra bajo operaciones militares no permite la serenidad que de un lado claman las FARC-EP. Tampoco permite la credibilidad del proceso de paz pues los medios de comunicación como RCN, Caracol, El espectador, El Tiempo, los grupos empresariales, el Ministerio de Defensa, la Procuraduría y el uribismo siguen difundiendo razones falsas, construyendo noticias o falsos positivos informativos acerca de lo que sucede en el país.
De la misma manera, el Gobierno cede, como en turnos anteriores, a las cacofonías de la guerra. Mientras tanto, son las y los campesinos, indígenas, mineros, aquellos marginados de la política nacional y que en realidad han asumido las consecuencias de la guerra, quienes ponen las victimas, el despojo de sus tierras, el desarraigo.
Sin embargo, ¿qué implicaciones tiene un cese bilateral al fuego? El cese bilateral implica que después de los avances que se han tenido en los tres puntos de la mesa de negociación de La Habana se pueda discutir con un desescalamiento del conflicto. Si bien la paz no es el silencio de los fusiles, el que dejen de alimentar muertos de partes y partes permitiría una mayor claridad acerca de los objetivos propuestos en cuanto a los acuerdos básicos, y observar cómo se pueden tocar temas más sensibles para ponerlos en la agenda nacional sin enmarcarlos dentro del sibilino alcance de los mercaderes de la guerra.
Un cese bilateral permitiría acompañar un proceso de confianza entre las partes, el cual ante el ruido de sables militares que se oponen al proceso, tanto por la acción del uribismo como por sus propios réditos, y acompasado por empresarios militares israelitas y norteamericanos, impidan nuevas masacres o genocidios como el de la Unión Patriótica, o que impidan que ante una dejación de armas sean asesinados como sucedió con Guadalupe Salcedo en 1954, líder guerrillero liberal asesinado por Rojas Pinilla y sus Generales en Cabeza de Duarte Bloom, o como sucedió con Oscar William Calvo, asesinado en medio de las negociaciones de paz con el EPL en 1985, o a Carlos Pizarro, asesinado cuando era candidato presidencial por el AD-M19 después de la firma de un proceso de paz.
Estos son casos contados de tantos que han sucedido, pero un cese bilateral en estos momentos podría fortalecer la confianza para impedir que esto vuelva a suceder, y da la confianza -lo cual no implica que esto no ocurra nuevamente- para citar el sábado 25 de abril, una célula uribista perturbaba la tranquilidad de la luchadora social Piedad Córdoba escrachándola frente a su departamento. Un cese bilateral no implica silenciar sólo los fusiles, sino también las hostilidades y los epítetos demeritorios que adjetivan al interlocutor, aquel interlocutor tan valido en el proceso de paz.
Situaciones como esta, donde la derecha pugna por la guerra, donde a la memoria se trastabilla viejos episodios de masacres, de desaparecidos, son las que hacen necesario un cese bilateral, discutir unos acuerdos no es la firma de la paz, cesar los tiros del fusil tampoco es la paz, pero puede ser un avance. Por tal motivo, el 9 de abril, a nivel nacional e internacional, se movilizó el pueblo colombiano, con una sola consigna: cese bilateral al fuego.
El pueblo busca la paz
Se hace imprescindible el acompañamiento internacional para proteger este proceso que tanto necesita hoy de la solidaridad mundial. Así como los colombianos buscamos la paz, esta paz permitiría de una u otra forma fortalecer la región, nuestra patria grande.
Como si en lo humano se perdiera la noción de lo digno y lo justo, la guerra sólo beneficia a los empresarios y accionistas de esta guerra que en Colombia impacta con pobreza, desplazamiento interno, orfandad, migración al exterior, concentración de la riqueza y ruido de sables aunado a vociferaciones de guerra. Pero, así y todo, ¡hay un pueblo que se moviliza al sabor de la paz!