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    Sin categoría

    El genocidio de Sabra y Chatila

    19 septiembre, 20127 Mins Read
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    El genocidio de Sabra y Chatila

    A 30 años, las Milicias Falangistas libanesas y el Ejército israelí atacaban los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en Beirut. Considerado como genocidio por las Naciones Unidas, la masacre dejó por lo menos 2400 muertos y ninguna condena.  

    Beirut, Líbano, 18 de septiembre de 1982. El corresponsal del diario inglés Independent, Robert Fisk, recibe la información de la ocurrencia de una masacre en un campo de refugiados palestino en las afueras de la capital libanesa. Junto con otros tres periodistas va hasta el campo de Burj al-Barajneh. No encuentran nada. En la vuelta en auto, pasan por la entrada de otro campo de refugiados, Chatila. Algo les parece raro, a empezar por un fuerte y extraño olor en el aire.

    Soldados israelís en la terraza de edificios no impiden la entrada de los periodistas. Fisk observa la ausencia de unas pequeñas casas en unas de las entrada del campo, dónde ya había hecho algunas entrevistas. Ahora son solamente escombros, sobrevolados por nubes de moscas. También nota en el piso una enorme cantidad de cartuchos de munición y de restos de bengalas atadas a pequeños paracaídas.

    “Abajo de un callejón a la derecha, no más de 50 metros de la entrada, no había una pila de cadáveres. Había más de una docena de ellos. Jóvenes cuyos brazos y piernas habían sido enroscadas unas en las otras, en la agonía de la muerte. Todos habían recibido un disparo a quemarropa a través de la mejilla, la bala desgarrando una línea de carne hasta la oreja y entrando en el cerebro. Algunos tenían vívidas cicatrices rojas o negras en el lado izquierdo de la garganta. Uno de ellos había sido castrado”, escribió Fisk, muchos años después, en su libro Pity the Nation: the abduction of Lebanon.

    Fisk afirma que al entrar en el campo, pesaban que irían encontrar evidencias de algún combate. “Pero veíamos mujeres caídas en las casas, las polleras levantadas hasta la cintura, las piernas abiertas. Niños con las gargantas cortadas, jóvenes muertos con tiros en las espaldas, alineados en un paredón de fusilamiento”.

    Año nuevo

    Ellen Siegel, una enfermera estadounidense de origen judío, era voluntaria en un hospital muy cercano a los campos de Sabra y Chatila, mantenido por la Sociedad del Creciente Rojo. “Por casi 48 horas, del 16 al 18 de septiembre, yo intenté salvar las vidas de aquellos que llegaban al hospital. Muchos tenían heridas muy graves provocadas por disparos a quemarropa”, cuenta Siegel, en una carta abierta publicada en razón de los 30 años de la masacre.

    “Yo intentaba entender el sentido de la señal de degüello que las mujeres me hacían. Vi desde la terraza del hospital las bengalas lanzadas en el aire. Ellas iluminaban áreas del campo; se escuchaban los sonido de armas automáticas tras cada iluminación”, recuerda Siegel, testigo de la Comisión Kahan, realizada por la justicia israelí entre 1982 y 1983.  

    El 18, último día de la masacre, era el primer día del año nuevo judío. Para Siegel, el año empezó con la visita, en el hospital, de  integrantes de las Milicias Falangistas (extrema derecha cristiana libanesa) que ordenaron la salida de todo el personal del hospital, alrededor de las 7 de la mañana.

    Les hicieron caminar por la calle principal del campo, donde afirman haber pasado por innúmeros cuerpos muertos, además de grupos de personas custodiadas por milicianos. Topadoras se metían entre las calles angostas, demoliendo casas y escondiendo los cuerpos con los escombros. “Una topadora con inscripciones en hebreo tapaba con tierra una larga área en la cual antes habían casas. Muchos de los milicianos usaban walkie-talkies. En determinado punto, nos pusieron en línea delante de un paredón y nos apuntaron los rifles”. Tras algunos minutos, bajaron las armas y caminaron con ellos para las afueras del campo.

    Las causas

    El Líbano, junto con Siria y Jordania fue uno de los principales destinos de los refugiados palestinos, desde la Nakba – como los palestinos llaman a la invasión israelí en 1947. Muchos prefirieron mantenerse cerca de la frontera, en la eterna expectativa de volver a sus tierras. En 1982, los campos de Sabra y Chatila, eran uno de los más poblados. Israel afirmaba que los principales líderes de la Organización por la Liberación de la Palestina (OLP) estaban escondidos en estos campos, lo que nunca se comprobó. Lo cierto es que, de hecho, muchos referentes de la resistencia palestina vivían y organizaban la resistencia desde el país vecino.  

    En junio de 1982, Israel invade el Líbano, bajo la justificación de buscar líderes de la OLP, como respuesta al intento de asesinato del embajador israelí en el Reino Unido, Shlomo Argov. Desde 1975, sin embargo, el país vivía una guerra civil que oponía facciones cristianas y musulmanas. El 23 de agosto, con apoyo israelí, la Falange Libanesa (extrema derecha cristiana) gana las elecciones y elige a Bashir Gemayel como presidente. Menos de un mes después, dos días antes del inicio de la Masacre de Sabra y Chatila, Bashir es asesinado junto a otras 26 personas.

    En ese mismo día, los primeros aviones israelís empezaron a sobrevolar Sabra y Chatila. El 15, todas las entradas y salidas del campo de refugiados estaban controladas por el ejército israelí. Muchos habitantes temían bombardeos y fueron para algunos de los abrigos existentes el Chatila. No esperaban, sin embargo, una masacre.

    “Apoyo logístico”

    Según un informe realizado por Leila Shahid – embajadora palestina en Francia desde 1993–, que vivía en Beirut en la época de la masacre, el entonces ministro de Defensa israelí Ariel Sharon y el jefe de Estado Mayor, Rafael Eitan, se reunieron con integrantes de la Falange Libanesa y declararon su apoyo logístico en el caso de un ataque a Sabra y Chatila, dónde, supuestamente, estarían los autores del atentado contra Bashir: miembros de la OLP vinculados a facciones musulmanes libanesas.

    Tal versión nunca fue comprobada. El atentando fue posteriormente vinculado a fuerzas sirias actuantes en Líbano, y otros historiadores más osados lo atribuyen al Mossad, servicio secreto israelí.

    La reunión terminó las 15h de la tarde del 16 de septiembre. Pocas horas después, llegaba la primera unidad de milicianos falangistas a Sabra y Chatila. Ni bien empezada la noche, las fuerzas israelíes dispararon bengalas iluminando los campos, una escena plasmada en la premiada película israelí Vals con Bashir, escrita y dirigida por un ex soldado israelí que actuó en la Guerra del Líbano.

    Las bengalas permitieron a los falangistas llevaran a cabo la matanza durante toda la noche. No fue suficiente. Siguió hasta las primeras horas del 18, contabilizando más de 48 horas de operación masacre y 2400 muertos, según números de la Sociedad del Creciente Rojo. Los sobrevivientes hablan de más de 3 mil. El periodista Robert Fisk afirma que fueron 1700 las víctimas.

    La masacre generó una fuerte condena internacional. En Israel, alrededor de 400 mil personas fueron a las calles pedir la renuncia de Sharon y Eitan. La mayor manifestación de todos los tiempos en el país, hasta hoy. Sharon se vio obligado a desaparecer de la escena política, hasta reaparecer el 2001, como primer ministro del país.

    La Comisión Kahan apuntó, en 1983, a los cristianos falangistas como autores materiales de la masacre y criticó la indiferencia y complicidad de algunos ministros y mandos militares, como Sharon, que no habría “cumplido con sus obligaciones”.

    Tras 30 años, nadie fue juzgado por el genocidio de Sabra y Chatila. Hoy, siguen viviendo en el campo de refugiados, alrededor de 15 mil palestinos que – como todos los otros refugiados en el país – no son reconocidos como ciudadanos libaneses y no tienen acceso a derechos básicos como trabajo y educación. Lo que se pudo reconstruir desde 1982 fue nuevamente destruido en los bombardeos israelís en Beirut en 2006. 

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