Por Marcelo Massarino. Entre el 7 y el 14 de enero de 1919 la ciudad de Buenos Aires vivió sitiada por los obreros en huelga. Para sofocar la rebelión, la represión estatal y parapolicial no tuvo límites. Un día como hoy, terminaba lo que se conoció como “La semana trágica”.
La masacre de trabajadores comenzó con el ataque a los huelguistas de los Talleres Vasena, una planta metalúrgica ubicada en el barrio de San Cristóbal, donde hoy está la plaza “Martín Fierro”. Nunca será suficiente el recuerdo de aquellos días. Es más, cada aniversario se repite la pregunta: ¿por qué sólo quedó como vestigio de aquel lugar un par de paredes en ruinas rescatadas por dos arqueólogos en 2009? Entre la suciedad y el abandono, algunos ladrillos dan testimonio del sitio donde se produjo una de las luchas más grandes del movimiento obrero argentino del siglo XX.
A finales de 1918 gobernaba el radical Hipólito Yrigoyen que había triunfado en las elecciones de 1916 mediante el sufragio directo, secreto y obligatorio que impuso la Ley Sáenz Peña. Significaba un avance de la democracia frente al orden conservador que esgrimió contra los trabajadores leyes represivas como las de Residencia y Defensa Social, orientadas en especial contra el anarquismo. Este tenía una enorme influencia en el movimiento obrero y su adversario era a la corriente sindicalista. La mayor expresión de aquella divergencia se dio en la división que tuvo la Federación Obrera Regional Argentina, FORA: la del V Congreso (que adhería al comunismo anárquico) y la del IX Congreso (de línea sindical).
Las consecuencias de la finalización de la Primera Guerra Mundial se sintieron en el Cono Sur. En la Argentina, los reclamos obreros crecieron con la crisis económica junto a la influencia de la Revolución Bolchevique que alimentaba el camino del cambio social. Para el historiador Milcíades Peña “el origen del movimiento se hallaba mucho menos en la influencia del triunfo de Lenin y Trosky en Rusia que en la miseria de los trabajadores, que ganaban noventa pesos mensuales, menos de la mitad de lo requerido por la familia obrera”. Pero en lo puntual, los trabajadores de la metalúrgica Vasena reclamaban mejores condiciones laborales, la disminución de la jornada de 11 a 8 horas y un incremento salarial. Ante la negativa patronal, estalló el conflicto que creció día tras día con enfrentamientos de los huelguistas frente a los carneros y fuerzas policiales y elementos fascistas de la burguesía. Los muertos y heridos en las filas obreras aumentaban y no guardaban ninguna proporción respecto de las bajas policiales. Es decir, no hubo enfrentamiento sino una represión planificada que incluyó al Ejército. El conflicto recrudeció con el llamamiento a la huelga general del 9 de enero, el día del sepelio de las víctimas fatales en la Chacarita. Camino al cementerio, hubo más muertos.
Los policías y militares que dispararon contra los trabajadores tuvieron la ayuda de grupos parapoliciales que, además, salieron a la caza de judíos y cualquier extranjero que adhiriera a las ideas “maximalistas”. El periodista Herman Schiller escribió en 1999: “El ensañamiento de esos sectores vinculados con el poder contra los trabajadores judíos durante la ‘Semana Trágica’ produjo en América latina el primer ‘pogrom’ (vocablo ruso de antigua data que significa matanza de judíos). Muchos lo consideraron una suerte de venganza por la acción del joven judío Simon Radowitzky diez años antes, aunque el régimen, ya en ese entonces, inmediatamente después de producirse la ejecución del coronel Falcón el 14 de noviembre de 1909, se había cobrado una buena dosis de revancha al encarcelar a más de 3000 obreros y deportar a Europa a centenares de anarquistas y socialistas.” Estos sectores estaban bendecidos por la Curia. Así lo explica Schiller: “Las acciones directas de la ‘Liga Patriótica’ también encontraron una sustentación teórico-filosófica que partía, principalmente, de los sectores más reaccionarios de la Iglesia. Monseñor Miguel de Andrea, el mismo que 36 años después se convertiría en uno de los sostenedores espirituales de la llamada ‘Revolución Libertadora’, lanzó una campaña explicando que ‘el peligro nacía del hecho de que los trabajadores y las masas populares habían dejado de creer en Dios, en la Iglesia y en el régimen’, en tanto que el obispo Bustos de Córdoba -según consta en La Nación del 25 de noviembre de 1918- produjo una pastoral acerca de la ‘Revolución social que nos amenaza’. Bustos denunciaba allí a quienes ‘enseñan el arte de insubordinar y rebelar a las masas contra el trono y el altar para dar por tierra con la civilización cristiana y ceder el puesto a la anarquía imperante’.
Milcíades Peña señala en su “Historia del pueblo argentino” que “la represión no terminó con el aplastamiento de la huelga. Dando un ejemplo de ‘noble altivez’, la policía y las bandas fascistas desencadenaron un pogrom sin cuartel, llevando el terror a los barrios judíos. El jefe de policía había ordenado: ‘Contener toda manifestación y agrupaciones excepto las patrióticas; las demás deben disolverse sin contemplaciones’”.
La modernidad y la consolidación del capitalismo que tenía su lado oscuro y más perverso en las condiciones laborales y sociales, también reaccionaba frente al avance de las ideas emancipatorias; no dudó en aplastar cualquier utopía, aunque significara un baño de sangre.
En el siglo XXI, las ideas anarquistas de negación del Estado, la autoridad y la ley perduran en el entramado de la lucha popular. Para entender de dónde vienen aquellos conceptos, Luciana Anapios explica en el “Diccionario del pensamiento alternativo” de dónde proviene la concepción libertaria: “Como doctrina ideológica, fueron las contradicciones inherentes al liberalismo –entre una organización política centrada en los principios de igualdad, libertad, fraternidad, y un sistema económico basado en la explotación la desigualdad económica y la lucha de clases- el contexto donde surge a comienzos del siglo XIX.” Anapios agrega que en América Latina “el anarquismo fue mucho más que una tendencia obrera y se constituyó en un movimiento ideológico, social y cultural. En este sentido el movimiento obrero fue el combustible que puso en marcha la difusión de ideas libertarias, pero la aspiración de representar a los desposeídos y oprimidos y la condena moral –que trascendía la crítica al sistema económico del capitalismo- favorecieron una serie de prácticas alternativas.”
La “Semana Trágica” tiene un contenido histórico y político que es necesario reivindicar; marca un camino hacia la revolución social que soñaron aquellos obreros inmigrantes y argentinos de comienzos del 1900. Casi cien años después, la memoria que está en las calles porteñas es indispensable para la concreción de una sociedad igualitaria.