Por Pablo Potenza.
Un grupo de padres se reúne para planificar cuestiones de rutina en un colegio mientras una ausencia inesperada los obliga a negociar acuerdos y desacuerdos.
La sala roja, escrita y dirigida por Victoria Hladilo, propone una mirada casi antropológica sobre los comportamientos y condiciones a los que se somete un sub-grupo social en una situación específica: padres y madres de clase media que deben asistir a reuniones en los colegios privados a los que mandan a sus hijos. Es que ciertas costumbres ya se extendieron tanto como para hacerse una cultura de la que es difícil escapar; por eso mismo, todas las discusiones de la escena giran sobre temas que el público reconoce: la obra apela a la complicidad del espectador a partir del reflejo de sus propias miserias y debilidades expuestas como un espejo frente a sus ojos. Entre risas e impotencia, surge la catarsis que alivia culpas y cierra heridas, en tanto quien mira –insisto– haya transitado las aulas de la escuela privada. Si la experiencia pasó por la escuela pública, la recepción podría ser tan diferente que, no solo no habría catarsis alguna, sino que la pérdida de referencialidad resaltaría la condición de pura ficción en detrimento de cierto costumbrismo.
Algunos padres de nenes y nenas del jardín de infantes se reúnen, entonces, a las 7:30 de la mañana para discutir hábitos y circunstancias que incumben a sus hijos en el colegio, esto es, actos, cumpleaños, entradas y salidas, regalos, talleres. En un ambiente bastante cínico se muestran personajes codificados que encarnan tipos: allí están el padre informal y simpático, la mujer independiente y divorciada que trabaja, seduce, maneja cadenas de mails y conduce grupos de WhatsApp, la madre sonriente que atiende partos caseros y es fan de la comida macrobiótica, el matrimonio tradicional entre el ejecutivo siempre pasado de trabajo y la ama de casa devenida administradora hogareña cool, la maestra desbordada que manipula tiempos y conductas entre autoritarismo y falsos elogios. Pero una presencia que no llega –la directora– desata la acción y multiplica tensiones con gran intensidad dramática, en un avance progresivo que pasa de lo cómico a lo trágico y concluye en la más abyecta resignación. Como un sainete que parece parodiar a la gran obra beckettiana, La sala roja podría también llamarse “Esperando a Renata”, porque es su demora y postergación, su ausencia, lo que produce el desborde y deja entrever la importancia de lo que está por detrás de la escena.
Las sonrisas pronto se revelan máscaras y una erupción de verdad comienza a brotar e imponerse: todos tienen secretos que ocultar, entre las confidencias personales y las oscuridades relacionadas con la institución. Sin embargo, lo que parece desembocar en un grado intenso de abyección, no solo pone en evidencia debilidades y caídas que a todos alcanza, sino que muestra hasta qué niveles lo político –entendido como lucha por el bien común o disputa por el poder, de acuerdo a estructuras de negociación que tanto buscan el consenso como pretenden la destrucción del enemigo que, a la vez, es la mayor fuerza de atracción posible– interviene y es parte cotidiana del espacio social. En esta “sala roja” la voz ausente no deja de imponer su mando, mientras un mínimo congreso no deja de votar mociones a favor y en contra, con votos sorpresa, aliados, panqueques y hasta un traidor voto “no positivo” que –sabiamente– se alude sin cita textual.
La sala roja pone el foco sobre un espacio y una situación particular a los que abarca y exprime al máximo: todos sus problemas y ventajas parecen estar aquí representados. Una obra para pensar y divertirse.
La sala roja. Teatro El camarín de las musas: Mario Bravo 960.
Dramaturgia y dirección general: Victoria Hladilo.
Actúan: Manuel Vignau, Julieta Petruchi, Victoria Marroquín, Carolina Marcovsky, Axel Joswig y Victoria Hladilo.
Funciones: viernes y sábados 21:30 hs.
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