Para quienes participamos o estuvimos pendientes de los debates que atravesaron el 34 Encuentro, todavía permanece en los cuerpos una vorágine de sensaciones. La tensión generada por el nombre que lo define fue apenas la expresión de discusiones que son mucho más profundas y que marcan un punto de inflexión para el movimiento de movimientos que es hoy el feminismo en la Argentina, en la región y en el mundo.
Por Ana Paula Marangoni / Foto: Nadia Petrizzo
Hay una premisa que circula en el saber popular encuentrero, y es que ninguna participante permanece igual después de atravesar esta experiencia. Para quienes acuden por primera vez, se trata de romper prejuicios, de descubrirse y redescubrirse en otras, de abrirse a espacios participativos donde todas y todes tenemos el mismo lugar para opinar, escuchar y participar. El Encuentro mismo es el lugar opuesto a la meritocracia, donde inevitablemente está presente, pero a la vez se rompe y cuestiona. No hay feministómetro que resista: la que va hace veinte años y la
que asiste por primera vez hacen el encuentro en la misma medida. Los talleres son abiertos y participativos: se arman con lo que aporta cada una, con lo que se genera grupalmente. En cada aula se fragua algo distinto; están los picantes, los acalorados, los tímidos, los que te hacen llorar, los que generan un intercambio de mates y palabras, de data, teléfonos y redes. Cada taller es único e irrepetible.
La cita de La Plata, ya desde los preparativos prometía ser mucho más que cualquier Encuentro. Porque después de muchos años (en 1996 tuvo sede en CABA y en 2001 en La Plata) se realizaría en la Provincia de Buenos Aires, a penas a 60 km de la Capital Federal. Pero además, coincidiría en el calendario con un año electoral, caldeado por la elección de nuevo presidente y por la continuidad o no del macrismo, y en un momento de crecimiento y masividad del feminismo.
Esto sumado al debate sobre el nombre del Encuentro, que venía replanteándose desde hace al menos dos años de forma más contundente. Las reuniones de la Comisió Organizadora (CO) expusieron aún más las diferentes posturas, pero también las estrategias para acaparar discusiones, redes sociales y sentidos del encuentro. Para sorpresa de muchas y muches, el cambio de nombre, que parecía ser una decisión unánime al finalizar la cita en Trelew, se postergaba con argumentos de democratización que tampoco tuvieron lugar durante el encuentro. Si la CO no puede decidir durante los preparativos, ¿cuál es el papel de las conclusiones? ¿Cada año se hace borrón y cuenta nueva? Y si no se podía decidir en esa instancia, ¿por qué persistirían en nombrar al encuentro Nacional y de Mujeres también durante el cierre, después de que se cuestionara a través de múltiples expresiones?
Para despejar dudas, algunas integrantes de la CO expusieron en diversos documentos su postura,
que es explícitamente biologicista, racista y transfóbica, sin exageraciones. En un comunicado reciente, el PCR expresó: “no es correcto que las mujeres terminemos diluidas en el cambio de nombre y perdamos la hegemonía de este Encuentro que supimos construir y masificar desde hace 34 años.” La idea de hegemonía deja en evidencia la pretensión de supremacía de una identidad sobre otras, en una argumentación que atrasa al menos un siglo.
La siguiente frase, es una demostración de la poca formación sobre identidades de quienes redactaron el comunicado: “no ayuda la confusión y la mezcla que realizan entre género, sexo y sexualidad. Meter todo en la misma bolsa, no solo genera una gran confusión, no sólo divide y no amplía, sino que además le abre la puerta a la participación de masculinidades y varones en el Encuentro”. Pretendiendo deslindar “confusiones”, incurren en otras mayores, creando un fantasma inexistente sobre la participación de varones cis, que de ninguna manera puede desprenderse de la inclusión de identidades disidentes, que ya participan y forman parte de los encuentros, aunque no sean nombradas. Tal vez se les podría recomendar que asistan a los talleres de ESI, parte de la grilla ¡oficial! de Encuentro.
Les hicimos el encuentro, ¡qué momento!
Podemos tener expectativas, pero hasta que no estamos ahí, es imposible predecir lo que va a pasar. Desde el temporal que prometía arruinarlo todo, hasta la tregua que nos permitió salir de las aulas de los talleres como de madrigueras, el subi- baja de expectativas no paró de crecer. Las calles hablan más que los debates de puertas para adentro. A lo largo de toda la ciudad, la pronunciación por la legalización del aborto fue contundente y visible. Los pañuelos verdes se desplegaron durante el pañuelazo del sábado y durante todas las jornadas. Ya es un hecho: cada una se lleva su pañuelo; está la Campaña, pero también la Campaña la hacemos todas.
Algo similar pasó con la Campaña #SomosPlurinacional, que fue apropiada por las presentes en consignas, en cantitos, pero sobre todo en la participación en eventos claves, como la Marcha contra los travesticidios, la Asamblea de Feministas del Abya Yala, y la participación de la columna Plurinacional durante la marcha del domingo. El Encuentro cumplió con la promesa de masividad. El domingo tuvo su pico más álgido en la plaza San Martín y alrededores, donde se hacía casi imposible moverse con rapidez entre charlas, sedes de talleres, actividades y los puestos de la Peatonal Feminista. Fuimos 350 mil, al menos. Tal vez 400, o 500. Lo masivo también es lo que ya no se puede contar ni medir.
¿Quién decide en el Encuentro?
Las tensiones durante las asambleas organizativas, así como todo lo sucedido durante el PluriEncuentro abren un debate detrás del debate, que consiste en preguntarnos cuáles son las herramientas de decisión que tenemos. Cuando se iniciaron los Encuentros Nacionales, las asistentes podían ser mil como mucho. Con el paso del tiempo la cantidad de asistentes se incrementó, llegando a 5 mil aproximadamente. En grupalidades medianamente reducidas, la estructura de funcionamiento era lógica y manejable. Prácticas como el aplausómetro para decidir la siguiente sede, eran medibles en esa instancia de participación.
La revitalización del feminismo en Argentina provocó una explosión en los Encuentros, que se transformaron en eventos masivos, con asistencia desde 20 mil personas en 2010 hasta 60 mil en los últimos años, y que llegó a congregar en La Plata al menos a 350 mil. Inevitablemente, y en todo sentido, cambiaron las reglas del juego. La revolución feminista arrasó año tras año con formas de pensarnos, de entendernos, de vivir nuestra identidad y sexualidad. Si algo tiene esta ola feminista es que las luchas de distintas identidades trascienden a la de la mujer. Sería imposible pensar al feminismo de hoy sin el aporte fundamental de las identidades travestis, trans, lesbianas, no binaries, entre otras. Las formas van cambiando en todo sentido, y ya nada queda en pie. La transformación de quienes se autoperciben mujeres es posible gracias a la experiencia de otras identidades que trascienden esquemas arcaicos y binarios de pensamiento. Esta revolución permanente no solo cuestiona el nombre de las identidades que construyen el Encuentro, sino que en su enfoque plurinacional pone de manifiesto también la lucha contra el esquema de privilegios hacia adentro: es de las negras, es de las originarias, es de las migrantes, es de las villeras. Rompe fronteras auto impuestas y crea alianzas entre distintas experiencias. Tiende lazos hacia una lucha que va más allá de las individualidades y que pretende crear alternativas colectivas de resistencia a este sistema, que destruye y desecha cuerpos.
En un grado mayor, toda la estructura de los tradicionales Encuentros Nacionales de Mujeres (que cumplió una gran función y forma parte de nuestra historia) llegó a su tope en su forma inicial. Las temáticas de los talleres, que crecen año a año, también expresaron la necesidad (inevitable) de debatir otras cosas; porque afortunadamente, nuestras vidas están cambiando. Emergen los talleres específicos para las pibas, las niñas y adolescentes que reclaman sus propios espacios de debate. Se discute nuestro lugar en nuevos ámbitos, como el deporte o el campo de la tecnología, entre otros. Se necesitan cada vez talleres más puntuales donde se tejen alianzas y estrategias diversas para avanzar en el reconocimiento de derechos. A medida que conquistamos lugares, se presentan nuevos desafíos o nuevos enfoques.
Lo que no cambia, inevitablemente muere. La Plata fue complejo porque estaba destinado a ser la bisagra inevitable entre lo viejo y lo nuevo. Tuvo la fuerza instintiva que obligaba a tensionar cuando desde ciertos sectores se decía que no. Y finalmente pudo ser: La Plata fue la sede del Primer Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales y No Binaries. Lo fue, no porque lo decidiera una comisión organizadora, sino porque fue el grito mayoritario de quienes asistieron. La campaña plurinacional fue adoptada por casi todas asistentes, que lo expresaron en los cantitos, en los talleres, en actos, en la masividad de la Marcha contra los Travesticidios y en la concurrencia inédita para la asamblea de feminismos del Abya Yala. No estamos solas, dijimos desde los espacios que ocupaban nuestros cuerpos. El Encuentro somos todas y todes.
Otro tópico que caracterizó este encuentro fue la cantidad de charlas y talleres que no necesitaron de una autorización o mención en la grilla. Los talleres no oficiales aportaron un aire de vitalidad a la oferta que, aunque venía creciendo, necesitaba entrar de una vez por todas al siglo XXI. Además del contenido, la mención de los talleres “Mujeres y …” ya tiene moho y huele mal. ¡A modernizarnos!
Construir formas alternativas de poder
Todo lo sucedido pone en tela de juicio quién decide y cómo lo hace. ¿Acaso depende de lo que decida cada CO local? Lo acontecido en La Plata marca un precedente acerca del lugar de la voluntad popular y el de las CO. Organizan, pero no deciden. No son dueñas del encuentro. No hay manera de que puedan apropiarse de decisiones que ya no dependen de un partido, una comisión o un grupo de fundadoras. Hay una transversalidad que rompe con lógicas arcaicas y patriarcales de poder que se reproducen hacia adentro del encuentro. Porque ser mujer o disidente no te quita lo patriarcal.
Sin embargo, no es cuestión de romantizar situaciones. Las integrantes de muchos partidos políticos deberían cuestionarse la reproducción de formas repudiables de construcción de poder, que van en contra de lo que se propone desde una micro política del feminismo. Si lo comunitario rompe con los personalismos e individualismos, si propone abandonar formas típicamente patriarcales como son la rosca permanente y las estrategias de cooptación, si lo solidario parte de la escucha y el respeto; hay sin duda más de un hecho que enciende una alarma sobre lógicas de poder que van en contra de lo que pretendemos construir.
Un ejemplo de esto es el papel lamentable de todo el arco de partidos que se metieron delante de la cabecera de la marcha, retrasándola dos horas, y obligando a muchas a cortar camino, a quedar varadas en una espera interminable o a buscar bifurcaciones alternativas para poder avanzar mínimamente. La participación de varones cis en las columnas de algunos partidos también representa una alarma sobre un consenso ganado sobre los encuentros: no participan de talleres ni de la marcha; se trata de un espacio único que tenemos en todo el año, al que se llega desde distintas provincias del país y desde otros países, para debatir problemáticas nuestras. No cuesta entender su presencia: irrita ver que no renuncien al privilegio de estar y ser protagonistas incluso de nuestra lucha, aun cuando les pedimos que no estén y que respeten ese espacio nuestro, aun cuando su presencia los convierte en el ejemplo más claro del machirulo.
Otro de los síntomas de alarma fue la agresión a travestis, trans y originarias que intentaron acercarse al escenario durante el cierre del aclamado pluri encuentro. La demora en reconocer que el encuentro ya por unanimidad había cambiado su nombre, se vio agravada por las reacciones violentas hacia referentes de Argentina y otros países, que sufrieron en carne propia el racismo y biologicismo en el mismo seno del encuentro.
Todo esto nos conduce a pensar que estamos atravesando una transición de cambio, y que todavía quedan muchos desafíos por delante. El feminismo avanza como una fuerza rizomática que cuestiona toda concentración de poder y privilegios, por dentro y por fuera. El aparateo seguirá existiendo, porque los Encuentros Plurinacionales son, por su importancia y masividad, espacios neurálgicos de poder. En todo caso, la experiencia de La Plata nos demuestra que hay herramientas de construcción de poder alternativas, y que la voluntad popular es más fuerte que un ejército de rosqueras.
Porque nos hermanamos y es el sentir de muchas y muches; porque nos duele que el nombre invisibilice a las más vulneradas y despojadas de este sistema; porque el feminismo es la fuerza que nos une, pero a su vez hay muchas formas de serlo; y porque queremos que se enfrente a las injusticias de este sistema y se solidarice con otras luchas: abrazamos con felicidad el nacimiento de un nuevo nombre.
Mientras reflexionamos y ordenamos de a poco todo lo vivido, nos preguntamos: ¿cómo será San Luis? ¿Qué nuevas preguntas y desafíos nos traerá? Nos deparará, seguramente, la necesidad de reclamar nuestra agenda ante un nuevo gobierno, el desafío de seguir trascendiendo bajadas de línea y transversalizar nuestras luchas, y la demanda inevitable y urgente por la legalización del aborto. Tenemos un año entero para transitar y seguir transformándonos. ¡La revolución no para!