A 40 años de la muerte de Franco Basaglia, el reconocido psiquiatra italiano que militó en contra de las condiciones deplorables e inhumanas de los manicomios, compartimos un extracto de La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio (editorial Topía), que reúne conferencias pronunciadas por él en Brasil en 1979.
Por Franco Basaglia | Fotos de Darío Cavacini
Cuando, en 1971, empezamos a trabajar en Trieste, continuamos la experiencia de Gorizia, pero con el proyecto de eliminar el manicomio y sustituirlo por una organización mucho más ágil, para poder afrontar la enfermedad allí donde tenía origen. Empezamos con un manicomio que tenía 1200 personas y hoy, luego de ocho años de trabajo, no quedó casi nadie en esa estructura. Esas personas procuraron reinsertarse socialmente, con nosotros, con la sociedad, con la comunidad.
En los edificios donde estaba el hospital viven hoy doscientas personas, que no son necesariamente los enfermos más retrasados y crónicos. Son personas que no han encontrado mejor colocación en la ciudad. Les hemos dado a las personas todas las dependencias que se encontraban en el interior del hospital: los departamentos del director, del administrador, del cura, están todos habitados por ex internos. Son cuatro áreas prácticamente autogestionadas. Luego hay personas que se han organizado en pequeños grupos de cinco o seis personas para alquilar un departamento y vivir juntos.
El problema principal es el enfermo agudo, porque el enfermo crónico termina siempre encontrando un lugar donde vivir. Queda siempre el problema de cómo afrontar una crisis aguda sin internación. Sabemos que las personas que están en el manicomio cinco, diez, quince años, nos son más enfermos de la enfermedad, son enfermos de institución. Entonces si logramos crear una situación de reciprocidad en el trabajo de cambio de la institución, cambia la lógica del internado.
El enfermo agudo representa un problema mayor. En la crisis aguda ¿Qué se debe hacer? Hasta ahora se han desarrollado técnicas de intervención que son sustancialmente técnicas represivas. Pero si queremos afrontar el problema del enfermo agudo sin internación, debemos destruir el lugar de internación, porque si tenemos la posibilidad de internar a un paciente, terminaremos por internar a muchos. Nosotros debemos encontrar el sistema para que esto no suceda y este sistema se obtiene involucrando en el problema al mayor número de personas posible.
Lee el capítulo anterior:
La revolución Basagliana. Capítulo I: Gorizia
En Trieste tenemos seis centros de salud mental. Cada uno cubre un área de aproximadamente cincuenta mil habitantes, y cada uno tiene un equipo de emergencia. Una organización como ésta puede o no ser policiaca: depende del contacto que establece con la comunidad, depende del control, de la verificación que la comunidad ejercita sobre esta estructura.
Existe en cada barrio un comité elegido por la población, y nosotros queremos que este comité se lo involucre en la gestión del centro de salud. Este es el tipo de control y verificación que nosotros queremos. La policía no tiene este tipo de control popular, y también para nosotros sería muy fácil evitarlo y transformarnos en policías.
En esta fase, junto al problema de la gestión práctica de la institución, teníamos la preocupación teórica (no éramos para nada pragmáticos empiristas, cosa de la cual muchos nos acusaban). El problema era que en la medida que rechazábamos la ciencia, debíamos proponer otra cosa. Estábamos convencidos de que la ciencia para cual habíamos sido formados, no era capaz de producir nada de lo nuevo, era simplemente un perro que se muerde la cola.
La ciencia es un problema de la clase dominante y cuando la ciencia produce un cambio, esto sucede en el interior de la clase dominante. Por eso pensamos que no era posible encontrar una nueva ciencia con los viejos códigos. Para nosotros, el problema era transformar la ciencia en una nueva ciencia, era encontrar un nuevo código que sólo se podía encontrar a través de nuevas respuestas a la otra clase, la clase oprimida, el proletariado y el subproletariado, que eran los que estaban en el manicomio.
La cosa no era nada fácil porque el oprimido no tiene voz, y encontrar el código de la no-voz es muy difícil. Pero el pueblo tiene sus organizaciones y el problema era saber con quién podíamos aliarnos para encontrar esta nueva voz. Seguramente no con la ciencia tradicional. Con seguridad con las organizaciones sociales en cuanto referentes prácticos.
Descubrimos que nuestro trabajo no se podía limitar a la relación con los enfermos y con la locura, sino que debíamos trabajar, sobre todo, con la población. El pueblo en general, y en particular sus organizaciones, debían tomar las riendas de nuestra lucha, porque de otra manera sería cientificada y volvería el nivel precedente, es decir se transformaría en una nueva ideología científica, nuevamente una ideología burguesa.
La historia de la psiquiatría sigue siendo la historia de los psiquiatras y no del pueblo que sufre, permanece como la historia de diversas visiones científicas que de todas maneras han producido sólo nuevas formas de control social. Nuestra tendencia fue poner la asistencia psiquiátrica en relación con las organizaciones políticas que requieren la emancipación del pueblo.
De esta manera hemos obtenido éxitos porque, luego de haber desmantelado el manicomio en algunos lugares, en colaboración con la población, los sindicatos y los partidos políticos, fue llevado al parlamento una propuesta de ley que modificaba la vieja ley represiva y violenta sobre la enfermedad mental. Hoy, en Italia hay una ley [1] realmente de avanzada que abolió el concepto de peligrosidad y lo ha sustituido por otro concepto: las organizaciones médicas y sociales tienen el deber de responder a las necesidades reales de la gente. Es obvio que un esquizofrénico es un esquizofrénico, pero sobre todo es un hombre que necesita afecto, dinero, trabajo; es un ser humano total, y nosotros debemos dar una respuesta no a su esquizofrenia, sino a su ser social y político.
[1] La ley N°180 (también conocida como Ley Basaglia) fue sancionada en Italia en 1979 y permitió el cierre del manicomio de Trieste y su posterior sustitución por los dispositivos territoriales mencionados.