Por Ariel Hendler. En la madrugada del 16 de junio de 1962, justo hace medio siglo, se llevó a cabo la primera acción de lucha armada “urbana” enla Argentina: el robo de las armas del Instituto Geográfico Militar (IGM), en el barrio de Palermo.
Fue llevada a cabo por una “Organización” secreta y anónima, fundada por ex militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Praxis que conducía el intelectual Silvio Frondizi. Eran unos 20 o 30 en total, casi todos de la zona sur del Gran Buenos Aires, leían ávidamente a Lenin y no les interesaba casi nadala Revolución Cubanacon sus selvas y sus barbas.
Entrar al IGM a robar las armas era sin duda una acción temeraria y desproporcionada para los recursos con que contaban, pero se planificó en todos sus detalles durante casi un año. El plan consistía en entrar al predio trepando un muro de tres metros sobre la calle 3 de Febrero, arrastrarse hasta la armería, llevarse las armas, cargarlas en bolsos y volver a salir. Lo había concebido un año antes el líder del grupo, apodado “Villa”, mientras hacía el servicio militar en esa dependencia del Ejército, e incluso reclutó a otros dos colimbas, apodados “Salinas” y “Arregui”. Durante una guardia, uno de los tres agarró la llave de la armería, y cuando le tocó apostarse en la vereda, sobre la avenida Cabildo, se la dio a un compañero exterior; hicieron una copia adentro de un auto, con un molde de plastilina, y devolvieron el original, ya que llevarla a un cerrajero hubiese sido dejar la primera pista. Esa misma noche comprobaron que el duplicado funcionaba, y lo guardaron para utilizarlo el año siguiente. A fin de tener un relevamiento del lugar en todos sus detalles, Villa le encargó a Salinas, que era fotógrafo de sociales, tomar retratos de sus compañeros posando en cada rincón del predio.
En una muy inteligente operación de contrainteligencia, se fijó la fecha para el 16 de junio de 1962, séptimo aniversario de los bombardeos a Plaza de Mayo, para hacer creer que podía tratarse de una vendetta de sectores afines al peronismo del mismo Ejército: los “azules”. Para cuando llegó esa fecha, las fuerzas armadas habían desalojado del gobierno al presidente Arturo Frondizi para reemplazarlo por un engendro de gobierno cívico-militar encabezado por José María Guido, el titular del Senado.
Durante casi un año, los miembros dela Organizaciónse turnaban para a ir todas las noches a ver cómo era el movimiento nocturno en los alrededores del IGM. Una supuesta pareja iba algunas noches a franelear junto al paredón en el único vehículo dela Organización: el taxi de un compañero de pensión de otro de los miembros fundadores, Juan Carlos Cibelli, empleado y delegado bancario. Así consiguieron que los vecinos se acostumbraran a su presencia y a la del vehículo. Además, practicaron infinidad de veces cómo treparse a un muro de tres metros con una escalera de cuerdas con travesaños de palo de escoba, así como el recorrido que debía hacer el taxi al llevarse el botín. Por último, unas dos o tres semanas antes, Cibelli fue como cualquier hijo de vecino a comprar un mapa; sabía que iban a derivarlo a una oficina y aprovechó para darse una vuelta por adentro, haciéndose el distraído, para chequear que todo seguía igual que en las fotos.
En la madrugada del 16 de junio, pasada la una de la madrugada, llegó el taxi con la parejita adentro, y había otra pareja más en la esquina haciendo de campana. La idea era que ingresaran primero los que iban a quedarse más cerca del paredón y a lo último los que iban a llegar hasta la armería, para salir después en el orden inverso. Pero tuvieron que modificar levemente el plan porque el primero en subir, Jorge Borean, no pudo cortar los seis alambres de púa sobre la pared; entonces subió Cibelli, criado en una zona de chacras cerca de Chivilcoy, que cortó los alambres y tiró la otra mitad de la escalera para adentro.
La armería estaba en el medio del terreno: había que arrastrase unos cincuenta metros en la oscuridad. Fueron entrando de a uno. Los dos Jorges tenían que quedarse agazapados junto al paredón, del lado de adentro. Arregui, Salinas, un canillita de Constitución y “Silvia”, una militante de Temperley, se ocultaron debajo de un acoplado en medio del jardín con la misión de entrar en acción si llegaba a pasar alguien o se despertaba el único suboficial que dormía ahí cerca. Villa y Cibelli fueron hasta la armería, y no es un detalle menor que los dos hombres con más peso enla Organizaciónhayan sido los que tomaron el mayor riesgo. Llegaron, abrieron con la llave y entraron con una linterna (“era de mi suegra, se me ocurrió pedírsela a último momento”, cuenta Juan Carlos). Metieron en los bolsos todas las armas que pudieron cargar: dos ametralladoras Halcón, tres PAM y cuarenta y cuatro pistolas Colt 45, más lo que pudieron llevarse de munición. Tardaron un cuarto de hora en hacerlo y salieron con cuatro bolsos cruzados sobre los hombros cada uno. Antes de irse, dejaron caer la pista falsa: un boleto de tren picado en la estación José C. Paz, donde había un barrio de viviendas de militares mayoritariamente “azules”.
La retirada seguía el orden inverso al de llegada: primero los dos que portaban el botín; después los tres del acoplado y por último los dos del paredón. Volvieron a subir y bajar por la escalera de cuerdas. Y se fueron. Cargaron los bolsos en el taxi, que arrancó con Gaona al volante, y que se alejó siguiendo el recorrido ensayado decenas de veces. Ya sabían por qué puntos tenía que pasar, y en cada uno de ellos había apostado algún colaborador con la tarea de llamar por teléfono a Julia, la novia de Villa, para confirmar que había pasado. Una hora más tarde descargaron los bolsos en la casa de Cibelli, cerca de Marinos del Fournier, un apeadero del ferrocarril entre Villa Lugano y Tapiales que ni siquiera llegaba a ser una estación. Pérez, que hacía la colimba enla Policía Federaly participó de la acción con el uniforme, se quedó dando vueltas varias horas por ahí hasta entrar en servicio.
La acción se había llevado a cabo con todo éxito, en forma científica e incruenta, y permaneció oculto para la opinión pública; en buena medida porque las autoridades militares decidieron silenciarlo. Un solo diario, Clarín, publicó el lunes 18 de junio una información muy breve, dentro de un suelto que llevaba el titulo genérico “Esto también pasó el fin de semana”, en el que apenas se consignaba el robo y la ausencia total de indicios sobre sus responsables. Esto permitió mantener la consigna de invisibilidad que regía ala Organización, así como la inexistencia de todo registro escrito sobre ella. Así que durante casi medio siglo el atraco al IGM existió sólo en el registro de la memoria oral, como un mito. Ocurrió un año, dos meses y trece días antes que el asalto al furgón pagador del Policlínico Bancario por el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, el 29 de agosto de 1963, que suele ser presentado por los historiadores y estadígrafos como el primer episodio de la “guerrilla urbana” enla Argentina. Obviamente, ignoran este. Varios años más tarde,la Organizaciónsumó militantes, experimentó un recambio generacional y se convirtió en las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL).