Por Darío Cavacini / Foto: Santiago Amado
En los últimos días, los medios masivos de comunicación, ávidos de morbo y amarillismo, se hicieron eco de una noticia que desempolvó las viejas costumbres y estigmas asociados a las personas con padecimiento mental. En ella se describía la situación de un hombre que había convivido en su casa con los cadáveres de sus padres durante más de un año.
La noticia tuvo mayor repercusión cuando comenzaron a nombrar al hombre como un esquizofrénico quien, guiado por sus delirios paranoides y sus ideas morbosas, había tomado esa decisión. Rápidamente fue catalogado por los medios como peligroso para sí mismo y para terceros, y sentenciado a engrosar la lista de los silenciados en neuropsiquiátricos argentinos.
El diario La Nación tituló: “El hombre que convivió un año con sus padres muertos tiene delirio paranoide”; por su parte, Clarín dijo: “El hombre, por su enfermedad psiquiátrica, nunca le avisó a nadie que sus padres habían muerto”; Los Andes expresó: “Descubren que un esquizofrénico vivía con sus padres muertos”; mientras que el portal de TN Noticias remarcó: “El hombre es esquizofrénico y convivía con sus padres muertos desde julio del año pasado”.
Lo detallamos porque resulta llamativo (y no tanto) ver como los medios de comunicación denominaron a esta persona y catalogaron a su problemática como el motivo principal de lo vivido, encontrando el justificativo ideal y cerrando toda posibilidad de realizar un análisis más exhaustivo o al menos preguntarse sobre ello. El diagnóstico es un ser mítico que acecha a quien lo padece para transformarse en causa y efecto de cualquier hecho.
Como éstos podríamos encontrar numerosos ejemplos acerca del tratamiento que los medios de comunicación le dan a una noticia vinculada a una persona con padecimiento mental. La adjudicación de culpabilidad por el solo hecho de haber sido nombrado con un diagnóstico psiquiátrico obtura toda posibilidad de pensar la complejidad de la situación, los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión (o la imposibilidad de hacer algo diferente) y dejan de lado la multiplicidad de factores que este tipo de hechos tienen para centrarse en un solo foco de análisis: Es esquizofrénico.
Esta asignación totalitaria en la cual la enfermedad es responsable por cualquier tipo de situación que podría llegar a estar relacionada con quien la sufre no hace más que reforzar el estigma social del cual son víctimas quienes han sido etiquetados con un padecimiento mental. Según esta idea, una persona con estas características es solamente un enfermo mental y todos sus sentimientos y conductas (peligrosas siempre) están asociadas a ello.
Cabe preguntarse entonces si una categoría nosográfica es la única forma de aproximación para comprender esta situación, desconociendo que detrás de ella se encuentra una persona cuya realidad social, histórica, familiar y económica no se encuentra descripta en ningún manual y queda totalmente invisibilizada y anulada. ¿Un diagnóstico psiquiátrico no es acaso un rótulo deshistorizante en el que se invalidan los porque y para que de las conductas y sentimientos?
Deconstruir nuestras propias ignorancias
En 2013, la Dirección Nacional de Salud Mental (dependiente del Ministerio de salud de la Nación) formuló el cuadernillo de comunicación saludable: Recomendaciones para el tratamiento de temas de salud mental en los medios. El material tenía como finalidad contribuir al efectivo derecho a la salud mental, promoviendo el uso correcto del lenguaje con denominaciones acorde al modelo comunitario y de inclusión social, evitando la perpetuación de estigmas y discriminación a través de las palabras.
En el mismo se remarcaba que, a pesar de los avances científicos y de las reformas sociales y legislativas, el padecimiento mental seguía considerándose una marca indeleble a partir de la cual la persona era rotulada como loca y marginal. Alguien con tal etiqueta solo podía ser peligroso debido a lo imprevisible de sus conductas y pensamientos, por lo tanto, era menester encerrarlo y apartarlo de la comunidad para salvaguardar la pacífica convivencia entre cuerdos.
El objetivo de la guía era compartir información y sensibilizar a las personas que desarrollan tareas en los medios de comunicación en torno a la importancia de abordar a la salud mental desde un nuevo enfoque, poniendo de manifiesto su carácter comunitario e inclusivo. Se buscaba romper con el modelo reduccionista que sólo pone el acento en la patología y la internación, dejando de lado aspectos centrales que hacen que estas situaciones sean siempre complejas y multideterminadas.
En el cuadernillo de 40 páginas se hacía un llamado a que tanto referentes del campo de la salud mental como comunicadores (periodísticos y de ficción) debían comprometerse en el uso cotidiano a trabajar en pos de la deconstrucción del viejo relato sobre salud mental, con sus consecuentes estereotipos de los usuarios a fin de modificar esa visión, ligada a modelos de salud caducos (pero vigentes) en todo el mundo.
Algunas de las recomendaciones estaban vinculadas directamente a cómo nombrar a los usuarios, poniendo el acento en que esa situación (un diagnóstico) no hace a la totalidad de la persona, sino que es una parte (significativa o no) de su existencia. Por lo tanto, solamente es necesario mencionar al diagnóstico si es realmente importante a fin de lo que se quiera trasmitir. En caso de ser así, no referirse a la persona como “esquizofrénico” o “Bipolar” sino como “una persona con padecimiento mental”.
También se enfatizaba que en los titulares de las noticias solo se debería mencionar al diagnóstico cuando ello acarree una cuestión imprescindible para comprender lo que se está queriendo trasmitir y no como una forma de captar la atención del público. Asimismo, se pedía difundir conocimientos actuales sobre los padecimientos mentales, los tratamientos y sus pronósticos, refiriéndose a ellos con términos apropiados, dejando de lado la terminología asociada a los viejos paradigmas totalitarios y estigmatizadores como manicomio, loco o enfermo.
Hacia el final del material se encontraban una serie de recomendaciones acerca de cómo ayudar a quienes estaban atravesando esta vivencia. Se mencionaba no tener miedo a la persona con padecimiento mental; acompañarla, tanto a ella como a su familia; llamar a la persona por su nombre y no por su diagnóstico; reconocer que cualquiera puede atravesar, en algún momento de su vida, un padecimiento mental; entender que estas situaciones son problemáticas de la salud y no de la justicia; y respetar las diversas formas de expresar los sentimientos y las conductas.
Si bien todavía queda mucho camino por andar, es necesario entender que la estigmatización y la segregación solo agregan mayor sufrimiento subjetivo a quienes atraviesan estas problemáticas. Hechos como los mencionados en las primeras líneas de este artículo no hacen más que reforzar las ideas vinculadas al viejo paradigma (viejo pero vigente) basado en la peligrosidad e incapacidad de las personas con padecimiento mental, para las cuales, según este lineamiento, solo deberían existir el encierro y la marginación de todo comercio social.
Solo con un esfuerzo colectivo que convoque al entramado social en su totalidad será posible comenzar a deconstruir esas ideas tan arraigadas en el “sentido común” para vislumbrar cambios que permitan resignificar estas situaciones. Para ello, es necesario hacer foco en la versatilidad de las conductas humanas, la diversidad de sentimientos y la integración comunitaria de quienes han quedado un poco más allá de los márgenes de la “normalidad”.