Por Alberto Costa. Un género que traspasa los siglos. Desde Homero a la actualidad, ¿qué es la poesía?
La poesía, esa dama de larga tradición, con su origen en los griegos, con el glamour de sus aristas filosas escoltadas por la metáfora, su voz musical y el misterio sembrando interrogantes. Seguramente en ella, en la poesía, pensaba Borges esa tarde fría, cuando caminaba hacia Harvard en 1967 a dictar una de sus tantas conferencias.
Borges comenzó su disertación sobre literatura diciendo: “vengo con el enigma de la poesía a presentarles mis perplejidades sobre el tema, aunque no se trata de descifrar ningún enigma, se trata de la poesía y el enigma de su belleza”. Con esto el viejo maestro nos advertía de las dificultades que encerraba abordar el análisis de la poesía y el efecto de su lectura.
Recuerdo hace muchos años en la presentación de Poemas para leer en un muro, un libro de Guillermo Boido sobre aforismos editado por la desaparecida Schapire, libro de edición humilde pero no en el contenido, Boido escribe un verso mínimo “La poesía no se vende, porque no se vende”.
Esta pequeña frase implicó un concepto que siempre me acompañó y que sigue conmigo ahora y quizás nos pueda dar una explicación sobre la compleja relación entre poesía y sociedad.
El género poético ha tenido un largo camino en la historia. Haremos una breve reseña.
Como decíamos, con los griegos la palabra poesía (poiesis) esta asociada a la creación, era una manera del hacer, y se cantaba acompañada de una lira, de ahí lo de lírica, distinto de la poesía épica que canto los grandes relatos de la guerra como La Ilíada atribuida a Homero ocho siglos AC, La Odisea, primeros textos grecolatinos o La Eneida de Virgilio, epopeya mítica que glorificaba el imperio de Augusto en el siglo I AC.
Los avatares del ejercicio poético son largos y tomaron un nuevo auge en el siglo XIII con los trovadores en Francia, las noticias cantadas y musicalizadas, donde la rima juega un papel de ayuda memoria y mantiene un ritmo que se repite cada dos versos.
Ya en el siglo XX, la poesía contemporánea pierde la rima, se hacen versos libres y hasta el yo poético se diluye por momentos en el vértigo de una historia que se acelera indefinidamente.
Tampoco podemos dejar de observar que el poder en cada época y en cada sociedad tiene un mandato sobre sus subordinados: lo que valen son las respuestas categóricas, las afirmaciones tajantes, la glorificación del pragmatismo, la ideología como verdad inapelable y un cuerpo de leyes que resisten a las modificaciones democráticas.
Asistimos también hoy al imperio de la imagen, la exhibición de lo privado, las publicaciones de la vida íntima festejadas en las redes sociales y el mostrar sin pudores, historia y vida de cada uno de nosotros.
Luego de todo esto volvamos a la frase: “la poesía no se vende porque no se vende” y con esto nos enfrentamos al fin de la página en blanco y es necesario ir al corazón de la idea de poesía.
Vivimos un mundo, como decíamos, signado por la voz de mando, la imagen y el poder como fuerza disciplinadora.
Entonces, ¿qué sucede con el discurso poético? ¿Cómo opera esto de plantear dudas, resistir desde la pregunta y ofrecer un misterio que nos muestra que lo evidente no es real y lo explicito hay que buscarlo en otra forma que se juega en otra parte?
Veamos algunos ejemplos:
Byron escribe refiriéndose a una mujer: “camina en belleza como la noche”
Es una metáfora tan sólida que por momentos casi pasa desapercibida, si analizamos el sentido aparece que la mujer es igualada a la noche y la noche es una mujer bella y para disfrutar de Byron, deberíamos de ver ese juego inseparable de la relación mujer-belleza-noche.
Separar los términos para encontrar una explicación, es debilitar la poesía, ahora: “camina en belleza como la noche” nos miente con tanto talento que de pronto se nos aparece un universo desconocido y estético fuera de toda verdad convencional.
Complementando podemos recordar la frase de Picasso: “El arte es la mentira que nos ayuda a conocer la verdad”.
Veamos otro ejemplo: Shakespeare escribe “Cuando muchos inviernos ponga sitio a tu frente”.
Otra vez la poesía sucede, de qué nos habla, del paso del tiempo, de una juventud que es provisoria, de una vida hacia su inevitable final ¿o será que debemos tomar de manera literal lo de “sitio” como ejército que rodea al personaje para poner prisionero un cuerpo, una manera de pensar y por lo tanto vamos al comienzo de la desdicha? Las interpretaciones pueden ser interminables.
Como vemos, la metáfora es eso que está en el lugar de otra cosa y en tanto es así habla desde la significación y las preguntas.
Y la poesía, esa dama esquiva, se despliega rompiendo con el sentido común, con la linealidad de cualquier relato previsible, es pariente de la duda y no viene a resolver nada material en este mundo.
El recurso poético se elabora como síntesis, es lo más propio y por lo tanto lo más impropio en relación con la masificación del pensamiento.
A la igualdad ideológica pregonada desde el poder que gobierna, la poesía le responde con una presencia inquietante, dice que podemos ser improbables, contradictorios y reveladoramente distintos. El hombre es hecho por la literatura, estaba oculto y aparece, nombrado desde lo que no podía ser pensado si no es a condición del “auxilio” que nos presta la metáfora.
Esta dinamita que conlleva el ser poético, entraña el desafío de poder entendernos desde los fragmentos de nosotros mismos, fuera de la rigidez que viene con el mármol de las verdades indiscutidas.
Quien se atreva a buscar a la dama del lenguaje, comprar lo mejor de ella, encontrara la compensación y el alivio en la propuesta estética.
Es entendible que el mensaje del poder esté exento de poesía y eso arrastra, instala y ayuda a la impopularidad actual del género. Por lo tanto no se vende porque pocas personas la compran y no se vende por que su propuesta es demasiado alta en términos de cuestionamiento. Mirarnos en el espejo sin la máscara nunca fue el fuerte del ser humano. Y lo notable es que la poesía no se ahorra la máscara, en otro sentido instala la realidad de otra máscara multiplicada donde nunca encontramos la verdadera.
Tamaña propuesta para muchos no merece otra cosa que el rechazo, la desaprobación y hasta el olvido.
Pero la dama insiste y retorna de la mano de Roberto Juarroz cuando escribe: “Aunque pierda mi nombre y yo no responda ya a su llamado, volveré siempre al lugar donde tú lo pronunciabas”.
Y la realidad, es decir la belleza reparadora cae sobre nosotros, se instala como sujeto compensatorio, habla de lo indecible y acaricia el pensamiento, la poiesis tiende un puente en cuyo extremo está el encuentro, el hallazgo del hecho poético, la extenuación del habitar como ser, como individuo mirando el reflejo de su mejor movimiento, el abrazo en la tensión de la palabra con el tiempo de la vida, como si descubrir la poesía, se pareciera a la libertad.