Por Vivian Palmbaum* / Foto por Nayko Fotos
Una crónica de la Plaza de Mayo que sigue luciendo carpas y banderas en apoyo a Milagro Sala; una reflexión sobre la condena de la protesta social y el ataque contra trabajadoras y trabajadores; una mirada sobre los movimientos sociales, resistiendo ayer y hoy.
La Plaza Mayor de Buenos Aires, hoy Plaza de Mayo, es tan antigua como la ciudad misma, la fundación de Juan de Garay ya había dejado el trazado del lugar y desde el comienzo fue escenario de los acontecimientos más conmovedores de la historia que convocaron al pueblo.
Desde hace más de diez días esa plaza está ocupada por un campamento instalado por un conjunto de organizaciones como medida de repudio y con la intención de forzar alguna negociación por la liberación de Milagro Sala. Recordamos que la dirigente fue detenida en Jujuy por protestar frente a la casa de gobierno, el 16 de enero, y cuando esa causa judicial se caía, se embistió con un nuevo procesamiento por asociación ilícita que la retiene en la cárcel con la complicidad de un poder judicial que acaba de renovarse a la medida del nuevo gobernador Gerardo Morales, enemigo acérrimo de Milagro y de los sectores populares. Así, el gobierno nacional se encarga de mostrar gestos políticos que avalan las acciones del provincial contra la protesta social que encarna la dirigente social.
La detención de Milagro Sala generó amplias repercusiones en el campo popular porque en ella se reconoce la persecución y estigmatización de la protesta social. Frente a la noticia se produjeron algunas manifestaciones del campo popular. El viernes 22 de enero las organizaciones decidieron llevar adelante un plan de acción de cortes simultáneos en distintos puntos del país: 500 cortes bajo la consigna “Si nos tocan a uno nos tocan a todos”. A continuación, el miércoles 27 de enero hubo una numerosa movilización convocada por un nutrido conjunto de organizaciones sociales y políticas de un amplio arco, de la Argentina, que marcharon en la Ciudad de Buenos Aires desde el Congreso hasta Plaza de Mayo contra la criminalización de la protesta social y por la libertad de Milagro Sala. El mismo día 27 en Plaza de Mayo, casi en simultáneo, otras organizaciones populares y sindicatos junto a la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, CTEP, iniciaron un acampe para reclamar la liberación de la dirigente.
Un gobierno consecuente
Apenas asumido el gobierno de Mauricio Macri, aparecieron los primeros gestos de lo que luego empezó a repetirse en el accionar de las fuerzas de seguridad. La represión a los trabajadores despedidos de Cresta Roja y la expresión pública de los gobernantes: reprimir cualquier protesta. La actual ministra de seguridad, Patricia Bullrich, célebre por haber reducido el 13% a los haberes jubilatorios durante el gobierno de la Alianza, expresó sin ponerse colorada que ella había dado la orden de reprimir a los trabajadores, y que no le había hecho falta consultar al Presidente. Así, se escucha el enunciado de una política de gobierno que recae sobre los sectores populares.
Al mismo tiempo, se produjeron una catarata de despidos en el ámbito público bajo un argumento que esgrime razones poco comprobables que pegan mediáticamente en la conciencia de cualquier trabajador: ñoqui, o sea cobrar sin trabajar.
A los despidos de las y los trabajadores del Estado, en todos los ámbitos, se empezaron a suceder despidos en el sector privado y un nuevo enunciado: un tope para las negociaciones paritarias. Se desplegó entonces una política de ajuste sobre las variables de la economía, que empezó a producir daños sobre las clases populares en poco tiempo.
Devaluación, despidos masivos, aumentos descontrolados del precio de los alimentos, represión y judicialización de la protesta es una parte de un conjunto de acciones que parecen estar mostrando claras intenciones de disciplinamiento social. Un destino inexorable se avizora: aumento de la protesta y la conflictividad social, y una sucesión que empieza a tener intenciones de meter miedo en las clases trabajadoras.
Aún está fresco en nuestra la historia el disciplinamiento con el que se sometió a la clase trabajadora haciendo desaparecer a las y los luchadores, delegados gremiales, sindicalistas y que le abrió las puertas al neoliberalismo en la década de 1970. La continuidad de estas políticas, vía la profundización en el menemismo, aún tiende sus tentáculos hasta la actualidad.
Las organizaciones somos hijos de esa historia, con luchas y protestas en la calle como único recurso frente al despojo y al hambre que significó que el Estado favoreciera al capital financiero para desentenderse del destino de las personas.
Volvemos a la Plaza
Plaza de Mayo hoy se convirtió en un gran campamento, con fogón, guitarreada, olla popular y radios comunitarias que le dan voz a un hecho ignorado y maltratado por las complicidades mediáticas que favorecen al gobierno de los empresarios. Poblada por innumerables carpas que representaban a las organizaciones como una genuina iniciativa de manifestarse en la Plaza Mayor, a las que se fueron sumando organizaciones del oficialismo saliente que coparon todos los espacios y que acaparan los micrófonos con un discurso unificado y que parece amenazar con convertirse en la central de las plazas de autoconvocados que se van organizando en nuestra ciudad y también en otras latitudes del país.
“Ponerse la camiseta” es una expresión que surge del fútbol y que se refiere a la defensa de los colores del bando propio. Al salir del ámbito deportivo, este concepto no alteró su contenido, pues pasó a indicar que hay que entregar lo mejor de uno para defender los intereses de una empresa, de una institución o de cualquier emprendimiento conjunto. La camiseta del Milagro hoy parece estar acaparada por un discurso único que nuevamente no admite las diferencias y, por tanto, parece volver a plantear la exclusión para aquellos que vemos en la camiseta los colores de la defensa de los legítimos derechos populares y no el color de un equipo, que a esta altura parece deportivo.
El Milagro parece que no llega pero, mientras tanto, con sus matices, el pueblo organizado resiste la disputa del derecho a la protesta social, conquistado con años de lucha en las calles; tal como lo muestran un conjunto de organizaciones sociales que lejos de los favores de los poderes de turno ha hecho de la calle el escenario para visibilizar la necesidad de alcanzar los derechos a la vida digna.
*Integrante de la O.S. y P. Los Pibes