Muchas son las notas y artículos que hacen análisis sobre los impactos que el coronavirus tiene y va a tener sobre la dinámica de la economía mundial. La lógica del mundo en el que vivimos prioriza la obtención de ganancias antes que las vidas humanas, y en situaciones de emergencia como las que estamos viviendo esto queda más crudamente al descubierto. Sin embargo, poco se habla de cómo se está viviendo esto en los barrios populares de las periferias. Proponemos una lectura a partir de las voces de quienes viven en la periferia oeste de La Plata y en las villas de la ciudad de Buenos Aires.
Por Florencia Musante y María Mercedes Abugauch* / Foto Gabriela Manzo
Cuando el virus se empezó a expandir descomunalmente entre los distintos países, muchos expertos lo dijeron claramente: el nudo más grave de la cuestión tiene que ver con la imposibilidad de los sistemas de salud de atender tantas personas infectadas al mismo tiempo. Décadas de neoliberalismo dejaron a los hospitales con bajos presupuestos, con poco personal y pocos recursos. No alcanzan les médicos, les enfermeres, las máscaras ni el alcohol en gel. La inversión en ciencia y tecnología de los grandes grupos farmacéuticos y de salud está orientada hacia los sectores que generan ganancia, y no hacia la prevención de virus y epidemias, no hacia la preservación de la vida.
Dado este panorama, las medidas más eficaces que tomaron los distintos organismos y gobiernos son las del aislamiento social y la cuarentena obligatoria: evitar al máximo posible el contacto entre las personas, para que el virus no se propague tan rápidamente.
El gobierno argentino fue uno de los que actuó más rápidamente en América Latina, declarando primero la suspensión de clases, el cierre de fronteras y las licencias para mayores de 60 años, y unos días más tarde la cuarentena obligatoria en todo el país. Desde el viernes 20 de marzo, todas las personas tienen que quedarse en casa, a excepción de quienes trabajan en sectores esenciales como salud, alimentación, entre otros.
Ahora bien, las posibilidades de cumplir y efectivizar esta cuarentena obligatoria no son iguales para todes. Vivimos en una sociedad marcada por las diferencias de clase, género y raza, y las desigualdades esta vez no son la excepción. Una enorme cantidad de trabajadorxs informales, de la economía popular, agricultorxs, trabajadorxs de la construcción, trabajadorxs domésticas y comunitarias se ven enfrentades a un dilema crucial: permanecer en cuarentena implica muchas veces no poder comer. ¿Poner en riesgo la salud para salir a juntar el mango o quedarse en la casa sin saber si mañana les niñes van a tener su plato de comida?
¿Y qué sucede con aquellas mujeres que sufren violencia doméstica y no tienen otra opción que compartir la cuarentena con su agresor? Este contexto propicia un incremento de vulnerabilidad de las mujeres ya que aumenta el tiempo de convivencia y se ven limitadas las posibilidades de pedir ayuda, de salir de casa, de acudir a los espacios que pueden ofrecer contención.
El gobierno nacional puso en marcha una serie de medidas estatales para responder a estas situaciones críticas, como son el aumento de la AUH, o el bono de $10.000 para trabajadores informales. Sin embargo, hay barriadas y sectores donde el Estado no llega, donde las necesidades son aún más críticas y urgentes, y es la organización popular la que puede dar respuesta.
Son los movimientos sociales, que trabajan todos los días desde hace años en los comedores populares, las cooperativas, bachilleratos populares, casas de las mujeres y millones de instituciones levantadas a pulmón quienes conocen las situaciones, tienen articulaciones y redes en las cuales es preciso apoyarse. Un Estado que no logra articular con los mecanismos de organización popular ya existente difícilmente consiga entender y dar respuesta a las necesidades de les más golpeades por esta crisis.
Trabajo y necesidades básicas
Graciela, pequeña productora hortícola de la localidad de Abasto (La Plata) nos cuenta: “El mayor problema que tenemos es que no estamos pudiendo trabajar. Las plantineras no te entregan nada. Las semilleras tampoco. Hicimos pedido de plantines justo antes de que se declare la cuarentena, pero no están entregando más. La tierra está ahí esperando… pero no podemos trabajar”.
“Como te digo, si no podemos trabajar, no hay plata. Y el alquiler hay que pagarlo igual. Y si no trabajamos no hay comida.” Refuerza Elizabeth, vecina de Graciela. En una frase que podría ser también de un trabajador de la construcción o una trabajadora comunitaria de cualquier barrio periférico del país.
En este sentido, Rossana, vecina de la Villa 21-24 (Caba), relata: “En mi trabajo el señor para el que trabajo se había enojado. Me dijo que si o si tenía que ir el viernes; y yo le dije que no, que no iba a ir. Y me dijo ´entonces venite el sábado´, que tenía que buscar alguna excusa o cualquier cosa para ir. Y le dije que cómo voy a pasar si yo trabajo en negro, y cómo voy a hacer para pasar si hay un control y me dijo ´buscate alguna forma de llegar´. Así que le dije que no voy a ir, y bueno, de ahí no me mandó más mensajes. Seguramente estoy despedida”.
Daniel vive en Barrio Rivadavia y se gana la vida realizando arreglos en casas y en construcción. Frente a esta situación nos comparte: “Se me cortaron todas las changas que tenía. Tenía muchos proyectos de laburo. Me suspendieron todos los trabajos de pintura, plomería, arreglos de baño, cocina. Tenía toda una agenda completa programada pero ahora me suspendieron todo hasta nuevo aviso, así que me afectó un montón en eso.”
Otro problema acuciante es el desabastecimiento de comida y productos de higiene y limpieza. Elizabeth, pequeña productora (cordón hortícola platense), dice: “Los precios están por las nubes. Yo creo que aprovechan la ocasión. La carne carísima. El arroz carísimo: del precio de 10ks que estaba a $300, ahora está a $600 (mercados de Olmos). No hay casi sal, solo sal gruesa. De los precios que tenían, ponele que aumentaron el doble. Desde la cuarentena. La gente empezó a enloquecerse, a desabastecer, no dejaron nada acá en Olmos. Alcohol una botella chiquitita, está a $150. Y casi que no se consigue. Ni en las farmacias. Ni alcohol, ni alcohol en gel, ni barbijos. Jabón tampoco. Hoy conseguí 3 jaboncitos apenas. Acá en casa estamos sin lavandina.”
Jacqueline, trabajadora de una cooperativa textil de la Villa 21-24, agrega: “Por el momento cada uno come de sus alimentos, pero como mi hermana no estaba bien económicamente yo trato de ayudarla compartiendole las mercaderías que la organización nos brindó y tratando de llevarle cosas como para que no gaste sus suministros.”
En los barrios del oeste platense la cuarentena se está cumpliendo en gran medida, pero satisfacer las necesidades básicas se vuelve un desafío cotidiano. Los comedores y merenderos populares tienen sus funciones reducidas por cuestiones lógicas, lo cual agrava la situación de una gran cantidad de familias que cuentan con este soporte cotidiano.
Marina, trabajadora comunitaria en la localidad de Melchor Romero nos cuenta que hay situaciones de hambre en el barrio tanto por desabastecimiento de los mercados cercanos como por la falta de dinero para salir a comprar.
Desde el comedor donde ella trabaja están relevando las situaciones más críticas para alcanzar algunos productos básicos a les vecines y personas mayores, a pesar del riesgo que implica salir y desplazarse. Un proceso similar sucede entre los comedores comunitarios y organizaciones de la Villa 21-24, donde a pesar de la falta de insumos para atender a las familias inscriptas se las rebuscan para armar bolsones solidarios que puedan proveer a quienes necesiten y no puedan hacerlo por sus medios. En tiempos de crisis social, la solidaridad y la organización son las armas del pueblo.
Niñes y educación virtual
De acuerdo con el plan de educación a distancia propuesto a nivel nacional, todes les niñes que van a la primaria o a la secundaria están recibiendo tareas y actividades en sus casas. Mientras que esto puede ser un alivio en el entretenimiento cotidiano de las casas de clase media y una manera de intentar dar continuidad al ciclo lectivo, en otras casas se vuelve una complicación difícil de sortear: “Tengo 3 hijos (dos en edad escolar) y les están dando mucha tarea que no entienden. Me llega a mí por el celular, y se las paso por bluetooth al celular de mi hijo mayor (porque tener los dos celulares con crédito es mucho gasto). Y tiene que leer libros, mirar videos, el celular se apaga todo el tiempo, entonces es difícil”, relata Graciela (Abasto, La Plata)
En los barrios de CABA la realidad es muy similar, ya que las familias que intentan acompañar a sus hijes en las tareas manifiestan la dificultad de acceder a las consignas y tareas. En plena era de las comunicaciones, en un barrio como Barracas (donde se ubica la Villa 21-24) que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires nombró como “Distrito Tecnológico” desde el 2008, miles de familias no tienen acceso a redes de Wi-fi y les es difícil mantenerse comunicadas para acceder a las tareas. Los datos móviles se acaban, y cada vez hay menos en el bolsillo para realizar una nueva carga.
Mientras tanto, docentes también acuartelados por la pandemia hacen malabares para planificar, adaptar, crear actividades que puedan ser enviadas digitalmente, y luego explicar, corregir, responder todo lo que llega.
Queda claro que las posibilidades de sostener el trabajo y la reproducción cotidiana dentro de casa y en cuarentena son para unes pocxs, y existen una gran cantidad de barrios y trabajadorxs populares que se encuentran en una situación crítica.
Son además las tareas que recaen mayormente sobre las mujeres: tareas de cuidado, de limpieza, de reproducción cotidiana. Son las madres las que ayudan a hacer la tarea, las que no duermen pensando cómo van a garantizar el plato de comida, las que cuidan a les más ancianos. Las desigualdades de género quedan más expuestas y agudizadas.
Fuerzas y abusos
Iván, un joven de la Villa 21-24, relata: “Y no salimos ni al banco ni nada. Sólo nos quedamos sin plata, mi mamá se quedó sin plata. No salimos porque la policía te para y no sabemos dar justificación porque salir al banco no es una justificación, solo para eso.”
Frente a la pandemia que estamos atravesando comienzan a circular las noticias que los medios alternativos registran sobre situaciones de abuso y represión por parte de las fuerzas de seguridad en los barrios populares. Si bien esta no es ninguna novedad, y sabemos que la policía actúa de manera disciplinadora sobre todo con les jóvenes humildes de las barriadas, hoy esta situación puede agravarse legitimada por el contexto de emergencia. Los videos viralizados de operativos policiales en el conurbano bonaerense muestran a efectivos humillando y actuando de manera arbitraria, amedrentando a la población de los barrios populares que atraviesa el aislamiento con enormes dificultades para cubrir sus necesidades básicas de alimentación e higiene y, en muchos casos, sin otra alternativa que salir a hacer changas para poder subsistir exponiéndose a los peligros del virus.
Sabemos que muches no podrán hacer la cuarentena obligatoria, porque las condiciones en sus casas no están garantizadas. Es necesario pensar qué alternativas de cuidado construimos en los barrios, proponiendo otras formas posibles de garantizar la cuarentena a partir de las realidades concretas. Necesitamos convocar a las organizaciones a esta tarea, reconocer los saberes y las experiencias de organización barrial, articulando sus redes y referentes.
Políticas de Estado y organización popular
Las medidas estatales que puedan tomar los distintos niveles de gobierno son fundamentales, en tanto es el Estado el único que puede garantizar el alcance de políticas públicas masivas a las poblaciones más afectadas. Los aumentos, bonos, y recursos para comprar alimentos son derechos esenciales a los cuales se les está dando cauce.
Pero es necesario que se actúe junto con las organizaciones sociales. Es muy difícil que el entramado estatal logre llegar, articular políticas, responder a las necesidades realmente existentes, si no lo hace a través de la articulación de las redes y tejidos organizacionales que son las que cotidianamente elaboran estrategias colectivas y efectivas para enfrentar las problemáticas de los barrios.
El bono para trabajadorxs informales que finalmente va a gestionarse vía internet por el ANSES, había tenido previamente un intento de articulación vía organizaciones sociales. Lamentablemente quedó bajo solicitud individual, con la dificultad que esto tiene para quienes no tienen Wi-fi, acceso a internet o computadoras. Somos igualmente las organizaciones quienes relevamos los datos de les compañeres sin internet, y garantizamos que puedan inscribirse.
En la Ciudad de La Plata, el intendente municipal Julio Garro (Cambiemos) dejó por fuera del Consejo de Emergencia a las organizaciones sociales: queremos saber cómo van a llegar a los barrios más alejados, de qué manera les pequeñxs productorxs del cordón hortícola van a seguir produciendo, cómo van a abastecer de alimentos y productos de limpieza a quienes más lo necesitan. Después de mucho reclamo fueron convocadas las organizaciones sociales a una única reunión, que fue una tomada de pelo: los escasos bolsones de alimentos conseguidos serán repartidos por el poder eclesiástico.
En CABA, a pesar de ser el distrito más rico del país, la situación no es muy diferente. Nulo o poco es el diálogo que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta (también parte de Cambiemos) establece con las organizaciones y espacios comunitarios que llevamos adelante las acciones frente a estas crisis (crisis que profundiza la desidia de más de 12 años de gobierno macrista). Pese a las disposiciones y decretos nacionales en este contexto de pandemia, aún no se hizo efectiva la entrega de insumos y refuerzos de alimentos ni de higiene para los sectores que viven en condiciones de hacinamiento, por falta de ejecución de las políticas de urbanización que hace años reclamamos. ¿Cómo haremos los comedores y merenderos sin los refuerzos para dar respuesta diaria a lxs vecinxs que por no poder trabajar se acercan por un plato de comida? ¿Cómo garantizamos la higiene y condiciones de prevención en los espacios comunitarios sin elementos básicos como lavandina, jabón y alcohol en gel? ¿Cómo mantenemos las distancias preventivas si tenemos que compartir pequeñas habitaciones entre varies? ¿Cómo resguardarnos si debemos caminar los pasillos y formar filas eternas en los comedores para alimentarnos en un día a día que no termina? Hasta ahora hemos podido sobrellevar estas situaciones y cuidarnos a través de las redes y lazos comunitarios que hemos sabido construir como pueblo.
Como vemos, la Municipalidad de La Plata tanto como el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en sintonía con sus políticas de gobierno, están haciendo poco y nada para ayudar a los barrios más necesitados en este momento de crisis, y desconociendo todo el entramado organizacional y solidario ya existente.
La implementación de la Tarjeta Alimentar es un claro ejemplo a contramano. La propuesta oficial preveía en un principio que las nuevas tarjetas serían entregadas por el Correo Argentino. Tarea imposible si se tiene en cuenta que en las villas, en las quintas y en los barrios muchas veces las calles y las casas no están numeradas. Que ni las ambulancias circulan por ciertas zonas porque son calles de tierra, o son lugares bien alejados, rincones remotos a los que sólo se entra con la convicción política de que otro mundo es posible.
Luego del diálogo con las organizaciones de la Economía Popular, se decidió modificar la implementación y que la Tarjeta Alimentar sea depositada en la tarjeta de la AUH. De este modo va a llegar justamente a las familias que más lo necesitan, de un modo rápido y eficaz.
Cuando decimos que queremos ser parte de la solución, que nos convoquen, que nos consulten es porque hace años trabajamos todos los días en las barriadas populares. Porque somos quienes vivimos ahí, quienes nos organizamos ante cada crisis, ante cada gobierno anti-popular, ante cada necesidad de cualquier vecine. Que los saberes populares entren en el entramado estatal es una premisa urgente, y no funciona sólo como una linda consigna política. Puede salvar la vida de muchas personas.
*Florencia Musante y María Mercedes Abugauch son las estructuradoras y organizadoras del texto, que responde a la autoría colectiva de militantes de la Corriente Siembra.