Por Simón Klemperer
Horas antes del partido de la Selección argentina frente a Bolivia, en la Paz, una crónica del que se jugó contra Chile en el Monumental. Un penal dudoso, un encuentro con poco fútbol. La mirada de un infiltrado en cualquier tribuna, un periodista de prestado, un desapasionado de las pasiones y apasionado de la palabra.
La previa
Yo sé que si las vacas volaran habría que ir con bocha de cuidado por la calle, y sé que si mi abuela tuviera ruedas sería una silla de ruedas, y sé que los hubiera o los hubiese no tienen sentido porque no existen. Sé que las vacas no vuelan y que mi abuela no es una silla, pero… si hago el ejercicio de imaginar a Argentina sin Messi, me da la sensación de que debería jugar, como mucho, en la tercera división de Alsacia y Lorena.
Hacía días venía pensando qué escribir en esta nota y no se me ocurría nada (tantos que lo hago horas antes del partido siguiente). Más que nada porque ya lo he dicho todo. Debe ser la séptima nota que escribo sobre un Chile-Argentina y la vigesimonovena que escribo sobre Chile o Argentina por separado. Tengo clarísimo que no hay nada nuevo bajo el sol y que no quiero repetirme a mí mismo y pasar de la tragedia a la farsa. No quería repetir por trigésima vez que Chile es más que la suma de las partes y Argentina poco menos que las partes esparcidas por ahí.
Tengo el convencimiento de que, al menos, un 74% de las notas sobre un partido deben ser escritas antes del mismo. Los equipos no son lo que hacen durante esos 90 minutos, son lo que hacen para ser lo que son. Son el trabajo que hacen durante años para llegar a la idea de lo que quiere ser. A veces logran ser lo que imaginaban, otras no, pero siempre son lo que hacen para llegar a ese punto. Son lo que hacen para forjar una personalidad. Después, el partido, con sus azares y sus vicisitudes altera, poco más poco menos, esa personalidad. Sabía que el resultado del partido no alteraría ni un ápice la personalidad y el recorrido de los últimos años de ambos equipos. Y así fue.
En principio no iba a escribir nada. Insisto habitualmente con la idea de retirarme del fútbol. Sin embargo a una revista deportiva, ilusa, crédula y de forma irresponsable, se le ocurrió confiar en mí y solicitó a ese acéfalo organismo llamado AFA que nos otorgara acreditaciones para el partido. Y a la acéfala AFA, ilusa, crédula y de forma irresponsable, se le ocurrió aceptarnos la solicitud. El daño ya estaba hecho. El forastero Simón Klemperer iría al Monumental acreditado como prensa. “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”, decía Groucho acertadamente.
Le escribí a Ezequiel Fernández Moores para pedirle un favor relacionado con otra cosa, como siempre, y de paso le pregunté si iba a ir a la cancha. Acto seguido, Simón iba a ir a la cancha con uno de los capos del periodismo, de esos que escriben de deporte y no tienen el apellido “deportivo”. La nota que no sabía cómo encarar se convertía, poco a poco, en una nota cholula, más cercana al paparazzi que a la crónica, rozando el reality del “periodista por un día”.
El partido
Jueves 18.30, voy camino a estadio con Alejandro Wall al volante, el Fitipaldi de Tiempo Argentino, un poco nervioso por el embotellamiento, y el mismísimo Fernández Moores de copiloto. Y yo atrás, craneando esta nota imposible. Apenas arranca el auto me llaman a mi celular. Es de la producción del programa de radio de Bonadeo, Scher y Fernández Moores. Le paso el teléfono para que converse al aire con el inigualable Scher, que estaba en el estudio cuando debería haber estado en el auto para completar el póker. La nota estaba lejos, muy lejos aún, de su concepción.
18.57. Estamos a pocas horas del 24 de marzo, a 41 años del inicio de la dictadura militar. Fitipaldi sigue las indicaciones de la española del GPS que nos hace pasar por la puerta de la ESMA. Moores recuerda al aire las atrocidades que habían sucedido en ese lugar, a pocos metros del estadio donde Argentina salía campeona del mundo y hacia el cual nos dirigíamos. Recuerda también que, en Chile, dichas atrocidades no habían sucedido a pocos metros del Estadio Nacional sino en el mismísimo interior. La española del GPS, indiferente al partido y a la historia reciente de los países del cono sur, le indica al nervioso Wall un camino despejado para acceder a la cancha por Lugones. Fernández Moores reproduce las palabras de Ardiles cuando se preguntaba qué pasaba con los triunfos durante la dictadura, qué producían los goles en el animo del torturador que los escuchaba desde el sótano vecino. ¿La alegría por los goles aliviaba la tortura o la intensificaba?
18.58. Pienso que para ser una nota cholula se me está tornando bastante densa.
19.02. Desde otro mundo y salvando las distancias con la violencia vivida, me pregunto qué producen los triunfos en el hincha. Y pienso que los triunfos siempre, pero siempre, generan más de lo mismo, y más de lo peor de lo mismo. Que esto de las nacionalidades siempre generan en el fútbol algo que al fútbol no le compete. Y pienso en las palabras que el día anterior me había respondido Diego Latorre en una entrevista, y que me quedaron picando y repicando en el bocho, cuando decía que el compromiso de los jugadores no tiene que ver con el país, sino con el equipo. Que el fútbol se hace con equipos, no con países, pero que ya no se habla de fútbol, sino de todo lo demás.
Y pienso que patria es una inmensa entelequia que crea falsos márgenes, donde cada uno habla de la patria que se imagina, siempre diferente e incluso opuesta a las demás patrias imaginadas, y que sin embargo, cuando juega la selección, tiran todos hacia el mismo lado y cantan todos a coro, amigos y enemigos, la misma canción. Una cosa de locos.
19.07. Me pongo filosófico y visceral, recuerdo que el triunfo saca lo peor de nosotros, recuerdo las palabras de Sprejelburd cuando dice que “ganar es fascista” y quiero, repentinamente, que pierdan todos.
19.10. La ESMA queda atrás, se acerca el acceso Lugones y emerge el imponente Monumental frente a nosotros. Con la cercanía a la cancha recupero la emoción, me vuelvo a formar en la fila de las masas, vuelvo a confundirme entre la muchedumbre y a querer que gane Chile, pero no Chile el país, Chile el equipo, ese que juega a la pelota. Con el país que hagan lo que quieran.
19.21. Me bajo del auto, busco el teléfono en el bolsillo para tomarle una fotito al Monumental y no lo encuentro. Claro, Fernández Moores sigue hablando con Scher y Bonadeo, que están aburridísimos en la radio y no paran de hablar. Fernández Moores les recuerda que en los últimos 180 minutos de juego entre ambos equipos no ha habido un solo gol y que espera que hoy las cosas no se planeen como un partido de ajedrez. No imaginaba en ese momento que estábamos a 70 minutos de que le anularan un gol lícito a Chile y a 110 de que le inventaran un penal a la Argentina.
19.27. Entramos al estadio. Cada uno de los periodistas se va a su puesto y quedo ahí, sentado, admirando la inmensidad de ese estadio sin emoción.
19.34. Me siento en mi puesto y veo que los aspersores están todos prendidos y la cancha empapada. Pienso que es una indicación del sinvergüenza del “Patón” para embarrar el asunto y que a Chile, que juega por abajo, le cueste todo un poco más. Pienso también que más que “patón” es un patán. No imagino que el papelón va a ser tan grande y que su reacción después del partido será tan descarada. Ahora pienso que los fantasmas de la AFA lo van tener que rajar a la mierda y que una vez en la calle no será un “patón” sino un peatón.
20.15. Argentina sale a la cancha, la gente se pone de pie, como dice el manual de educación cívica y canta la marcha militar con el espíritu concheto del rugby. Es todo tan emocionante como en las publicidades de vino Toro. Por momento me siento como si estuviera en la tele. Solo me falta sentir la pasión que extravié en el útero materno.
Al lado mío hay un inmenso cordobés que ocupa su asiento y la mitad del mío, que parece mucho menos periodista que yo y grita sonriente, “chilenos, hijos de puta, la puta que los pario”, cosa que me parece mucho mejor que el himno que acaba de pasar y me da más ganas de que Alexis meta un gol para sonreírle amable y cordial desde el medio asiento que me deja libre.
20.30. Comienza el partido y ambos equipos juegan poco. La cancha está embarrada y los equipos se tantean.
20.35. A Chile le anulan el gol, los equipos se atacan poco. El inmenso cordobés grita “buuuurro” cada vez que un chileno toca la pelota y exclama “¡cómo juega ese culiado!” cada vez que Messi toca la pelota.
21.05. Falso penal para el local. Comienza a terminarse el partido. Imagino que Argentina con el marcador a favor tendrá un poco más de confianza y podrá jugar un poco mejor. Pienso que Chile puede achicarse frente a la situación adversa. Nada de eso sucede, sino todo lo contrario.
21.14. Argentina desaparece del partido. Tanto desaparece que no sé contra quien va a entrar Chile a jugar el segundo tiempo. Daba la impresión de que la albiceleste decidido aguantar el resultado con la extraña estrategia de hacerse invisible. Parecía una estrategia distractiva. Pasaba de un esquema defensivo a uno displicente. ¿Será que el “patán” quería hacer sufrir a Chile con su indiferencia?
21.15. Termina el primer tiempo, Chile sale de la cancha y lo que queda de Argentina también. El cordobés grita “buuuuurros”, pero ya no se sabe a quién se dirige.
Aprovecho el entretiempo para hacer pis y antes de dicho acto me doy cuenta que todos los acreditados, no menos de 300, están apretujados en un minúsculo sector acordonado donde hay algunas Cocacolas y algunos sanguchitos de miga. Es mentira que el pogo más grande del mundo es el de los Redonditos de Ricota. El pogo más grande del mundo es el que se dio ahí para ganarse un par de sanchuchitos y un vaso de coca. Yo al vaso de coca no llegué, pero sanguchitos agarré tres de un manotazo sin importar el quédirán. Una palabra con dos tildes, qué me contursi.
21.30. Comienza el segundo tiempo y sucede lo que parecía imposible: entró únicamente el equipo chileno a la cancha. El argentino nunca llegó. Beausejour anuló por completo al fantasma de Messi, Alexis hizo maravillas y tiró una pelota al palo. El inmenso cordobés seguía gritando “buuuuurro”, pero esta vez a los jugadores argentinos, y seguía diciendo “¡cómo juega ese culiado!” cada vez que Messi tocaba la pelota, o sea que lo habrá dicho como máximo dos veces.
21.55. El público corea el nombre de Mercado.
22.03. Entra Valdivia, con su tiempo interior, y demuestra que el fútbol no ha muerto.
22.06. Sucede el momento más patético del fútbol argentino desde que se inventó la televisión a color: el fantasma del “Chiquito” Romero le pedía a los alcanzapelotas y a todos los santos que por favor no devolvieran tan rápido la pelota. Un gesto comprensible si Luxemburgo juega contra Italia en el Giuseppe Meazza, no si Argentina va ganando de local. Una imagen muy elocuente y expresiva de una época de excesiva cobardía y mediocridad.
22.15. Chile, jugando contra nadie, no pudo meter un gol y el fantasma de Argentina terminó ganando el partido. Se acabó que se daba y taza taza, cada uno pa’ su casa.
22.40. Bauza declara que jugaron un partido brillante. Cagate de risa.
El final
La AFA, en franca descomposición, a la par del periodismo deportivo que se pelea por unos sanguchitos de miga, han hecho de esta selección una muestra de las peores cualidades del país. El buen fútbol, defensivo u ofensivo, fue sepultado hace casi diez años desde que fue nombrado Batista como DT y la población sigue bancando porque Messi con sus goles en el último minuto esconde sin querer la basura bajo la alfombra.
Recuerdo la pintada de un muro madrileño que decía “De Marx a menos” y tenía dibujado, de izquierda a derecha a Marx, Trotsky, Lenin y Stalin. Dicha imagen me evocó el recorrido de esta última década de entrenadores carentes de fútbol, y me la imaginé pintada en Buenos Aires, de izquierda a derecha, Batista, Maradona, Sabella y Bauza. Batista y Sabela fueron malos y aburridos pero humildes, relativamente sensatos en el torbellino de la mediocridad, los otros dos optaron por la salida más fácil, la de la prepotencia, la cara de sota, oídos sordos a las críticas, tirar la pelota hacia adelante ante cualquier dificultad y redoblar la apuesta hasta caer en desgracia. El día que Maradona le dijo a Pasman que la tenía adentro, la selección entraba al Mundial por la ventana y jugaba realmente horrible. Ante la crítica el ataque. Ahora sí que la historia se repite como farsa.
El imponente Monumental se había vuelvo impotente. Igual da igual porque memoria no hay y Messi va a meter los goles necesarios para que nos olvidemos de que somos un desastre y nos volvamos a abrazar gritando de alegría para que no se escuche de fondo el silencio que hiela los huesos.