Por Enzo Fabricio Mastropiero. Por donde se lo mire, el fútbol cada vez se aleja más de ser un deporte que apasiona a millones de almas en todo el mundo y se acerca con signos de violencia al ruin negocio que mueve millonadas. La complicidad de los beneficiados y la irracionalidad de los perjudicados.
Esta última semana, y sobre todo durante el transcurso de la fecha, se dieron una serie de hechos que resultan autodestructivos para nuestro querido ¿deporte?
El último jueves, barras del Club Atlético Huracán ingresaron al entrenamiento del primer equipo y amenazaron a cuatro jugadores de la Institución (Pozo, Velázquez, Capurro, y Leandro Díaz). El viernes por la tarde en el sur del GBA, el técnico de Quilmes, Nelson Vivas, subió a la platea una vez finalizado el encuentro ante Atlético Rafaela y golpeó a un plateísta que lo había increpado durante el partido. Por este hecho, Vivas decidió dejar su cargo. El domingo en Mendoza los jugadores de Godoy Cruz y Boca terminaron a los golpes dentro y fuera de la cancha, luego de un polémico empate. Y el hecho más lamentable se dio también el domingo, en Rosario. Cuando parecía que el clásico entre Central y Newell’s volvía con tranquilidad a la ciudad, Gabriel Aguirre, de 13 años, fue asesinado a balazos por dos personas en moto, vestidas con la camiseta de la Academia. Gastón, a pesar de que era hincha de Boca, vestía la camiseta Newell’s y se encontraba cantando cánticos “leprosos”, según contaron amigos que estaban con él, cuando la intolerancia de estas dos personas (que no pudieron ser identificadas) terminó con su vida.
Hablando estrictamente de fútbol, hay que decir que cada vez se juega peor (salvo casos aislados). Esto termina favoreciendo a que los lamentables hechos de violencia queden por encima del toque, el caño y el sombrero que tanta falta nos hace. Creer que una cosa no tiene que ver con la otra sería un error, ya que ambas situaciones son producto de la hipocresía, la impaciencia y la irracionalidad que rodean al juego, de las que todos somos responsables.
Centrando el análisis desde el verde césped hacia afuera, los primeros son los jugadores. Estos muchachos que, fenómenos o mediocres, son el centro de atención de multitudes durante (mínimo) 90 minutos. Y en esa fama efímera, aprovechan la existencia de discursos hipócritas pre-armados para llenar de ira a algunos y ganarse los aplausos de otros. En el centro de la hipocresía está la falta de autocrítica. Desde que el resultado pisa más fuerte que el juego, ya (casi) nadie apuesta a mejorar la calidad de este último. Pues todos se vuelcan a obtener el primero “como sea”. Ahí es donde todo se vuelve pobre, aburrido, mediocre. Y también peligroso, porque el “como sea” termina habilitando la trampa y la falta de códigos y generando situaciones como las vividas el domingo en Mendoza. Sin embargo, en el momento que el jugador tiene la posibilidad de sincerarse, emite su juicio hipócrita. Si perdió, fue por el árbitro o porque el “mal juego” (siempre del otro) los perjudicó; si gana, eso es lo importante, son todos fenómenos y nada más. Esto, desde ya, también aplica a los entrenadores. El cassette es común para todos. Sin embargo, sería injusto no resaltar la actitud del entrenador de Godoy Cruz, Martín Palermo, y la de Juan Román Riquelme, quienes intentaron poner paños fríos cuando todo se había desbandado. Lo mismo para Diego Pozo, arquero de Huracán, quien afirmó que las amenazas no truncarían su objetivo deportivo en el club. ¿Demagogia? El tiempo dirá.
Los árbitros, que cada vez cumplen peor su rol, pocas son las veces que reivindican públicamente su labor. Lejos de tener una actitud distinta a los jugadores, excusan sus pésimas actuaciones en presiones externas. Ah, por cierto, ninguno de estos actores actúa con intencionalidad motorizada por intereses ¡Que no se diga! Total, ¿a quién le importan las grescas que puedan derivarse de sus “errores”? Pero el sayo no les cabe sólo a ellos.
Un paso más afuera están los hinchas. Esos que atentan contra su salud en cada partido, los que tienen todas las soluciones para ganar. Pero que, al igual que los anteriores casos, también aportan su cuota de hipocresía. Que se entienda, ni antes ni ahora se pretende generalizar, pero si se está hablando de “mayorías”. Y estas mayorías son las que no reconocen el mal que hace su ansiedad por el resultado; las que no quieren ver ese traslado inconsciente que hacen, cada fin de semana, de sus frustraciones diarias en todos los que están entre el pasto y el alambrado o en la tribuna de enfrente. Poco importa ya si es por un mal pase o un foul que no fue, la reacción desmedida es la misma. Así y todo, el hincha (el verdadero) es el único que no responde a intereses, solo responde a una pasión. Pero claro está que esto no lo exime de culpa.
Y por último, en el máximo eslabón de la cadena, periodistas y dirigentes por igual. Los máximos exponentes de la hipocresía. Formadores de opinión vinculados a los intereses de los que gobiernan; cualquier similitud con la realidad social en general no es pura coincidencia. Ningún dirigente tiene relación con las barras bravas; los periodistas, tampoco. Sin embargo, estos tienen cada vez más poder dentro y fuera de las instituciones. La más clara demostración de esta situación es la prohibición de acudir a las canchas para el público visitante, como si esto fuese a reducir los hechos violencia. La situación vivida por los jugadores de Huracán o la muerte de Aguirre, sumados a los distintos hechos generados por las internas en barras de distintos clubes (como ocurrió la semana anterior en Independiente) dejan en evidencia que esta medida no es solución.
Tampoco ningún dirigente endeudó a su club ni se enriqueció a costas de éste. Los periodistas lo saben, pero no lo dicen. Esta complicidad también se expresa en lo deportivo, donde las críticas a un equipo o a un jugador parecen depender cada vez más de los intereses que se defienden que de la veracidad de lo que pasa en el campo de juego.
Al parecer, el fútbol no es más que un reflejo de cómo se vive a diario en general: con hipocresía, impaciencia y violencia. En esa vorágine, inexplicablemente con base en el hecho de tener dos camisetas distintas, es dónde suceden hechos tan lamentables como el de Gabriel Aguirre.