Por Lea Ross. La celebración del Día de la Pachamama abre nuevos interrogantes en la Argentina actual. Permitirse el debate sobre qué uso hacemos del suelo y qué políticas ambientales y financieras destinamos a la tierra en tiempos donde reina la ética del consumo y las ganancias.
El 26 de julio pasado, durante las plenarias kirchneristas desarrolladas en ciudad de Córdoba, el secretario legal y técnico Carlos Zannini declaró ante cinco mil militantes que los fondos buitres “vienen por Vaca Muerta, vienen por el agua, vienen por los alimentos que podemos producir”.
Efectivamente, dentro del discurso oficialista, el gobierno declara que los bonistas que han puesto en jaque a nuestro país tienen las firmes intenciones de apoderarse de las riquezas de los suelos de nuestro país. Algo que queda bastante evidenciado en nuestra historia y con las venas abiertas de América Latina.
El 1º de agosto pasado fue el Día de la Pachamama. Y a pesar de las acotaciones de Zannini, es posible que la problemática que padecemos financieramente sea el síntoma de hasta donde se llega con la alienación como sociedad frente a todo aquello que formamos parte. Parte de la tierra. Pues como dice el investigador Horacio Machado Araoz, somos parte de la tierra desde el punto de vista filosófico y científico. Y eso hace que el capitalismo nos convierta, muchas veces, en seres pragmáticamente contradictorios de nosotros mismos. Así como el bonista “buitre” NML Elliot pretende apoderarse de los activos de YPF y quizás por el agua, nuestra propia presidenta en 2008 había vetado la ley de protección de glaciares, principal fuente de agua dulce, bajo el servilismo de la Barrick Gold.
Por la Pacha, por el trabajo, por la tierra, ¿por las ganancias?
Más allá del ritual que se lleva a cabo, cuyo punto de mayor atracción es la Quebrada de Humahuaca, el vocablo “pacha” en sí no tendría ninguna traducción precisa con otra palabra del castellano o cualquier otro idioma. Significa tierra, pero también diminuto. Es espacio, pero también tiempo. Lo que muchas veces ciertas culturas separan, otras las unen.
En 1875, cuando estaban por cumplirse cuatro siglos de la llegada de Colón a las “indias”, Karl Marx había leído algunos párrafos de un panfleto escrito por el partido alemán obrero. La primera oración que le generó ruido fue el siguiente: “El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura, y como el trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella, el fruto íntegro del trabajo pertenece por igual derecho a todos los miembros de la sociedad”.
“El trabajo no es la fuente de toda riqueza”, sentenció el autor de El Capital. “La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre. (…) En la medida en que el hombre se sitúa de antemano como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y objetos de trabajo, y la trata como posesión suya, su trabajo se convierte en fuente de valores de uso, y, por tanto, en fuente de riqueza. Los burgueses tienen razones muy fundadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora sobrenatural; pues precisamente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se deduce que el hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, quienes se han adueñado de las condiciones materiales de trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por consiguiente, vivir, más que con su permiso”.
Según un ensayo del equipo CEDINS, titulado “Tensiones entre la reivindicación de trabajo y la defensa de los derechos de la naturaleza” –publicado en el libro Alternativas al Capitalismo del Siglo XXI de la Fundación Rosa Luxemburgo- a la Naturaleza se la comprende de dos maneras: como fuente de riqueza social y como límite inmanente de la producción de las riquezas: “Aquí encontramos una ambigüedad de difícil tratamiento, pues la Naturaleza es susceptible de ser modificada para los propósitos de los humanos, pero al mismo tiempo la Naturaleza es el límite que no puede ser rebasado en la actividad productiva. En el capitalismo, esa producción tiende a desbocarse cuando los objetos dejan de ser meras cosas útiles para convertirse en mercancías”.
Desde lo filosófico a partir del Discurso del método de René Descartes y desde lo religioso con la Génesis del Antiguo Testamento de La Biblia, el Viejo Mundo libró una política basada a “desbocarse” a partir de la conquista y la colonización de las tierras, anteriormente desconocidas para Occidente.
El capital, aquel excedente que termina en manos de los capitalistas, será el protagonista clave a partir de la Revolución Industrial en Gran Bretaña. Sin embargo, bajo la ambición de que ese excedente sea aún mayor, en el siglo XX se realizan modalidades novedosas en el proceso de la producción en las fábricas, expresadas en el fordismo y taylorismo. Estos modos, sobretodo el primero, puso de relieve el rol que juega el consumo en base a conformar un proceso de retroalimentación positiva para la industria capitalista. A la hora de generar ganancias, el capital requiere mayor explotación laboral, pero a la vez mayor promoción de consumo. Es así que se genera una mayor fetichización de la mercancía, en donde a mayor consumo, mayor precarización laboral. Esto se volvió más fuerte luego de la crisis del petróleo de 1973.
Los planes de flexibilización laboral, de la mano del toyotismo, avivó una mayor expansión a los créditos y movimientos cambiarios a la hora de conseguir mayores excedentes para los más adinerados. En América Latina, con las dictaduras mediante, la entrada de la banca financiera generó la posibilidad de estrujar las finanzas nacionales con la entrada de mayor deuda externa y así conseguir un mayor control a las respectivas naciones. “Se creó un poderoso régimen financiero basado en Wall Street y la Reserva Federal con poder de control sobre las instituciones financieras globales (tales como el FMI) capaz de hacer y deshacer muchas economías más débiles a través de la manipulación del crédito y de las prácticas de administración de la deuda”, sostiene David Harvey.
Con la crisis del capitalismo, el denominado “acumulación por posesión” -definición que recurre Harvey- se basa en una serie de requisitos basados en la superación de etapas que forja el propio sistema para mantenerse en pie y así llegar a su próximo periodo. Entre ellos se destaca la inversión en territorios inexplorados, la aceleración del ritmo global de la acumulación y la reducción de costos de las fuerzas productivas.
El empresario sojero Gustavo Grobocopatel mencionó en un artículo que fue publicado en ECOS Córdoba que “El CEO del Grupo Los Grobo es dueño de miles de hectáreas no solo de Argentina, sino también de países vecinos”. El propio Grobocopatel me envío luego un derecho a réplica al asegurar que esa afirmación era errónea y decía que “El Grupo Los Grobo no tiene propiedades de tierra. Sus activos son algunas plantas de silos y molinos harineros”. Aunque cueste creerlo, la principal empresa sojera de la Argentina no es dueña de ninguna hectárea de soja; un empresario “sin tierras”, como le gusta definirse el propio Grobo.
Su éxito en el mercado se basa en el suministro de insumos y tareas para otras empresas o propietarios de campo ligados a la actividad agrícola. Es así que a Grobocopatel se le adjudica de ser el personaje que logró trasladar la “revolución industrial” al campo argentino. La clave está en la tercerización de los insumos.
Precisamente, el intelectual trotskista Christian Rath sostiene que la tercerización, por más que se lo aparenta de ser un engendro de la crisis del ’73, en realidad nace de la mano de las primeras fábricas británicas surgidas a finales del siglo XVIII, ya que las mismas requerían la contratación de otras empresas para la obtención de insumos. Es decir: la tercerización está en el ADN del capitalismo industrial. Hoy, los trabajadores rurales, aquellos que tienen un mayor contacto con la tierra, son los más explotados por el sistema.
El campo argentino produce principalmente soja, una planta que no está ni siquiera en la dieta de los argentinos. Es decir, un campo que ni siquiera le da de comer a su propio pueblo. Para un argentino, el valor de uso de una hectárea de soja tiene el mismo valor de uso que un bono de deuda. Es decir: ninguna. Solo valor de cambio.
La mirada occidental-cartesiana-cristiana ha generado una completa alienación de nuestra propia especie hacia su propia tierra, cuyo principal impulso fue la conquista de América. Y hoy hemos llegado hasta acá. En estos momentos, Argentina tiene su disputa frente a los holdouts o fondos buitres –como si estas aves fueran más especuladoras que los seres humanos-, frente a aquellos que siempre optan por obtener un mayor excedente en detrimento del resto.
Ser parte de la tierra no es solo tomar conciencia sobre la difusa línea que divide a las especies del resto del ambiente, sino incluso de lo que se divide entre los factores bióticos y abióticos. Agua, energía, nitrógeno, fósforo, carbono y otros nutrientes fluyen segundos a segundo en cada eslabón, en cada etapa, en donde lo físico y lo químico se vuelven uno solo, como así también la materia y la energía. Como así también lo humano de aquello que no lo es.
En este panorama, en donde en términos de Zygmund Bauman se pasa de la ética de trabajo a la estética de consumo. Nuestra especie quizás sea la única que opta por depredar(se) a la pacha. La voracidad de los organismos transgénicos y sus agroquímicos, las explotaciones mineras en la cordillera, las excavaciones del fracking, la tala indiscriminada y tantos otros factores son los síntomas que padecemos bajo la ambición configurada en el valor de cambio. Un valor de cambio que incluso inventa sus propios números. Nuestro país está disputa con una deuda “ficticia” que se nos apareció de la nada. Una deuda que antes no existía. Lo único real y comprobable científicamente son nuestros actos. Actos que definen el próximo amanecer de la pacha. Y por ende, a nosotros también.