Por Lucas Gorodneff.
Se cumplen ocho años desde el asesinato de un maestro por parte de la Policía neuquina, un crimen de Estado en democracia. La exigencia de justicia sigue en pie porque la responsabilidad no empieza ni acaba en el verdugo que lo ajustició. A lo largo y ancho del país el desafío es mantener activo su legado de humildad y compromiso. La tiza y el barro, el guardapolvo y la ruta, el sindicato y el barrio se entrecruzan en memoria de Carlos Fuentealba.
La Justicia
El 4 de Abril de 2007 Carlos salía a la ruta Nº 22 en Arroyito, Neuquén para exigir un salario digno y la mejora de las condiciones materiales de las escuelas abandonadas por un gobierno provincial que sostenía los privilegios de una minoría enriquecida por la renta petrolera, mientras los márgenes del pueblo neuquino continuaban sufriendo la vulneración de derechos básicos.
Hacía tan solo dos años que había comenzado su docencia en el CPEM Nº69, ubicado en Cuenca 15 uno, barrio de tierras tomadas, techos de chapa y ausencia de un plan de vivienda digna. Cuenta Sandra Rodríguez, su compañera, que Carlos decía que no era el obrero quien tenía que ir a la escuela sino la escuela al obrero, y con ello en mente llegó al barrio. En poco tiempo fue elegido delegado de su escuela y como tal participó de la asamblea de la Asociación de Trabajadores de la Educación del Neuquén (ATEN), que decidió el corte de ruta como forma de fortalecer la huelga. Codo a codo con sus compañeros y compañeras, aquel 4 de abril Carlos fue uno más en aquella jornada en que la dignidad de los guardapolvos debió enfrentar el cinismo de la represión policial.
“El 7 de abril habrá una audiencia pública donde vamos a llamar a la impugnación del sobreseimiento de 15 policías que operaron aquel 4 de abril. En ese operativo de una brutal represión. Queremos dejar bien claro que Darío Poblete, el autor material, no actuó solo. Por eso es tan importante esta audiencia pública, así como es tan importante que este 4 de abril presionemos conjuntamente pidiendo justicia para que podamos avanzar en la causa Fuentealba II”.
La voz de Sandra Rodríguez es la de la incansable lucha por justicia completa. La causa Fuentealba II, que investiga las complicidades políticas, ha sido frenada innumerables veces por una justicia provincial que defiende a los poderosos -como el ex gobernador de la provincia de Neuquén, Jorge Omar Sobisch- y a las fuerzas de seguridad. Hasta el día de hoy la lucha no ha logrado torcer la vía de la impunidad. Este 4 de abril el acto central fue nuevamente realizado por el sindicato de base de la CTERA-ATEN. Así como hoy el sindicato Ademys y las seccionales multicolor de SUTEBA convocan a la docencia a marchar a las 18hs desde el Obelisco a la Casa de Neuquén en la Ciudad de Buenos Aires, en otros puntos del país se realizaron acciones locales de apoyo al reclamo por justicia.
La memoria como puente
Alguien dijo alguna vez que a los desaparecidos los desaparecen dos veces, una vez físicamente, y otra, desapareciendo el por qué de su desaparición. Por estos días, como consecuencia de la recuperación de la identidad docente que Carlos Fuentealba practicó en vida se retoma un legado histórico interrumpido, el de los 606 maestros y maestras asesinados/as y desaparecidos/as que construían un sindicalismo de base comprometido con el cambio social en la Argentina. Muchos luchadores y luchadoras anónimas día a día en las aulas como Carlos. Entre ellos, referentes gremiales locales que en su vocación unitaria parieron la CTERA como central nacional de los trabajadores y trabajadoras de la educación.
El 24 de marzo de 1976 a las 3 de la madrugada, la primera víctima de la dictadura militar sería un maestro. Isauro Arancibia, Secretario General del gremio tucumano ATEP, era asesinado de 120 balazos junto a su hermano Arturo en la sede del sindicato donde dormían, dispuestos a sostener hasta las últimas circunstancias sus ideas junto a sus compañeros. A Isauro lo mataron en el sindicato como a Carlos lo mataron en la ruta. La dictadura militar le tuvo miedo a un proyecto ejemplar de organización sindical. El gobierno de Neuquén le tuvo miedo a la acción ejemplar de las y los docentes poniendo el cuerpo, mostrando que las calles son el lugar por excelencia para la expresión y la conquista de derechos.
Isauro fue uno de los grandes hacedores de la unidad nacional y protagonista del Congreso fundacional de la CTERA el 11 de septiembre de 1973. La declaración de principios de la CTERA encarna un programa de avanzada para la organización docente: es la síntesis colectiva de un proyecto interrumpido. Hoy, esta declaración es un desaparecido más, que comienza a ser recuperado.
La memoria como presente
En febrero de 2014, ante la falta de vacantes en la Ciudad de Buenos Aires, docentes y vecinos de Parque Patricios se organizaban, tomaban una escuela abandonada y le exigían al gobierno que utilizara el edificio para crear un nuevo establecimiento y así garantizar el derecho incumplido a la educación de muchos niños y niñas del barrio. Fruto de la lucha hoy esa escuela está en obra y llevará el nombre de Carlos Fuentealba. Y no hay nada más justo que ello, porque Carlos encarnó en vida la misma relación entre organización, barrio y escuela que parió esta nueva institución.
Por otra parte, luego de muchos años de taras, el sindicalismo de base docente se ha encaminado en la construcción de una opción unitaria en distintos puntos del país. De allí surgen las once seccionales de SUTEBA que encabeza la Lista Multicolor o las conducciones de ATEN y ADOSAC, que han despertado nuevos procesos de organización.
Estos son simples ejemplos emblemáticos de encuentro con una identidad común que trasciende décadas y provincias. La historia se reconstruye en una búsqueda que sigue camino, que fue la de Carlos, la de Isauro y la de las y los 606 maestros asesinados/as y desaparecidos/as: que quienes son docentes discutan desde la escuela, en asambleas, sus posiciones y que éstas marquen las decisiones del sindicato, que los sindicatos se comprometan con las injusticias que viven quienes son estudiantes, los niños y las niñas del país cuerpo a cuerpo con las comunidades, que el derecho a la dignidad de la educación pública se defienda primero en las calles y luego en los escritorios, que el sindicato no sea un administrador de beneficios, sino una herramienta de expresión de las demandas y proyectos de cambio de las y los docentes.