Por Ricardo Frascara
“El lunes hubo paro general; el martes, paro cardíaco”, rezaba uno de los memes que explotan en redes y celulares después de cada partido. Sin embargo, después de que bajen las pulsaciones y la garganta se aclare, llega la mirada del cronista más experimentado en mundiales. Con goles salvadores y un futuro incierto, la Selección Argentina está en octavos.
En estos tiempos de fútbol esquematizado y reiterativo, donde casi ha desaparecido la creatividad que lucieron equipos de épocas de alta escuela y se hicieron dueños de la emoción popular maestros goleadores, un gol de hoy tiene la cotización más alta de todos los tiempos. El gol de Marcos Rojo (28) cuando faltaban cinco minutos para que la Selección Argentina quedara afuera del Mundial nos devolvió al cuerpo el alma, que ya estaba haciendo las valijas rumbo a la nada. Ese relámpago se gestó cuando apareció en el centro del área el defensor de Manchester United a punto para recibir con una volea clásica el magnífico centro de Gabriel Mercado.
“Rojo el 16”, como cantaría un croupier, sí que llegó como enviado de los dioses. Nos salvó la plata. Inolvidable para él y para los miles de argentinos presentes en la cancha de San Petersburgo, en el corazón de la Rusia de los zares. Lionel Messi había abierto la puerta para la clasificación calmando la ansiedad que nos oprimía desde la caída estrepitosa ante Croacia. Pero “La Pulga” ya nos tiene acostumbrados a esos golazos cristalinos, puros como el agua.
En esos dos momentos se estableció el mapa de la victoria. No hubo variantes en el juego complejo y sin brillo del seleccionado. Los goles, una maravilla del fútbol bien jugado, se han convertido en accidentes, apariciones repentinas. Pocas veces provienen de jugadas elaboradas. Por eso la Argentina produjo dos milagrosas explosiones en el área de Nigeria. Dos trabajos de orfebre con destino de red. Risas y lágrimas para festejarlos.
Sin embargo, después de esta resurrección y los consiguientes y anhelados festejos, debemos volver a la calma ya que ahora siguen los compromisos más riesgosos. Francia, próximo rival de la Selección, es uno de los equipos que me gustó por su juego. Aunque no es un team fuerte. Argentina tendrá posibilidades de que sus hombres dialoguen con más tranquilidad. No es un cuco, pero no deja de ser un fantasma en el camino. Quedan tres días para que Messi y su banda afinen sus violines y recuperen la luz que surge de una pelota bien tratada. Porque en el equipo sigue habiendo muchos errores y faltas que se han hecho carne en los jugadores de todo el mundo, como agarrar a los rivales de la camiseta, de los brazos, vapulearlos y cuando el árbitro cobra el penal, tratar de convertirse en ángeles inocentes. Por ejemplo: esa absurda acción de un hombre experimentado como Javier Mascherano que pudo costar la clasificación. E iba camino de ser así, hasta que surgió el gol del defensor platense como un manantial en el desierto. Prepárense, porque ahora viene la montaña.