Por Milagros Yugat
Sin dejar cabos sueltos ni espacio a la duda, un Tolstoi recién iniciado en la escritura nos invita a reflexionar el milenario “arte” de la guerra.
Opacada por genialidades “clásicas” del canon literario que nos llegó de Rusia, encontramos esta obra brillante, catalogada por la crítica como relato de guerra aunque es en verdad la ficcionalizción de lo que el propio Tolstoi vivió en lo que fue la Guerra de Crimea.
Destacar que “Relatos” está escrita por uno de los mejores narradores ‘de movimiento’ que se conocen no es dato menor. En este caso, es tal la supremacía de su narración que uno hasta puede compartir la fatiga con los soldados en búsqueda de refugio, el pavor, la incertidumbre… O simplemente la experiencia llana y brutal del hombre frente a la muerte. Al leerlo, uno puede imaginar los escenarios perfectamente como si estuviese viendo cualquier película de guerra. Y es eso precisamente lo espectacular: que a mediados del siglo XIX Tolstoi parezca ser el pionero del discurso de los noticieros, el fundador del “en vivo y en directo” con su relato, crónica de su vivencia, como si fuese reportero. Se puede leer y ver Sebastopol como película bélica, con los sonidos, estallidos y el caos que esto implica.
Estas artimañas que demuestran la excelencia del autor, son usadas para expresar su más profundo repudio a la guerra. Diferenciar por ejemplo, que las grandes guerras de la antigüedad y la lucha por la lealtad al rey y/o a una nación no son más que una ambición egoísta por el propio honor, con fines meramente económicos y un medio para demostrar supremacía sobre el (los) otro(s), algo que resuena tanto hoy en día si pensamos en Gaza, Estados Unidos, Isis y hasta el conflicto que el país de Tolstoi lleva contra Ucrania.
En un movimiento de adentro hacia afuera, Tolstoi va desenmarañando los componentes de la guerra hasta llegar al hombre, adentrándose en él, en sus comportamientos, y así poder exponerlo y ridiculizarlo en extremo, invitando a preguntarse cómo es que el único animal con la capacidad de razonamiento puede someterse a una guerra, entendiendo “guerra” como cúmulo de estupidez humana y máxima sin razón. Al respecto ironiza y llega a una de las conclusiones más inocentes aunque atinadas del texto: si la guerra es tan inevitable para demostrar la superioridad de unos sobre otros e ineludiblemente se requiere una cuota de violencia, ¿por qué no reducirlo a un ‘uno contra uno’?. Esto sería, el mejor de cada ejército, “un ruso contra un representante de los aliados”, y así poder evitar tanta atrocidad.
Tolstoi hizo esta brillante denuncia a la locura tan aceptada por los seres tan “razonables” que somos los humanos hace ya casi un siglo y medio, y aún así hoy uno lee o escucha a diario la sarta de atrocidades iguales o peores que se siguen cometiendo, lo que hace que tomemos partido, o incluso inconscientemente, justifiquemos ciertas barbaridades. Estaría bueno creernos eso de que vivimos en la “post-modernidad” y tratar de ser esos seres “súper” avanzados a los que aludimos para diferenciarnos de los de Neanderthal, como para dar cuenta que hoy, siglo XXI, seguimos validando esta milenaria y bestial carnicería.