Por Ana Clara Barboza. La Gran Siete es una de las murgas con mayor trayectoria del carnaval uruguayo, que enarbola la bandera de la vieja tradición murguera dándole una impronta y reconocimiento dentro del pueblo oriental.
Mientras el carnaval más largo del mundo sigue con sus espectáculos, La Gran Siete, una de las murgas con mayor trayectoria en el certamen, espera con ansias su presentación en la segunda ronda que será este sábado y mantiene la esperanza de pasar a la “liguilla”, en la cual de 18 conjuntos solo quedarán 10.
Si bien en los 22 años que concursan nunca pudieron llevarse el primer premio, la murga, dirigida por Guillermo “El Flaco” Lamolle, no pierde las esperanzas. Entre los ciudadanos del país vecino, suele pensarse que hay una falta de interés de este grupo por el certamen. Sin embargo, según contó Horacio Pezaroglo, uno de los integrantes, si esto fuera así no se preocuparían por presentarse, ni gastarían grandes sumas de dinero en puesta en escena, vestuario y maquillaje. Lo que sucede es que mantienen una forma más tradicional que no es la misma que hoy en día se estila. “Antes con sólo escuchar a alguna (murga) por la radio uno podía reconocer de cual se trataba por sus letras, sus timbres de voz o sus arreglos musicales”, comentó Pezaroglo. Hace aproximadamente quince años, el carnaval se volvió más comercial y las murgas comenzaron a homogeneizarse, copiando entre sí la misma fórmula para ganar el concurso.
La Gran Siete siempre se preocupó por mantener su impronta que la hace tan característica. Es conocida por ser una de las murgas más viscerales, según la caracterizó Adrián Salina, platillero del grupo. Tiene una identidad que es única y le es propia y eso se ve reflejado en la forma de su espectáculo, en las letras y en sus voces. Podría decirse también que es una murga que arriesga, no escatima, ni se preocupa por ser agradable sino que dice lo que quiere. “Hacemos el espectáculo que podemos, que queremos y defendemos”, comentó Salina.
Puertas para adentro
El Club Atlántico está ubicado en la esquina de la calle Atlántico y Avenida Italia del barrio Malvín de Montevideo. En su entrada cinco micrófonos y dos parlantes funcionan como escenario improvisado donde La Gran Siete ensaya cada noche de verano. Alrededor se van juntando los vecinos que se sientan en las sillas a presenciar el ensayo junto con el mate que es casi como el compañero obligado.
El espectáculo se llama “Negra, subió la leche”, pero el título es solo un accesorio que no necesariamente define el tema. Pezaroglo contó que ponerle un nombre es una moda de hace unos años, a la que ellos no adhieren sino que prefieren mantener la estructura tradicional compuesta por cuatro momentos que no siempre se relacionan entre sí: la presentación, el popurrí o salpicón, el cuplé y la retirada.
Las murgas son reflejo del contexto cultural, los gustos estéticos y las modas de cada época e intentan a lo largo de la función expresar de manera crítica y parodiada lo que el país transitó durante el año. En este sentido, La Gran Siete no se queda atrás. Durante el salpicón, uno de los momentos de humor del espectáculo, desfilan críticas destinadas a la minería a cielo abierto, al puerto de aguas profundas que se planea construir en el departamento de Rocha, a la trata de blancas y la discriminación sexual. Lo mismo sucede durante el cuplé, en el que representan la historia de dos azafatas que perdieron su trabajo luego del cierre de la aerolínea Pluna. El conjunto se asume dentro de una postura de izquierda, lo cual hacía más fácil criticar al gobierno cuando éste estaba en manos del Partido Colorado. Según “El Flaco” Lamolle, esto se complejizó desde que asumió el Frente Amplio (FA). Sin embargo, se las rebuscan para no callarse la boca y buscarle una vuelta de tuerca.
La murga funciona como cooperativa desde sus orígenes. “Es una cooperativa sin reglamento”, refuerza Pezaroglo, al explicar que aunque no todo lo deciden en asamblea por una cuestión de practicidad, intentan que si sea así con las cuestiones más estructurales. Además, las ganancias y las deudas son repartidas entre los integrantes de manera horizontal, con la excepción de Lamolle, que además de ser el director artístico es el responsable del grupo a nivel formal y tiene, por ende, otras responsabilidades. De todas formas, todos pueden participar en la creación de las letras, proponer reformas o plantear discrepancias.
Luego de 22 años, La Gran Siete sigue apostando por un carnaval “desfachatado” que emocione y divierta, llevando en sus letras el espíritu contestatario que los caracteriza y, como expresó Pezaroglo, “con la esperanza que algún día el jurado le de valor a esta forma de hacer murga”.