El primer clásico femenino profesional del Bajo pintaba para fiesta. Pero los barras, sí, “los mismos de siempre”, arruinaron el festejo. Insultos, aprietes y robo de camisetas en un partido que ganaron las locales, las mismas que no pudieron celebrar.
Por Constanza Lacambra
La previa
Los días previos al clásico del bajo, entre Defensores de Belgrano y Excursionistas, en lo que era el primer clásico de fútbol femenino profesional de la historia, fueron de concentración, de entrenamiento por parte de las jugadoras, de ansiedad y alegría en las y los hinchas que aman la movida y la mística que sólo el fútbol puede despertar…
La máquina (que no es una máquina) que traslada la bronca de una rivalidad histórica en una categoría específica, en una parcela ínfima del mundo que significa el fútbol; a todos los deportes, a todas las disciplinas, al barrio, a la familia es un virus. Un virus es una enfermedad.
Este domingo, el clásico del bajo llamaba a reavivar la llama del buen Belgrano, ese barrio que es mucho más que la familia heteronormativa ricachona, estereotipada, clerical, de las apariencias, o una sede festiva de un gobierno que se va dejando la cifra de pobreza más alta de la historia. El barrio de Belgrano, el del clásico y los carnavales, es el buen barrio, el que todes queremos.
El partido
Llegó el 24 de noviembre y a las 5 de la tarde y la rivalidad histórica, en los botines revolucionarios de las pibas, llegaba para ser artífice de un nuevo paradigma: la ilusión de ver partidos que se definen dentro de la cancha, hinchas que celebran a las propias… sólo eso, todo eso, y nada más.
En cambio, el clima fue hostil desde el principio, para quién no se identificara con el local, el “verde”. Y eso fue el principio del fin.
Las jugadoras salieron al campo y posaron con un banner por el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”. Así como lo leen, el banner diseñado por AFA, no causó ningún efecto en la parcialidad local.
Comenzó el partido, y a los pocos minutos ya era una catarata de insultos, totalmente degradantes, no sólo sobre los símbolos del rival, sino dirigidos a cada una de las jugadoras de Defe. En ese contexto, llegó el primer gol del encuentro: tras una mala salida de la arquera, Karen López convirtió para la visita.
A partir de ese momento, las agresiones verbales subieron de tono e incluso empezaron a escupir a las jugadoras. Este comportamiento en “los hinchas” de excursionistas se extendió a las tres juezas del partido a la hora de ir a los vestuarios para el entretiempo.
Se reanudó el juego después del descanso y a los 6 minutos, Antonella Tatulli fue la encargada de marcar el segundo gol para Defe. La escala de violencia fue mayor, en el contenido de los insultos, en la intensidad. No sería justo con las jugadoras decir que las sacaron de partido, pero realmente era imposible –incluso como espectadora–, seguir con atención lo que sucedía dentro del campo de juego. Se robaron la atención. Se apropiaron del partido.
A los 33’, por doble amarilla, fue expulsada Cecilia Acevedo en el equipo visitante. Como en el guión de una de esas películas de falsa épica deportiva, Excursionistas, aprovechando su superioridad numérica, a los 36’ achicó la ventaja, a través de Analia Almeida. Pocos minutos después, consiguió el empate, en los pies de Magalí Martínez, y finalmente a los 43’ Veronica Amarillo le puso fin a la épica para cerrar el marcador 3 a 2 para las verdes.
Las integrantes del equipo local, se abrazaron y festejaron, eligieron estar al margen de los reclamos deportivos válidos que hacían las jugadoras de Defensores, justamente porque eran reclamos deportivos.
Fin de fiesta
Pero la tarde terminó de oscurecerse. La violencia, también, cambió de bando. La violencia ejercida por la barra fue también dirigida hacia las jugadoras en detrimento de su propio club. No las insultaron, ni entraron al vestuario, ni las acosaron. Simplemente quisieron quedarse con sus camisetas.
El “simplemente”, claro está, es pura ironía: es el primer clásico de la historia del fútbol femenino, le ganan al máximo rival en los últimos 10 minutos ante un partido que parecía cerrado, y resulta que la camiseta que transpiraron mientras sucedía semejante obra de arte no es suya.
Con el correr de las horas, surgieron muchas hipótesis y declaraciones cruzadas entre las dirigencias, la experiencia de las jugadoras de ambos equipos y el público y la prensa presente. La única verdad, la más cruda, fueron los insultos y el maltrato constante, denigrante para el género femenino y disidente. La realidad es que, depende quién lo escriba, la barra de Excursionistas pidió/amenazó/robo/quiso llevarse las camisetas.
El relato siempre termina con una dirigencia que cede, que justifica, no tanto por complicidad, pero sí por coacción. Así, los barras se llevaron otro juego de camisetas, para que el club pueda obsequiar a las jugadoras las camisetas con las que hicieron historia.
El fútbol femenino semi profesional que estamos viendo hoy es el fruto de la lucha, de muchos años, muchas jugadoras, directoras técnicas y dirigentes. Es la concreción del proyecto colectivo, que se llama feminismo y que llegó para ser la fibra sensible de la sociedad que no solo queremos, sino que necesitamos cambiar.
El fútbol que estamos construyendo sí es otro fútbol. Es el fútbol que queremos jugar, que queremos alentar, el fútbol que queremos dirigir. Y si, las personas, los equipos, las dirigencias, las estructuras no están dispuestas al cambio, lo que verán es nuevamente la organización de un movimiento al que se pertenece mucho más que por el género. Es el movimiento que llegó para cambiar todo, pero antes para hacer caer al sistema que tenemos. El fútbol se puede jugar sin barras, pero nunca más, sin nosotres.