Por Lautaro Maioli
Intrigas palaciegas del núcleo duro K para retener reductos de poder durante un gobierno de transición. Reaparición del Evita como fuerza militante de Scioli.
La fuerte alianza lograda por el kirchnerismo amplio en el frente “Unidos y Organizados” se quebró por la mitad, teñida por las más audaces jugadas de ajedrez de expertos e inexpertos.
El kirchnerismo “puro” tiene una misión: resguardar el carácter progresista del llamado “proyecto nacional y popular” y preparar el terreno para su regreso en 2019. Para esto, tiene que lograr que su “conductora”, Cristina Fernández, retenga el poder del aparato del PJ durante los cuatro años que dure la presidencia de Scioli; una presidencia “de transición”, como adelantó desbocadamente una de las voceras más respetadas del cristinismo, Estela de Carlotto. El mismo Horacio Verbitsky designó la tarea del momento para este sector en el diario del domingo: “votar con caras largas”. La idea del núcleo duro K es reproducir una experiencia de doble comando, similar a la que vemos hoy en Brasil, donde Dilma Rousseff gobierna pero Lula Da Silva dirige.
Sin embargo, el PJ no es el PT. La estrategia de doble comando será sin dudas una dura batalla al interior del aparato, donde los gobernadores conservadores con los que Cristina coqueteó, hoy prefieren volver al viejo peronismo.
En ese marco, La Cámpora se enfrenta a la misión más difícil de su corta existencia, ya sin el lugar de privilegio único que les otorgaba contar con una línea directa con la presidenta. La fallida experiencia de La Coordinadora radical del Coti Nosiglia, su intento de perdurar el ultra-alfonsinismo en el poder durante un gobierno hostil, dejan muchas dudas sobre el éxito de la empresa de permanencia.
Los enfrentamientos entre La Cámpora y Scioli ya han comenzado antes de tiempo. Los folletos electorales de la agrupación laclausiana no mencionan a Scioli. Por su parte, el gobernador bonaerense ya dispuso su equipo de gobierno con funcionarios de dudosa fidelidad kirchnerista, algunos de los cuales tuvieron roces con ellos, como Ricardo Casal (propuesto para Justicia) y Julián Domínguez (propuesto para Producción). Se dice que La Cámpora militó fuertemente para la derrota de Domínguez en la provincia de Buenos Aires.
Si bien Elisa Carrió jura que la idea de La Cámpora es asaltar el poder apenas empiece el gobierno de Scioli, la estrategia de la agrupación que lidera Máximo Kirchner será retener reductos de poder, trincheras de gestión, en las provincias de Buenos Aires y Santa Cruz. La primera, con José Ottavis a la cabeza, como gran fuerza estratégica para volver al poder en 2019. La segunda, con Máximo al frente y Alicia gobernando, como fuerza simbólica, un territorio originario como mando de operaciones de la jefatura K.
Como en toda estrategia, hay diferencias de matices. Un grupo de dirigentes de La Cámpora piensa disputar cargos dentro del sciolismo. Son los moderados, o “los naranjas”: Wado de Pedro, Julián Álvarez y Mariano Recalde (quien puede permanecer al mando de Aerolíneas Argentinas). En el otro lado están los “puros”, liderados por Máximo Kirchner y secundado por el cuervo Larroque y Juan Cabandié. Este grupo, que piensa instalarse en el Congreso Nacional para boicotear medidas anti populares, desconfía del rol del monje negro, Carlos Zannini. Es que la presidenta lo puso como un nexo del doble comando, para garantizar que no se rompiera la gobernabilidad en caso de endurecerse la disputa, tanto para un lado como para el otro.
La idea es no repetir el fracaso de Gabriel Mariotto como marca personal K dentro del sciolismo, que hoy no sólo es más sciolista que ninguno, sino que además organizó tertulias de militancia donde arenga contra La Cámpora y apoya a La Juan Domingo. Seguramente desconocían la costumbre transformista del vicegobernador, que hoy quiere ser el ministro de Cultura.
Pero claramente, el rol más determinante de esta estrategia lo tendrá “la Jefa”, como garante moral del camino que tome el proyecto que gestó junto a su marido, como voz de autoridad ante cualquier desvío pronunciado. Son muchas las agrupaciones kirchernistas que, apoyen o no a Daniel Scioli hoy, prometieron volver a las calles si el actual candidato en el poder toma un camino de ajuste y recorte de planes sociales (camino más que probable debido al efecto local de la crisis brasileña).
En medio de esto, el Movimiento Evita aprovecha para disparar: la agrupación que siempre despotricó por no tener diálogo directo con la presidenta piensa sustituir a La Cámpora como fuerza militante de Scioli, con la autoridad que le confiere la línea directa con el Papa. Fue el Chino Navarro quien expresó la mayor consigna ultra-S: “el candidato no es el proyecto, es Daniel Scioli” (lo dijo en Miradas al Sur, semanario propiedad del Evita).
Emilio Pérsico logró encolumnar detrás de la campaña “Militancia para la Victoria” a todas las organizaciones sociales que dependen de los programas sociales para subsistir, como el MUP, el MILES (D´Elía), La Tupac (M. Salas) y grupos políticos K como Descamisados y Peronismo Militante, a quienes ni Aníbal Fernández ni La Cámpora les prometieron ninguna garantía de sostener en el futuro gobierno su estructura organizativa. En cambio, Scioli los atiende casi diariamente. Lo que está en negociación, claramente, es la promesa de paz social durante los primeros años de su mandato. Ya demostró su fidelidad, su apoyo incondicional y necesario para la gobernabilidad, cuando la presidenta retaceó fondos a la provincia, que algunos vieron con fines desestabilizantes.
La disputa con La Cámpora está abierta desde varios frentes. El gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, vocero incorrecto del sciolismo, expresó: “hay gente que no admite que en dos meses deberán volver a su casa”.
Algo queda claro: la hegemonía lograda por el kirchnerismo durante los últimos 12 años pende de un hilo, y depende de jóvenes muy formados en la gestión. ¿Se animarán a poner en riesgo la gobernabilidad? ¿Qué papel tendrán las luchas sociales en el próximo período, marcado por una fuerte división en la clase dirigente?