¿Qué se debe esperar de las empresas durante la crisis económica amplificada durante la cuarentena? Un análisis de la Responsabilidad Social Empresarial desde el punto de vista de la Economía Social.
Por Matías Calvo Crende* / Foto: German Romeo Pena
Aquellos militantes que transitamos el camino de la economía social nos formamos con el modelo a seguir de la empresa no capitalista del mercado: la cooperativa. La gestión democrática, la propiedad conjunta y la primacía del trabajo sobre el capital resultaban pilares centrales de esta categoría de análisis que no dejaba de ser un proyecto político. Un horizonte. Una utopía. Un puerto deseado hacia donde caminar en función de construir una economía con rostro humano.
La economía social era un componente de un proyecto político más amplio: la construcción de Otra Economía. Proyecto que no se medía en relación al market share de las cooperativas en el PBI, sino en la influencia de sus principios en la organización social: una economía más ecológica, más feminista, más solidaria y con la justicia social como bandera. Economía que no levantarían en soledad las cooperativas sino junto a otros actores del mapa social: el Estado, las empresas, los sindicatos, los movimientos sociales y demás actores de la sociedad civil.
Es en ese esquema, uno de los aportes más interesantes que las empresas realizarían sería el de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), que podríamos definirla como las responsabilidades que las empresas asumen frente a las comunidades donde se desenvuelven, más allá de sus compromisos legales.
Ahora bien, ¿en qué ambiente histórico discutimos estas ideas?
Hoy el presente nos marca un contexto de crisis sanitaria y duras expectativas económicas a nivel local, regional y global frente a la pandemia del COVID-19. Un presente (en lo local) donde los grupos económicos con la espalda financiera más grande del país parecieran no tener reparo (más que opción) a la hora de dejar miles de familias en la calle y presionan a diario para relajar las condiciones sanitarias y reanudar la actividad económica. Un presente donde las Pymes emergen como un aliado de proximidad local que encuentra el gobierno nacional en la pelea por sostener el nivel de empleo.
En este contexto, se propone reflexionar sobre la siguiente pregunta: ¿qué responsabilidad es deseable socialmente por parte de las empresas frente a una crisis económica?
Resulta más fácil responder la pregunta por la negativa: la Responsabilidad Social Empresarial deseable no es ejercer filantropía, realizar donaciones y repartir sobras. Engels sostenía que la burguesía caritativa chupaba la sangre a los y las trabajadoras para después practicar filantropía, presentándose al mundo como benefactor de la humanidad. Algo así como primero inventar la pobreza y después la “ayuda para los pobres”. Este rol subsidiario de la RSE se contradice con otras escuelas del pensamiento económico que reflexionan sobre la RSE en los tiempos que corren en clave más heterodoxa: ligan la responsabilidad social a los procesos internos de la empresa, tales como su política de Relaciones Humanas, de medio ambiente y de género. Esta idea se basa en asumir los costos sociales frente a las externalidades que pudieran generar a la sociedad y sus actores internos, más que en la realización de donaciones.
Vinculando estas temáticas a la crisis del COVID-19 en nuestro país, podemos preguntarnos: ¿cómo se expresan en la realidad empresarial argentina estas escuelas de pensamiento?
Durante la pandemia que vivimos emergieron intervenciones empresariales de todos los colores en los debates nacionales, pero podemos destacar principalmente dos actores por el impacto de sus declaraciones: Paolo Rocca y Hugo Basilotta.
El primero de ellos es el empresario más rico de la Argentina según la Revista Forbes. CEO del Grupo Techint, un grupo económico con ingresos anuales que rondan los USD23.000 millones. Empresa que despidió, a fines de marzo, a 1450 empleados en medio de la cuarenta por el COVID-19, ocasionando controversias de escala nacional. Reactivamente a las mismas, Rocca publicó el 7 de abril una carta, destinada a intendentes locales de las comunidades donde opera la empresa, manifestando acciones filantrópicas a realizar: donación de insumos, productos médicos y ciertas políticas compensatorias de los despidos (valga decirlo: forzado por la ley previo dictamen de conciliación obligatoria).
La segunda voz que suena en el escenario empresarial argentino es la de Hugo Basilotta, dueño de la empresa que fabrica el alfajor Guaymallén, quien posteó en su cuenta de Twitter (el 30 de marzo) un comunicado de la firma donde se comprometía públicamente a sostener el “derecho al goce íntegro de los ingresos habituales” por parte de sus trabajadores y trabajadoras durante la vigencia del aislamiento decretado, adhiriendo al mismo y priorizando la “salud de la sociedad” frente a cualquier otro interés”.
Ambas intervenciones representan una toma de posición en la escena nacional por parte del empresariado argentino frente a la crisis originada por el coronavirus. En esta estocada, ambas posturas quedan bien definidas: una clara disputa de sentido sobre el deber social de las empresas.
¿Qué conducta debe exigírsele a la clase empresarial como sociedad argentina en este tiempo histórico?
Para aquellos que pensamos que la economía social es un horizonte político, que no creemos en los cantos de sirena del neoliberalismo, que desconfiamos de la fantasía capitalista, que sostenemos que las empresas deben hacerse cargo de las externalidades que le generan a la sociedad, que entendemos que es posible construir esa Otra Economía, la respuesta es clara.
Responsabilidad social es que los números cierren con la gente adentro.
*Mg. Economía Social (UNGS), Doctorando Ciencias Económicas (UNLAM)
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