Por Lucas Abbruzzese
Tras la caída de la Selección Argentina con Croacia, y la posibilidad de quedar afuera del Mundial #Rusia2018 en la primera ronda, el cronista analiza los motivos de la derrota, que vienen desde mucho antes del pitazo inicial.
Corría la Copa Confederaciones 2013. España, vigente campeón mundial y europeo, se enfrentaba a Italia. Enrique Macaya Márquez, quien comentaba el partido por TV, se animó a deslizar: “Bueno, hay que decirlo, Argentina jugaba así en los cuarenta”. El periodista, claramente, se refería al seleccionado español que, al ritmo del toque, la tenencia, la posesión para mover al rival y penetrarlo, hacía un culto de amar a la pelota. En Argentina se dejó de amar a la pelota. Y cuando la redonda es cosa secundaria, la cosa parece juzgada.
Despojarse de, quizás, uno de los objetos más hermosos que se hayan construido (la pelota, claro) no es solamente ser mezquino con el juego, sino que es olvidarse las raíces, darle la espalda a la identidad y entregarse a lo peor: el hecho lúdico ya no importa. Hoy, el seleccionado argentino no solo cayó 3-0 contra Croacia, también escribió otro capítulo de lo paupérrimo que es no entender el fútbol como un enorme hecho cultural y con un fabuloso poder inclusivo.
¿Saben lo triste que es que en inferiores no se formen personas y jugadores, sino niños obligados a ganar? ¿Nos imaginamos la tristeza interna que genera que disfrutar pareciera algo “amateur”? El capitalismo necesita de gente que no piense y que no se valore por ser, sino por lo que tenés. Bueno, plasmemos esta aberrante forma de vivir hacia el deporte más popular del mundo: sos si ganás, sino sos un fracasado. Y en esa línea vivimos, nos formamos, prejuzgamos, viralizamos memes (¿alguien puede explicar quién carajo nos creemos como para exigir renuncias, chusmear vidas privadas? ¿Por qué los memes son noticias en las empresas comunicativas?).
La angustia como método
¿Se acuerdan de la expresión de Macaya Márquez? Dante Panzeri publicó y pronunció en su Dinámica de lo impensado, allá por 1967, lo siguiente: “Al compás de la angustia que se incremente en el ánimo viviente del hombre llamado `actual´, el futbolista paralelo a ese hombre angustiado ha ido jugando de menos en menos, para durar de más en más como rentado. El fútbol siguió siendo uno solo: bien o mal jugado”.
A eso nos entregamos: a la seriedad como forma de vida, a la angustia como método. Y nos olvidamos del cómo. Cómo ganar nos dejó de importar. Y esa es la peor goleada mundial que nos comimos. Ya quienes sabían y conocían fueron dejados de lados y la palabra trabajo invadió a la de juego, lo atleta goleó al fútbol y los miserables se hicieron dueños de un circo asqueroso. Siempre recalca el preparador físico Fernando Signorini que “un gramo de tejido cerebral pesa más que 80 kilos de músculo”.
El error se pena. El error es castigado. El error se hace meme. El error es juzgado como cosa del mal. El error, en este contexto, paraliza. Y si paraliza es porque genera miedo. Y con miedo no se puede jugar al fútbol. Con miedo no se puede formar, sí destruir. Con miedo no hay salida posible a pensar un fútbol integral.
¿Cuándo nos vamos a sentar decididamente a pensar qué fútbol queremos de acá a 20 años? ¿En qué momento se juntarán, desde los altos lugares del poder, con quienes saben realmente del juego para reorganizar el desorden? ¿En qué momento el Estado y cada Ministerio se pondrá a tomar decisiones fuertes para que el fútbol vuelva a ser un lugar de formación, educación, goce y disfrute? ¿Por qué el periodismo levanta el dedo acusador y hace un rito del griterío y no ayuda a construir un mundo deportivo emancipador? ¿Acaso porque no le conviene?
Cuatro entrenadores en un proceso mundialista, elecciones para elegir presidente de la AFA en las que votaron 75 personas y salieron 38 a 38, destrozo de las juveniles, fútbol sin visitantes por no poder organizar ni la entrada ni la salida de 10 mil personas, dirigentes corruptos y así podemos continuar. En medio de todo este quilombo, ¿saben qué? No exigimos seriedad (afuera de la cancha), sino que le imploramos a Lionel Messi que nos saque campeones del mundo. Pensamos que correr es más importante que entender el juego. Entonces, cada día nos enfocamos más en cuánto miden los rivales que en destrabar y desglosar el juego.
Messi, quien pasó dos tercios de su vida en Barcelona, se crio distinto. Entendió desde chico que este juego es algo colectivo, que hay espacio para el goce y disfrute del juego, que la pelota hay que cuidarla y no rifarla… Acá no pensamos un fútbol alrededor de él, sino que nos subimos al carro de quienes inventan y venden sangre: que la Selección no le importa, que no canta el himno, que allá es feliz y acá no, que se siente español, que arma los equipos, que se pelea con su mujer, que arma las listas, que elige entrenadores y no sé cuánto invento más. El negocio de negociar con la mentira. “Messi no me representa porque con Argentina no ganó nada”, dicen una y otra vez, antes y después de este Mundial, los voceros que venden mierda.
El periodismo, en su gran mayoría, se vendió al juego de los negocios y de parecer más que ser. Se olvidó de educar para montar un show asqueroso que más que preguntas lo que genera es un griterío y un colaboramiento enorme y explícito a la confusión que hay. El periodismo dominante celebró el bidón que se le dio de tomar a Branco durante el Mundial de Italia 1990, impuso que no importa cómo ganar porque para ser exitoso sólo sirve ganar, puso en un pedestal a Carlos Bilardo (el mismo del bidón que sirvió para dopar un rival). ¿Hace falta seguir?
Hace falta reconstruir estos hechos para entender el 0-3 con Croacia. Quedar afuera o no de la primera ronda, ganar o no el Mundial serán anécdotas en un contexto de pérdida de identidad. Durante los 90 minutos pasaron cosas, sí, pero este partido se comenzó a perder cuando nos olvidamos de ser para darle paso a no saber quiénes somos, de dónde venimos y qué queremos.