Por Gerardo Szalkowicz
Si bien no hay que esperar grandes resoluciones ni consensos sobre futuras líneas de acción conjuntas, la VII Cumbre de las Américas que arranca este viernes en Panamá aportará una foto actual del mapa político en el continente y marcará un pasito más en el retroceso que viene padeciendo la Casa Blanca desde la cumbre de 2005 en Mar del Plata (recordada por el entierro al ALCA) en cuanto a su tutelaje sobre la América situada al sur del Río Bravo.
Es cierto, la postal que quedará en los manuales de historia será la del encuentro entre Raúl Castro y Barack Obama. El aclamado debut de Cuba en estas cumbres y la presencia en una misma mesa de un presidente de la isla y uno estadounidense tras casi 60 años -en medio del restablecimiento de relaciones- será una imagen con tanto peso simbólico que copará todas las tapas, pantallas y redes sociales. Y eso seguramente le sume puntos al mandatario norteamericano.
Pero en el plano discursivo y de posicionamientos políticos, el evento estará atravesado por la catarata de reproches que recibirá Obama gracias a su última -agresiva, torpe e injerencista- jugada de declarar a Venezuela “una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos”. Algunos por fuerte convicción, otros por tener al menos dos dedos de frente, serán muchos los jefes y jefas de Estado que se pronuncien en defensa de la soberanía venezolana y de su presidente Nicolás Maduro, quien le entregará en mano a Obama las 10 millones de firmas contra su decreto. También esa será la principal bandera que levanten los miles de delegados de las organizaciones populares de la región en la paralela Cumbre de los Pueblos.
Si en su primera cumbre en 2009 Obama debió bancarse a Hugo Chávez regalándole un ejemplar de “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, y en la anterior en Cartagena (2012) enfrentó un repudio generalizado por la exclusión de Cuba, la saga se completará ahora con el contundente rechazo colectivo que reciba por su escalada ofensiva contra Venezuela, lo que será el correlato de los pronunciamientos del Alba, Unasur, Celac, Mnoal y G77+China.
La secuencia será todo un síntoma de la etapa que atraviesa Latinoamérica, cada vez más alejada del consenso de Washington y cada más entrelazada con las potencias emergentes Rusia y China, reflejo de un mundo que camina hacia la multipolaridad. Si en los `90 los mandatarios de EE.UU. eran las estrellas de estos eventos, hoy Obama es un invitado incómodo al que le quedan pocos soldados leales.
Otro eje que le aportará pimienta a la cumbre será el clamor que, una vez más, exponga Evo Morales sobre su principal cruzada en política exterior: la demanda marítima a Chile presentada en 2013 en la Corte de La Haya con la que busca que Bolivia recupere su salida al Pacífico.
También habrá que estar alerta a lo que suceda en uno de los cuatro foros paralelos, en el denominado “Foro de la sociedad civil”, que estará inundado por una multitud de lobbystas de la ultraderecha latinoamericana -financiados desde Washington- que buscarán embarrar la cancha y alimentar las constantes campañas desestabilizadoras contra Cuba y Venezuela.
Ese será el único escenario que le haga contrapeso a la cumbre presidencial y a la contracumbre, donde los paladines del Norte tendrán que lidiar con el nuevo marco de realidades en el continente. Es que el vínculo entre las dos Américas es bien distinto al que pensó Bill Clinton cuando le dio forma a la primera cumbre en 1994 para alinear a sus súbditos. Seis cumbres y 20 años después, el patio trasero se va transformando y hoy aparece un poquito menos lejos del horizonte que soñó Simón Bolívar cuando convocó en 1826, también en Panamá, aquel Congreso Anfictiónico para integrar a los países recién liberados.