El ajuste sigue castigando a la clase trabajadora y en especial a lxs jubiladxs que cargan sobre sus hombros el brutal recorte. Las últimas jornadas además fueron de represión frente al veto del aumento de un gobierno que solo ve números donde hay gente.
Por Pablo Nolasco/ Foto Susi Maresca
Nuestros ancianos resistirán, aunque repriman, resistirán.
Y no están solos, aún los guía la hidalguía de Norma Plá,
que desde el cielo, muy fuerte grita, si no hay justicia nunca habrá paz.
Resistencia Suburbana, Represión brava. Año 2000
En una semana vimos como dos veces la policía reprimió a los jubilados. Fuimos muchxs quienes dijimos: “de pegarle a un viejo no se vuelve”. Si viviéramos en una sociedad más humana no habría lugar para aquellos que les pegan a un viejo. Pero no. Estamos transitandotiempos de crueldad que no son nuevos. Esta crueldad fue madurando en estos años de ajuste permanente, fractura social y discursos de odio que se fueron multiplicando.
La crueldad se potencia, atentando contra la vida misma, cuando se cruza con la batalla cultural y la moral. Demián Verduga escribió en Tiempo Argentino que la derecha ganó la batalla moral. La existencia de un amplio sector de la sociedad que se identifica con los valores que quiere imponer, como hacer pasar un ajuste a los jubilados mediante veto y palo, habla de esa ¿nueva ? moralidad. Peor aún si vemos como en la misma semana donde se reprime a trabajadores retirados de la actividad económica, el presidente embellece al evasor impositivo de Marcos Galperin diciéndole benefactor social.
¿De pegarle a un viejo no se vuelve? En una sociedad donde la moral de la crueldad envenena las subjetividades, la funcionaria que hoy le pega a los jubilados es la misma que hace cinco años fue parte de un gobierno que le recortó el 20% del poder de compra y hace veintitrés, siendo ministra de trabajo del gobierno que se fue con más de treinta muertos en diciembre del 2001, recortó vía decreto un 13% de los haberes de los retirados. Patricia Bullrich se llama. Y en ella se personifica la moral de la crueldad imperante.
¿Qué es lo grave de pegarle a un jubilado?
Un jubilado es un trabajador retirado del sistema de producción. Durante el lapso que duró su trayectoria laboral formó parte del proceso productivo, creando mercancías, y generando valor. Es un ex explotado que goza de un ingreso que le permita transitar la última etapa de su vida sin tener que trabajar, es decir, sin tener que crear valor.
En términos de justicia distributiva y de calidad de vida en el marco de las relaciones sociales capitalistas, quisiéramos que estas personas puedan tener un ingreso que les permita tener cierto bienestar una vez retirados del sistema productivo. Pero para el capitalismo argentino siempre, sobre todo con los gobiernos de derecha, los jubilados fueron un problema. Salvo algunas excepciones, pudieron tener una jubilación digna.
El presente no es la excepción. Los jubilados son uno de los eslabones más débiles. Un informe reciente publicado por la ONG HelpAge, indica que el 73% de las personas mayores de 61 años son pobres. Esto se explica porque más de cinco millones de jubilados y pensionados cobran menos de 340 mil pesos, cuando la canasta básica de este sector ronda los 685 mil.
Hace años que los gobiernos intentan modificar los regímenes jubilatorios. La cuenta es simple. Si la esperanza de vida se eleva, entonces que sigan trabajando. La moral anarco capitalista valora lo productivo y eficiente. Lo que no se puede explotar funciona como estorbo. Lo grave de pegarle a un jubilado es que demuestra la faceta más cruel del programa liberal: si no te puedo explotar te pago jubilaciones de hambre y si no las aceptas, te pego.
Los económico, lo social y lo polìtico (otra vez)
Los jubilados son los principales subsidiarios del ajuste del gobierno de Milei. El celebrado superávit fiscal es explicado, en gran parte, por la licuación de los ingresos de jubilados y pensionados. Por más que Milei intente, mediante piruetas numéricas y manipulación de variables, los jubilados están siendo los sostenedores del ajuste libertario. El Estado destina menos plata en jubilaciones, pensiones y demás coberturas.
Desde que la motosierra del gobierno viene avanzando nos preguntamos sobre la tolerancia social del ajuste. Todos los días pasamos del pesimismo al optimismo de la resistencia. Es tan elevado el nivel de fragmentación social que nos cuesta tener un termómetro que permita tomar la correcta temperatura de la tolerancia al ajuste. El pesimismo prima cuando vemos que las luchas que se dan son pocas y de baja intensidad. Pero de una semana a la otra, estos conflictos pueden despertar lo que adormece y habilitar el lugar al optimismo de la resistencia.
Luego de una semana de una doble represión a los jubilados, la mayoría de las centrales sindicales convocaron a movilizar al Congreso el miércoles 11 de septiembre para presionar y que el poder legislativo derrote al veto de Mieli contra los jubilados. Hace dos semanas no veíamos en el corto plazo alguna convocatoria de este estilo.
En la historia reciente, las jubilaciones han sido un elemento que le dió dinámica a la conflictividad social. En los 90, Norma Plá, la jubilada que se enfrentaba a la policía, politizó a toda una generación que con el tiempo impugnó al modelo de la convertibilidad. En el 2017, “la batalla de Congreso”, que le dió el golpe de gracia al macrismo, se produjo en el marco de la sanción de previsión social.
Se nos complica tomar dimensión social del experimento libertario. Aún no tenemos certezas sobre si el ajuste pasa o se le pone un límite. Sin embargo, no estamos tan seguros de que la moral de la crueldad haya triunfado. En la sociedad del ajuste permanente los tiempos se acortan. Fernando Rosso dice “que el que siembra miseria, muy probablemente cosechará la ira”. Hace nueve meses que la miseria está siendo regada con ajuste y represión. ¿Será la causa de los jubilados la que despierte la ira social para pasar a un optimismo de la resistencia?