Por Pablo Gandolfo. El impacto de la crisis económica en los sistemas políticos europeos está carcomiendo su legitimidad. Surgen explicaciones “politicistas”, argumentando que los malos políticos “no escuchan a la gente”. Así evitan hablar de la crisis estructural.
La crisis económica que vive Europa está impactando sobre la legitimidad de los sistemas políticos y carcomiendo sus pilares institucionales. Ante ese fenómeno aparecen discursos que buscan explicarlo. El más común es el que llamamos “politicista”, que pretende explicar la crisis por factores endógenos del sistema político. O, dicho de otra manera, por su disfuncionalidad. Queda excluida así la fuerza principal que determina el fenómeno: la crisis estructural del capitalismo, que impactó primero en países dependientes, e impacta ahora en los centrales (más fuertemente en los “periféricos del centro”, como Grecia o España) que cada vez más se vuelven incapaces de dar respuesta a las necesidades de sus poblaciones. La caída del nivel de vida se traduce en descrédito a la política y en pérdida de legitimidad hacia los partidos.
La explicación “politicista” cumple un papel relevante. Es una variante de reformismo que hace superflua la necesidad de un cambio estructural. Según este diagnóstico, para solucionar lo que ocurre alcanzaría con una ingeniería institucional que modifique los sistemas políticos y corrija sus disfuncionalidades. De economía, ni hablar. Se trata de apartar a los políticos venales o sordos, y modificar levemente las instituciones.
La academia francesa, que supo construir ídolos internacionales en figuras intelectuales de segunda línea como Michel Foucault, Jaques Derridá, Gilles Deleuze, Francoise Lyotard y tantos otros, deberá recurrir a pensadores que no contaron ni con las luces del sistema ni con grandes casas editoriales para hacer brillar sus textos en todas las librerías del mundo. Por ello, sus nombres son menos conocidos, pero silenciosamente, con un trabajo abnegado y de mucho mayor vuelo teórico, explicaron, antes de que ocurriese, lo que ha sucedido y cuál era la lógica en desarrollo. Un húngaro, Istvan Mezaros, y un egipcio, Samir Amin, entre muchos otros, son particularmente útiles.
Centrar la atención en el desempeño de un partido político, o apenas en el sistema político, es un reduccionismo de las ciencias sociales que no se permite en otras áreas. Nadie explicaría la inflación como el comportamiento coordinado de millones de almaceneros que, en un determinado momento, deciden subir los precios al mismo tiempo. El fenómeno no se explica por la psicología de los almaceneros sino por una estructura socio-productiva que condiciona o permite el aumento de precios.
Un fenómeno generalizado como el que muestran los sistemas políticos de una buena cantidad de países europeos con caídas de gobiernos, descrédito creciente de los partidos políticos tradicionales, la emergencia de nuevos partidos -tanto de extrema derecha como revolucionarios-, y el reflejo de estos fenómenos en los resultados electorales, no se explica por los desaciertos coordinados de los dos principales partidos políticos en todos los países europeos al mismo tiempo. Sin embargo, de ese modo absurdo, se pretende exponer la crisis política que crece en Europa. Principalmente es una deformación profesional que afecta a los politólogos, pero que se extiende más allá. Siguiendo a nuestros antepasados, que denominaron “economicista” a un reduccionismo análogo, podemos llamarlo “politicista”.
En su crónica para Página/12 sobre las elecciones al Europarlamento, Eduardo Febbro nos da un ejemplo de esta ingenuidad: “Los dos partidos que gobernaron el país, la derecha de la UMP y ahora los socialistas, rompieron todos los códigos comprensibles y terminaron por crear simplemente un monstruo: la derecha, con sus permanentes incursiones en los terrenos de la extrema derecha, y los socialistas con su giro liberal, tan extranjero a las promesas y a las razones por las cuales la gente votó a François Hollande en 2012”.
El problema es entonces el comportamiento de esos dos partidos y los errores de sus dirigentes que “rompieron todos los códigos comprensibles”. La forma de solucionarlo es, por lo tanto, enderezando el comportamiento errado que han tenido esas organizaciones.
Ahora bien, ¿por qué el giro liberal de los partidos socialdemócratas europeos es tan reiterado en las últimas décadas y en todos los países? ¿Acaso la desregulación en Francia no comenzó con François Miterrand (presidente entre 1981 y 1995)? ¿No corrieron suerte similar el Partido Socialista Obrero Español (Psoe) con Felipe González, primero, y José Luis Rodríguez Zapatero, después? ¿No está destruida la socialdemocracia griega del Pasok (Movimiento Socialista Panhelénico, en castellano) luego de aplicar un severo ajuste neoliberal? El laborismo inglés, partido construido sobre la base de los sindicatos, ¿corre una suerte distinta?
¿Cómo se explica que en todos los países europeos ocurran fenómenos similares? ¿Todos se equivocaron al mismo tiempo y en el mismo sentido? ¿O acaso en la historia actúan fuerzas que empujan al comportamiento de las representaciones políticas, en un momento y en un sentido determinado, cuando éstas no están dispuestas a romper con el sistema? El gobierno de Hugo Chávez en Venezuela no se explica por los errores de Carlos Andrés Pérez ni el surgimiento de Lenin por los del Zar de Rusia. El “politicismo” desemboca en “psicologismo”.
El problema no son las supuestas desviaciones que estos partidos cometieron. Aplican el programa que el capital necesita en cada momento. En la actualidad, la Europa capitalista necesita un programa de ajuste y saneamiento que ataque las condiciones de vida de amplias franjas de la población y que le permita ganar competitividad a nivel internacional. Sin esto no puede competir contra Estados Unidos, China y las naciones del sudeste asiático, países todos que no tienen la carga que implica garantizar derechos más elevados a sus poblaciones. Se trata de una determinación estructural de la que no escapa ningún país. Por eso ocurre al mismo tiempo en toda Europa, sin importar si en el gobierno están socialdemócratas o liberales declarados.
El Estado benefactor que fue sostenible en el pasado, no es viable en la actualidad. Se trata de desmantelarlo para poder competir en el mercado mundial. Si alguien prefiere sostenerlo, hay un camino transitable y mucho más beneficioso para los pueblos, pero entonces no se puede competir en el mercado internacional capitalista. Por lo cual, empezar a transitar la ruptura con los mecanismos del capitalismo es una salida real y posible.