Se hicieron públicos los datos correspondientes al mes de julio del balance cambiario estimado por el Banco Central de la República Argentina (BCRA). Tal como era esperable, indican una profundización de la crisis en la que está sumido el país.
Desde que asumió Cambiemos en diciembre de 2015, uno de los lineamientos centrales de la política económica fue la liberalización de las diversas cuentas que componen el sector externo, con la unificación del mercado cambiario como hito inaugural. En lo referido al comercio, se pueden mencionar la eliminación de controles comerciales, la reducción de impuestos tanto a las importaciones como a las exportaciones (retenciones), la simplificación de trámites (Ventanilla Única), la eliminación del requisito de liquidar las divisas en el mercado cambiario único, entre otras. Por el lado de los flujos de capital, se destacan la eliminación de las restricciones a la remisión al exterior de utilidades y dividendos, de los registros de permanencia mínima, la negociación con los fondos buitres (que destrabó fuentes de crédito y redujo el riesgo país), entre otras.
De conjunto, la economía argentina quedó más vulnerable a los movimientos internacionales de capitales, en forma de mercancías y capital-dinero. En un mundo en crisis, se trata de una orientación de política poco promisoria.
Observando las tendencias inauguradas por esta apertura, podemos observar que el saldo comercial es sistemáticamente negativo, quitando esta fuente de divisas que fue clave durante el kirchnerismo. En el acumulado de diciembre de 2015 a julio de 2018, el comercio generó un déficit de 11.223 millones de dólares. Dentro del sector de bienes, vale resaltar que, a pesar de las múltiples concesiones, las exportaciones no mostraron un salto en valor. Las importaciones, por su lado, sí se habían elevado merced de la liberalización. Esta tendencia, sin embargo, se vio revertida durante 2018, donde el valor de las compras al exterior se redujo de la mano de la persistente recesión en el nivel de actividad. En cualquier caso, el saldo de bienes es positivo; son los servicios los que empujan la balanza hacia el rojo, y allí es necesario resaltar que prácticamente todo el resultado se explica por las salidas asociadas al turismo en el extranjero: por viajes y compras con tarjeta salieron del país 25.736 millones de dólares. No huelga enfatizar, quienes viajan al exterior son una parte pequeña de la sociedad.
En lo relativo a la mentada “lluvia de inversiones”, durante todo este período entraron al país 5.954 millones de dólares en concepto de inversión extranjera directa (IED), cifra que queda más cerca de una garúa que de un monzón. Pero además, la poca humedad generada se evapora al cotejarla con las salidas ligadas a utilidades y dividendos, que totalizaron 6.212 millones, dejando un neto negativo. Apostar a la creación de capacidad instalada en el país en manos de capitales extranjeros no parece ser una alternativa viable.
Vale señalar que sí ingresaron al país inversiones extranjeras ligadas a la especulación más inmediata, denominadas “de cartera”. Hasta marzo, éstas totalizaban 12.515 millones de dólares. Ahora bien, desde que se iniciaron las corridas cambiarias en abril, esta cuenta muestra un saldo negativo, que ya acumula 3.517 millones. Es decir, en 4 meses se fugó casi un tercio de lo ingresado en dos años: se trata de fondos de elevada volatilidad, siempre ligados a cálculos de ganancia de corto plazo.
La otra cuenta que arroja ingresos es la de préstamos financieros y títulos de deuda, que acumuló 22.502 millones en el período, aunque su saldo fue negativo en julio. Este mecanismo de toma de deuda ha sido central para el nuevo esquema de políticas, y sus efectos también palpables: el pago acumulado de intereses totaliza 26.914 millones en el período. Nuevamente, se trata de un esquema de patas cortas, que no cierra ni siquiera en el corto plazo.
Justamente, la cuenta de mayor saldo positivo, que permite balancear –de manera precaria, claro está- el saldo externo, es la colocación de deuda del gobierno. En términos netos, el renglón correspondiente del balance cambiario arroja una entrada de 65.533 millones. Vale enfatizar que no se trata del total de la deuda pública, sino la ligada a entradas netas en moneda extranjera. La deuda pública, hasta marzo de este año, se había elevado según datos oficiales en 95.400 millones de dólares. Es el Estado quien a través de su deuda financia el conjunto de los renglones del sector externo. Si bien el gobierno central tiene un rol preeminente en este punto, no puede dejar de señalarse que varias provincias muestran un incremento insostenible de sus deudas. El Banco Central, por su parte, hizo el juego mediante la emisión de letras que totalizaban 1.200.000 millones de pesos, más que el total de billetes y monedas.
No en vano, en junio debió recurrirse a un nuevo acuerdo Stand by con el FMI, como medida de emergencia ante la evidencia de la crisis. El préstamo total alcanza los 50.000 millones de dólares, una cifra que equipara al total de créditos activos del organismo en el resto del mundo. De ese total, ingresaron al país casi 15.000 millones del primer tramo, que recompusieron las reservas internacionales del Banco Central: en los tres meses previos había perdido 13.500 millones. Al momento de escribir esta nota, el FMI tiene montada una oficina en Buenos Aires, desde donde audita al país, decidiendo si entrega o no el segundo tramo de 3.000 millones, esperable a mediados de septiembre. Vale señalar que en este período, las reservas han vuelto a caer más de 8.300 millones, mostrando que el acuerdo no logró contener la crisis.
Todo este intenso proceso de toma de deuda ha financiado un renglón en particular: la fuga de capitales. De los 54.150 millones fugados desde que Cambiemos llegó al gobierno, 20.000 corresponden al 2018, mostrando que se trata de un proceso en vías de intensificación.
La “vuelta al mundo” de Cambiemos ha mostrado con claridad sus nulas posibilidades de ofrecer alternativas en materia de desarrollo. Mientras un puñado de empresas hace pingües negocios, y sectores medio-altos aún acceden a algunos beneficios, el conjunto del pueblo queda atrapado pagando el pato de una fiesta a la cual nadie invitó.