Una cheta mira horrorizada como unos negros toman mate en su barrio privado. Una multitud baila gozosa al ritmo de Sudor Marika en la Avenida Corrientes, blandiendo la promesa del fin de Larreta. Cada cual, armado con sus propios valores estéticos y morales, pugna por apropiarse del teatro histórico de la política: el espacio público.
Por Ana Paula Marangoni Foto Marcos Lopez
Toda sociedad, toda clase social, toda tribu, todo grupo que se reúne frecuentemente comparte, implícita o explícitamente, valores morales y estéticos. Sean más o menos hegemónicos, siempre subyace a la cohesión una manera de hablar, de vestirse, de comportarse, que es deliberada. Un valor moral y estético puede ser usar una campera canguro y zapatillas de lona, aunque tu sueldo te dé para una chomba Lacoste. Raparse un costado del pelo, encender una mecha de colores, también nos habla de un deseo de pertenecer. Producirse al mango y ponerse un jean impecable, aunque sea comprado en la salada o en Avellaneda. Elegir ropa de feria americana de Palermo y salir siempre con el pelo cuidadosamente desarreglado.
Hace dos años, una cheta despotricaba contra los nuevos ricos de Nordelta, esos grasitas que tomaban mate al lado de la piscina, transformando su reducto de status, atrozmente, en una Bristol cualquiera. Su sueño de formar parte de una postal de Punta del Este se le hacía añicos. Seguramente la cheta muriese de ganas por tomar mate, pero su fantasía estética, su moral de pertenecer al pequeño círculo de ricos y famosos, era mucho más fuerte que esa fanática pulsión rioplatense. Ella no quería, no podía ser una china del Martín Fierro. Una vida de gastos y sacrificios se desmoronaba frente a su nariz respingada cuando sus semejantes rompían el criterio para sentirse diferentes a la negrada marplatense, o a las familias que pasan el domingo en la costanera con canasta, mate, bizcochitos Don Satur y reposeras en mano.
La cheta de Nordelta en algo tenía razón. Todos y todas tenemos valores morales y estéticos, aunque a muchas y muchos que no vivimos en Nordelta, ni aspiramos a ello, esa saturación de reposera y mate en una piscina de ricos se convierta en una fantasía que nos llene de agua la boca. Una versión moderada de las patas en la fuente, pero con el mismo nivel de oxímoron.
En vísperas del recambio presidencial pareciera que, mientras nos despedimos del gato devorador de las vidas más comunes, aparecen conglomerados simbólicos que buscan disputar nuevos valores; sí, morales, y sí, también estéticos.
Un video de una multitud bailando al ritmo de la contagiosa cumbia de Sudor Marika en plena calle Corrientes se viralizó en todas las redes. La canción, que denuncia la asfixia económica que se padece en pleno gobierno macrista, contrasta con la alegría de la gente que se apropia del espacio público, y por qué no, de la bicisenda y la avenida convertida en peatonal, para encender el deseo de las y los ciudadanos capitalinos: “Si vos querés…Larreta también”. Ya no alcanza con el Metrobús y el maquillaje urbano: hay una opción para vivir mejor.
La escena coreografiada también funciona como contrapropuesta de la propaganda Pro. Mientras que Macri y sus secuaces asumieron su gestión bailando arriba de escenarios, el video actualiza la escena y dice: “ustedes ya bailaron, ahora queremos bailar nosotros”.
Tal vez, hasta ahora, el boom de Sudor Marika fue la condensación más fuerte de esa puja de significados que se entreteje entre lo viejo y lo nuevo. Acaso vale preguntarse si en el top ten no expresa también algo de nostalgia por esa forma particular de habitar el espacio público durante los años kirchneristas, condensado con su más potente efectividad durante los festejos del Bicentenario.
En esos años, el consenso se legitimaba en los rituales de encuentro popular, una suerte de festividad tranquilizadora, que expresaba a la vez un goce y una suerte de contención. Una armonía que permitía disfrutar gratis, compartir entre distintas generaciones, y nos devolvía al hogar con el corazón contento. Se expresaba una relación paternalista con el Estado, donde con cariño e inflexión nos decían “la estás pasando bien, así que no te quejes”. Ya viste gratis un montón de bandas, te emocionaste cantando el himno y el estribillo de la marcha peronista (salvo ese grupo de entendidos, que acorde a sus valores morales y estéticos, aprendieron a memorizar la letra completa), tenés TDA y mirás fútbol gratis. ¿De qué te vas a quejar?
La coreo en la calle Corrientes es pegadiza y efectiva como condensación semiótica. Pero es cierto que muestra una multitud inofensiva. No es posible encontrar ahí a los que duermen en la calle, a los desocupados desesperados, a las madres del conurbano que ya no saben más qué hacer para que coman sus hijos. El video esconde, o elige no mostrar, la rabia de las y los que hoy no pueden bailar.
La felicidad peronista puede leerse de distintas maneras. Los y las descamisadas del 17 de octubre supieron expresar un desborde, más allá de políticas y consejos paternalistas. Una insurrección que les permitió ocupar un lugar no asignado a las clases populares. Esa irreverencia las colocó en el centro de la escena y las visibilizó como sujetos. Se trataba de un desborde y un exceso que trascendía a la coyuntura, y que configurada a una nueva subjetividad potente y transformadora por sí misma. Una emancipación creadora de un imaginario y una simbología polisémicos y abiertos, que desplazaba el foco a las identidades subalternas y las erigía como protagonistas deseantes de nuestra historia.
Hoy, mientras escribo y tarareo mentalmente la canción de Sudor, me pregunto de qué manera ocuparemos las calles en los próximos meses y en los próximos años. Si podremos darle lugar al goce callejero sin esconder la rabia, sin volvernos conformistas, sin esconder las caras feas y con dientes torcidos (o sin estetizarlas). Si podremos disfrutar de la fiesta (en caso de que eventualmente la haya), pero creando la nuestra. Crear nuestros propios patrones, animarnos a salir de los moldes que nos ofrecen. Dejar nuestro lugar de infantes y ser sujetas y sujetos plenos, capaces de reinventarnos, de expresar nuestro deseo. “Si vos querés, Larreta también”. Y si vos querés, muchas cosas más.