Por Simón Klemperer. Se enfrentaban Huracán e Independiente. No había garantías de buen juego pero sí, si el local no ganaba, una catarata de puteadas de los angustiados hinchas a los angustiados jugadores. Así está la cosa.
Huracán ganó jugando a la pelota. Independiente perdió jugando a ese juego tan feo que se juega últimamente, donde prima lo que pasa afuera por sobre lo que pasa adentro. Huracán jugó un primer tiempo normalito, modesto, como es costumbre, y un segundo tiempo con la pelota en los pies. La pelotita rodaba continuamente desde los pies de un jugador hasta los pies de los otros. Una cosa muy sencilla que en este planeta se llama pase, pero que ocurre cada vez menos.
Un sabio decía, “que corra la pelota, no el jugador”, pero pocos lo escucharon porque estaban gritando. Los jugadores de Independiente no podían dar esas cosas llamadas pases porque tenían enormes piedras adentro de los botines. Para Huracán jugaron 11 jugadores, para Independiente jugaron los medios de comunicación que prenden fuego de la nada, las hinchadas que queman quinchos, los hinchas que en la puerta de la cancha dicen que al equipo le falta poner huevos cuando lo que le falta es poner fulbo. Se confunde huevo con fulbo. Se confunde pasión con violencia. Se confunden muchas cosas.
Esos hinchas que en la entrada de la cancha piden compromiso cuando ellos lo único que hacen es ir a putear a sus propios jugadores o sentarse frente a la tele con la birrita bien fría. El hincha prepotente que, por alguna razón, cree que tiene poder y derecho a decir pavadas sin parar por el hecho de pagar la cuota de socio. Así, entre tanta falsa pasión y tanto idiota amor por los colores, en Argentina se juega al fútbol bajo presión y los hinchas son unos infelices que no se quieren ni a sí mismos. Pobres hinchas angustiados. Así se vive últimamente la pasión en este país tan pasional. En cada partido se juega la historia del club. En cada partido se juega el orgullo, ese orgullo tan boludo, tan patriota, tan machote, tan tan, del equipo del corazón. En cada partido se juega todo, menos al fútbol.
Huracán jugó al fulbo, tocó la pelotita, metió un gol y fue a atacar para meter otro. Contradijo el ratón sentido común que prima en estos días. Ese sentido común tan tristemente extendido que dice que si jugás de visitante y vas ganando tenés que bajar a defender, a aguantar el resultado, porque obvio, sólo sabemos que no sabemos jugar. El miedo al fracaso impuesto por una sociedad competitiva hasta el hartazgo hace aflorar las inseguridades de unos pibes que querían jugar y ahora tienen que triunfar y no triunfan. Nos desvivimos por ganar pero perdemos. Perdemos todos, siempre.
Huracán contradijo el horrendo ratonismo imperante según el cual, dicen, los capeones de la B no juegan al fulbo, juegan al centro al área o al tiro de lejos. “Aquí se juega así”, dicen. “Si querés ver buen fútbol andate a Europa, si querés”. Huracán contradijo los mecanismos pragmáticos y eficaces que tanto pregonan esos tecnócratas que triunfan poco. El globito, mientras el rojo sufría, disfrutaba. Kudelka pidió calma a sus jugadores, y esa calma agrandó la desesperación en el contrario. Manejó los tiempos propios y la angustia del contrario. Ganó la calma y ganó el fútbol.
En un equipo que juega bien, los malos jugadores se hacen buenos, y en uno que juega mal, los buenos se hacen malos. Los nombres no importan si el equipo no acompaña. Y si Toranzo jugó bien no fue sólo porque es bueno, porque en equipos malos era malo. Jugó bien porque la calma de Kudelka fue la calma de todos los demás. “Tenela” le pedía y la tuvo. A veces uno se sorprende, pero resulta que en el fulbo, hoy en día, en plena catástrofe, la pelotita sigue siendo lo más importante. Mucha hinchada y mucho huevo, huevo, huevo, huevo, pero sin pelotita, naranjas. “No hay nada nuevo, sólo lo olvidado lo parece”, decía un tal Dante Panzeri.
Sonó el pitido final y el periodista de Fútbol para Todos demostró, sin saberlo, el errante quehacer de una prensa amante del sufrimiento: entró a la cancha y fue directo a entrevistar al entrenador de Independiente. Menos mal que a De Felippe se le cayó una gotita de sentido común y le dijo, “anda a hablar con los que ganaron”.
Y en el medio del torbellino de orgullos heridos, tradiciones devastadas y hombres angustiados que buscan la felicidad donde no la hay, todos hablan a gritos de la crisis de un equipo no es tal: la crisis no es de Independiente, la crisis es del fútbol, de los que sufren jugándolo y de los que se aburren mirándolo. Y así, mientras todos anuncian alarmas, Kudelka pedía calma.