Por Federio Orchani – @fedeorchani / Foto por Agustina Salinas
Ni la democracia corre peligro ni las manifestaciones en contra de las políticas del gobierno de Macri persiguen un fin destituyente, reflexiones en torno al 1A y #6A: un paro empujado “desde abajo” ante las dilaciones del triunvirato cegetista.
Luego de que marzo sea recordado como el mes que reunió un número inédito de manifestantes para la historia reciente con reclamos varios en días sucesivos de movilización (6, 7, 8, 14-15, 24, 30) contra las políticas de la alianza Cambiemos, el gobierno tuvo su #1A. Una de las varias paradojas que caracterizó a la convocatoria, que se intentó mostrar deliberadamente como “espontánea” sin “choripanes ni micros”, es que debió recurrir al “método” de la movilización para expresarse, notable.
En un texto reciente titulado “Se vos”, el sociólogo Martín Rodríguez enumera con mucha claridad una serie de contradicciones sobre las que surfea el discurso del 1A y alerta sobre los riesgos de construirse en espejo. Fórmula que tanto macrismo y un sector del peronismo-kirchnerismo echan mano de manera recurrente para construirse en espejo. Un recurso que en definitiva, elimina cualquier matiz. Siguiendo el análisis de Rodríguez, la mente en espejo funciona así: “si TN valora sólo lo espontáneo, entonces debemos valorar sólo lo organizado. Hay un derecho en juego: no sos lo que el otro dice que sos ni aunque lo resignifiques. Cada uno es lo que quiere ser. Contra el discurso presidencial del chori no se sale sólo con un “¡viva el chori!”.
Tanto algunos medios como el gobierno –que salió a capitalizar los resultados de la movilización luego de una espera prudente– en boca del propio Macri (¡!) eligieron la forma sobre el contenido. Aunque el contenido salía vociferado cada que vez que alguno de los manifestantes reproducían en loop los lugares comunes del sentido común reaccionario y negacionista a los gritos, o mediante virulentas pancartas. Un hit del cambio de época. La SUBE vs. el micro y el chori, lo “espontáneo” vs. lo “politizado y organizado”, el celeste y blanco abstracto de la bandera argentina contra el colorido heterogéneo de las marchas de izquierda/peronistas y así hasta el fin de los tiempos. El ecosistema ideal del republicanismo PRO, la “democracia” como norma liquida sin poner en discusión el contenido. Un mecanismo más o menos formal de selección de candidatos y mandatos de entre cuatro y dos años –solo cuatro si fuese por Gabriela Michetti–, que hay que respetar sin cuestionar como debería ser en cualquier país normal. Nada más a contra mano de la cultura política argentina.
Ni la tan mentada democracia corre peligro ni las manifestaciones en contra de las políticas del gobierno de Macri persiguen un fin destituyente. Cuando la democracia dejó de funcionar, los grupos económicos –incluida la familia presidencial– que hoy sostienen el gobierno de Cambiemos apoyaron levantamientos militares que dejaron el saldo de miles de asesinados, detenidos y desaparecidos.
Es el gobierno de Macri, mediante medidas antipopulares –tarifazo, inflación, baja de salarios, etc– el que empujó a cientos de miles a manifestarse en repudio por las calles de las principales ciudades del país. Según una encuesta nacional realizada por el Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP) que lidera el sociólogo Roberto Bacman y que difunde el diario Pagina 12 el día domingo, “seis de cada diez ciudadanos dicen que están de acuerdo con el paro convocado por la CGT para el jueves próximo”, además, “un 66 por ciento piensa que el reclamo de los maestros es justo y también seis de cada diez personas piensan que el gobierno debe aflojar”. Motivos sobran, pero en lo esencial está lo económico, más precisamente el deterioro del poder adquisitivo del salario en el contexto de una marcha de la economía sin perspectivas de crecimiento significativo.
En este contexto se inscribe el paro convocado por la CGT para el día 6 de abril. Un paro que puede ser una “bisagra en la etapa macrista”, según Mario Wainfeld –cronista destacado–.
Si el pronostico es real, en parte se debe a la particularidad de la jornada definida para el #6A. Un paro empujado “desde abajo” ante las dilaciones del triunvirato cegetista. Esta vez no habrá micros ni choripán que puedan criticar los defensores de las buenas costumbres, las crónicas darán cuenta de la capacidad organizativa y contundencia del movimiento obrero argentino para cesar la producción sin que “vuele una pluma”. La metodología es materia de controversia. Para los sectores del llamado “sindicalismo combativo” o independiente de las direcciones tradicionales, el paro debería ser activo y con movilización. De hecho, desde sectores de trabajadores y trabajadoras estatales, neumáticos, gráficos y docentes, entre otros, se impulsan cortes en los accesos a la Capital Federal. La Federación de Aceiteros por su parte llamó a “concurrir a los lugares de trabajo para garantizar la medida con presencia en la puerta de las plantas y declararse en estado de asamblea permanente”. La medida convocada por CGT tiene un antecedente el pasado 30 de marzo. Allí las CTA convocaron una manifestación masiva en Plaza de Mayo con una serie de consignas y reclamos similares a los del #6A.
La comparación entre las plazas y las marchas es difícil de evitar aunque no necesariamente sirva para algo. Igual nos quedamos con un dato que interesa. El grueso de participantes del #1A forma parte de la “minoría intensa” leal a Cambiemos en general y al PRO en particular. Excepto algún despistado, había poco de “prestado” en la “marcha por la democracia”. En cambio, las movilizaciones del mes de marzo que reunieron a cientos de miles contra las medidas del gobierno, también incluyen a quienes confiaron con su voto en el “cambio”. Muchos docentes, por ejemplo. Debería preocuparse un poco más el gobierno, si es que ya no lo está. Lo mismo vale para las direcciones sindicales que juegan al “tiempo y la prudencia”. Las razones del descontento –económicas– llegaron para quedarse y son mucho más tangibles y urgentes que el “respeto a las instituciones”.
Volviendo al juego de espejos, pronto llega la hora de las urnas. El deterioro de la situación económica y social orada la imagen presidencial y de una de sus principales figuras de recambio: la gobernadora bonaerense Maria E. Vidal, jaqueada por la perseverancia del conflicto docente. Justo cuando Cambiemos se prepara para un test electoral clave dentro de pocos meses. Aunque ni Vidal ni Macri sean candidatos –falta para 2019– quienes vayan al cuarto oscuro ese día, evaluarán si la gestión macrista mejoró o empeoró sus condiciones vida.
Entonces, si el gobierno “se corre del centro” recostado en su “minoría intensa” para polarizar con el rival que le sienta más cómodo –aunque resta conocer la decisión de Cristina Fernández y la configuración final del universo peronista–: ¿hay espacio vacante para otra cosa? ¿Existen condiciones para que una fuerza transformadora se proponga como alternativa entre el conservadurismo del “si se puede” y la nostalgia del “vamos a volver”? Opciones van a existir, distinto es que tengan el peso para zafar de la aspiradora de la polarización. O como sugiere Martín Rodríguez para quienes se propongan semejante tarea: “no se trata de una oportunidad de la metáfora trillada de la “avenida del medio” (que explica la existencia de un electorado selectivo más que de una “fidelidad massista”) sino de la ampliación plural del campo opositor para ocupar también ese centro en disputa”. Interrogantes que empezarán a develarse cuando la calle, le ceda el turno a las urnas.