Por Darío Cavacini / Imagen de Lucas Milton
Un recorrido por la vida del músico Tanguito. Una excusa para pensar los métodos de internación de las personas que rompen con la “normalidad” en las sociedades; sobre todo las represivas. En esta primera parte, el surgimiento en la década de 1960 y la historia de la internación como recurso de la psiquiatría aleccionadora.
La Argentina de fines de la década de 1960 sufría un momento sociohistórico particularmente intolerante con las diferencias, signado por la dictadura militar denominada Revolución Argentina y comandada por el General Juan Carlos Onganía.
La situación del país estaba marcada por numerosos hechos que, poco a poco, se fueron transformando en cotidianos, como los reiterados asesinatos de obreros y estudiantes, la represión en las universidades públicas, las leyes anticomunistas sancionadas por el propio Onganía, el cierre de los canales tradicionales de participación política y la censura a la prensa y a todas las manifestaciones culturales calificadas como subversivas.
En aquel contexto, emergieron diferentes voces que, cada una a su manera, mostraban el descontento respecto del poder dictatorial de la época. Uno de esos grupos estaba compuesto por unos jóvenes músicos, influenciados por el movimiento Beatnik, que pasaban noches enteras naufragando entre el arenero de Plaza Francia, el baño del mítico bar de La Perla de Once, y La Cueva, un sótano-bar sobre la calle Pueyrredón.
Entre los integrantes más destacados estaban Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Moris, Miguel Abuelo, Pipo Lernoud, Javier Martínez y José Alberto Iglesias. Este último popularmente conocido como Tanguito, quien encarnaría una de las historias más trágicas del rock nacional.
Proveniente de una típica familia de barrio obrero del oeste del Gran Buenos Aires, sus primeros pasos en la música los dio en la banda Los Dukes en 1963, influenciada musicalmente por el rock estadounidense de los años cincuenta. A pesar de tener cierto éxito dentro de la escena local, tocando en clubs barriales y fiestas familiares, a los dos años decidió abandonar la formación.
Sus problemas de conducta, ligados a los excesos y a sus excentricidades, contrastaban demasiado con la estructura que los productores de Los Dukes querían darle a la banda, por lo tanto, el alejamiento de Tanguito se hizo inevitable. A partir de ese momento comenzó a frecuentar otro tipo de ambientes musicales, donde se toparía con los “padres” del rock nacional.
Dado el contexto que mencionamos de la Argentina, el espacio para vivir una vida desordenada, como la de aquel grupo de músicos e intelectuales, quedaba significativamente reducido y aquellos pibes eran reprimidos constantemente.
Durante los primeros tiempos junto a ellos, Tanguito fue particularmente perseguido y humillado por la policía, quien lo consideraba un peligro para la sociedad por creer que su forma de estar en el mundo produciría la infiltración del Comunismo en nuestro país, y destruiría la familia, la moral y la tradición.
Acusado de traficar drogas, causar disturbios en la vía pública y llevar a cabo actividades Castro-Socialistas, el orden público lo había convertido en habitué de los calabozos porteños.
El inicio del manicomio o cómo encerrar lo que se sale de la norma
En 1838 se produjo una modificación sustancial en relación al estatuto jurídico de las personas encerradas en asilos al sancionarse, en Francia, la Ley Esquirol. A partir de ese momento, comenzaron a diferenciarse dentro de los recluidos a quienes eran retenidos por algún motivo de orden social de los que requerían un tratamiento médico. Hasta ese momento, el pobre, el alcohólico, el vago, el delincuente, la prostituta, el desocupado, compartían con el loco el mismo estatus social, para lo cual existían instituciones que los alojaban para que no tuvieran contacto con el resto de la sociedad.
Esta ley, hija de la Revolución Francesa, se extendió a casi todos los Estados modernos de Occidente, y se transformó en el marco jurídico que administró el destino de las personas internadas y las prácticas asilares de los psiquiatras por más de 150 años.[i] Con la nueva legislación, entró en juego la figura de la médica y el médico psiquiatra como quien conoce y decide sobre la vida de las personas privadas de su libertad por causas médicas, y nació así la institución “manicomio” como el lugar de tratamiento médico especializado.
Así, la concepción biológica estaría presente desde el inicio de la disciplina psiquiátrica. Por eso se consideraba que, por desórdenes de tipo “orgánico”, estas personas debían permanecer en instituciones especialmente creadas para su tratamiento. El manicomio abriría sus puertas basándose en los principios de irrecuperabilidad y de peligrosidad social de sus huéspedes.
Fue el propio Esquirol el que más abogó para que tanto brujas, magos, y quien transgrediera la ley fuera considerada una persona enferma que debía ser recluida en estas instituciones especializadas en lugar de ser sometidas a la hoguera o encerrados en prisiones o asilos.[ii]
Más allá del cambio humanizado que supuso la sanción de aquella ley, la concepción seguiría siendo la misma: segregar a aquellas personas del resto de la sociedad, ya que por su conducta desviada alterarían el orden social establecido. Es por su incapacidad de vivir junto con el resto de la población no-enferma que se crean los manicomios.
Con el inicio de la psiquiatría, se produjo una exclusión justificada en una necesidad: la de un tratamiento médico especializado. Para ello se hizo inevitable crear un parámetro de normalidad cuyas desviaciones fueran juzgadas como enfermas y, por lo tanto, plausibles de la intervención del psiquiatra.
La nueva enfermedad tuvo una función social clara: legitimar la normalidad en la sociedad. Por lo tanto, quien se aparte de esos parámetros será considerado loco, insano o “enfermo mental” y “deberá ser separado del resto de la población para evitar el contagio”.
El naufragio
La tendencia de la psiquiatría a considerar todo comportamiento anormal o poco usual como enfermedad mental se extendió a lo largo y a lo ancho del mundo occidental. El eje normalidad-anormalidad fue modificándose de acuerdo a los intereses de quienes detentan el poder en ese momento y a las condiciones sociales propias de cada época y cada cultura.
Así llegamos a nuestra historia: la de Tanguito en la Argentina represiva de 1960 y a sus frecuentes choques con la sociedad en general y con la policía en particular.
Y fue el 19 de junio de 1967 cuando se produjo un cambio radical en la vida del músico. Ese día Litto Nebbia y Los Gatos grabaron su primer simple en los estudios TNT. De un lado estaba “Ayer Nomás”, de Moris y Pipo Lernoud, y del otro “La Balsa”, tema compuesto por el propio Nebbia y Tanguito.
A partir de ese momento fundacional del rock nacional, empezó a tener reconocimiento masivo un estilo musical con una ideología contracultural que apuntaba a concientizar a la gente en contra de la guerra y el hambre y a favor de la libertad; lo que se constituyó en la voz de lo que gran parte de las nuevas generaciones estaban pujando por gritar.
La masividad lograda ubicó a Tanguito en una situación particular, ya que empezaba a ser reconocido como el coautor de “La balsa” e integrante de una generación de músicos que representaba el pensamiento de miles de jóvenes. Sin embargo, no quiso (o no pudo) aprovechar aquel esbozo de fama para lanzar su carrera musical y obtener una especie de amnistía con respecto a la persecución policial.
Puesto en el centro de la escena, quedaba a mitad de camino entre subirse a aquella balsa de masividad y comercio o quedarse naufragando, ya sin sus compañeros de antes y trasformado en un símbolo para algunos grupos de adolescentes.
Su automarginación y el recrudecimiento de la actitud inquisidora de la policía lo aislaron cada vez más del mundo y lo mantuvieron en un estado de constante paranoia. Luego de numerosas detenciones y abusos, fue llevado al servicio de toxicomanía del hospital neuropsiquiátrico José T. Borda para su tratamiento.
A partir de su internación, otra historia empezaría en la vida de Tanguito. Su estadía en el manicomio estuvo marcada por la aplicación indiscriminada del electroshock y el shock insulínico (y los dos combinados), la sobremedicación, el aislamiento social, el encierro en celdas pequeñas y la violencia física y sexual.
[i] Emiliano Galende, El sufrimiento Mental, Lugar, Buenos Aires, 2006.
[ii] Thomas Szasz, La fabricación de la locura, Kairos, Barcelona, 2006.