Por Francisco Longa
La convocatoria al Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, impulsada desde el Vaticano, las movilizaciones contra el ajuste y la exclusión, y el acto del FIT en Atlanta, marcan las agendas del campo popular. ¿Hay vida política por fuera de estos espacios?
“Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor, a meros administradores de la miseria existente”. Esta arenga dirigida hacia un conjunto de movimientos populares de la Argentina y el resto del mundo, entre los que se destacan por ejemplo el Movimiento Sin Tierra del Brasil, fue pronunciada por el Papa Francisco días atrás. El jefe de la Iglesia católica cerró el III Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, que tuvo lugar en el Vaticano.
Esta interpelación a los movimientos populares es particular en lo que refiere al lugar que estos agrupamientos ocupan en la sociedad. El llamado a no “administrar la miseria existente”, precisamente en referencia a lo debatido en el eje “democracia y pueblo” durante el Encuentro, no deja dudas respecto de que para el Papa los movimientos no deben recluirse únicamente en el trabajo mal llamado ‘social’, sino que deben jugar en las grandes ligas de la política también.
Es consabido que cada gesto, cada palabra y cada acción de Francisco guarda una simbología de hondo significado político o, inclusive si así no lo hiciera, es indudable que él mismo sabe que cualquier cosa que haga o diga va a ser interpretada desde el intenso debate político que atraviesa a nuestro país.
La prisión a Milagro Sala, el anunciado (y nunca concretado) paro de la CGT, y hasta el rictus facial durante sus encuentros con el presidente Macri son procesados desde la prensa y desde la clase política como indicadores de la línea política que el Papa marca desde Europa.
Probablemente haya que remontarse a la década de 1960 para encontrar un jefe de la Iglesia con tanto predicamento hacia los sectores movilizados de la sociedad. Precisamente Paulo VI es el nombre del aula en la cual el ex cardenal Jorge Bergoglio se dirigió a los representantes de los movimientos. En su discurso profundizó en la consigna Techo, Tierra y Trabajo, y en los contenidos de perfil humanista y ecologista incluidos en su encíclica Laudato Si. Es claro que son estos los contenidos que constituyen la agenda primordial elaborada desde el Vaticano para los movimientos populares.
Por otro lado, el Papa no ha dejado de operar en el campo de la política superestructural de nuestro país. El portal de noticias La Política On line, que suele revelar información ligada a Francisco con un nivel de verosimilitud nada despreciable, viene informando durante las últimas semanas acerca de las reuniones en el Vaticano destinadas a influir en la disputa electoral de 2017. Incluso más, se aseguró desde dichas páginas que el Papa, vía su amigo Julián Domínguez, promueve la realización de una gran interna de todo el peronismo en la Provincia de Buenos Aires, donde los platos fuertes de la contienda serían Cristina Fernández y Florencio Randazzo, entre otros.
Claro que esto constituye, hasta ahora, solamente un rumor. Sin embargo, si el Papa no da muestras de signo contrario en los meses venideros, y su interlocución asidua con políticos profesionales del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires continúa, no sería de extrañar que sus gestos terminen contradiciendo a sus palabras: es decir que plantee una agenda ‘social’ para los movimientos, pero reduzca la agenda política a la intervención meramente en la interna del PJ. En el mejor de los casos, el mensaje completo del Papa hacia los movimientos parecería ser: “Métanse en política, pero recuerden que la política es el PJ”.
Los movimientos populares de nuestro país, que siempre han tenido un vínculo complejo, fluido y nada esquemático con instituciones como el Estado y la Iglesia, probablemente sepan leer este capcioso discurso papal y terminen, por un lado, aprovechando la visibilidad y la legitimidad social que otorga estar cerca de Francisco, mientras que por otro lado opten por construir de manera autónoma su proyección electoral. Si esto no ocurriera, la marcación de la agenda desde el Vaticano podría resultar en exceso condicionante, en virtud del rumbo emancipatorio que los movimientos se proponen.
Salir a la cancha
Dentro de otro universo de organizaciones del campo popular, principalmente los partidos trotskistas que conforman el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), la agenda busca distanciarse de los dictámenes del Vaticano. En ese marco el FIT está convocando a un acto político en el estadio porteño del Club Atlanta para el 19 de este mes. A esta altura, por fuera de los tres partidos integrantes del FIT, se enumeran una serie de movimientos sociales y organizaciones políticas de la izquierda independiente que se han sumado a participar y o saludar el encuentro.
Es importante destacar en primer lugar que la propia consigna que enmarca la convocatoria da cuenta de una debilidad: “El FIT sale a la cancha” se parece casi a un acto de sincericidio, en el cual se admite que todo este tiempo se estuvo lejos del terreno de disputa. Es evidente, además, que el acto tiene objetivos casi exclusivamente electorales, lo cual refuerza la idea de que la única ‘cancha’ en la cual el FIT en su conjunto está en condiciones de disputar, es la electoral.
Esto es así en la medida que, durante todo este año, asistimos a un recrudecimiento de la tan tradicional y folclórica guerra de acusaciones entre las propias fuerzas del trotskismo. Cartas, publicaciones, documentos y twits acusándose de reformistas, kirchneristas y sectarios, son la moneda corriente en la comunicación púbica entre estos grupos. Además de las declaraciones es de destacar que incluso las fuerzas del FIT, con la escasa representación parlamentaria que tienen, no actúan de conjunto en los diversos parlamentos; tanto en las provincias como en el Congreso nacional han votado de manera disímil, y como siempre, también con acusaciones de por medio.
La convocatoria para este acto también reproduce el esquema divisionista e internista del FIT. Apenas hay una consigna consensuada, y luego se pueden observar distintas estéticas y afiches convocantes, en los cuales cada fuerza política realza la participación de sus delegados, dejando en segundo lugar la potencialidad de la intervención de conjunto. Ante esto, es imposible no recordar el escenario del 1 de mayo pasado, en el cual el FIT siquiera pudo realizar un acto de conjunto. En este caso al menos, es saludable esta muestra de unidad en virtud de un acto. No obstante, esta vitalidad contrasta con la tardanza con la que llegó esta ‘muestra’, con el perfil exclusivamente electoral de la misma, y con la dispersión que las fuerzas del FIT mostraron todos estos meses. Es por ello que ‘salir a la cancha’ tras 11 meses de gobierno macrista pueda parecer cuanto menos tarde, aunque mejor aquello que nunca.
Más allá de la polarización
Pero más allá de estos puntos altos en las agendas del campo popular, la realidad cotidiana del campo popular en la Argentina muestra un arco mucho más variado, mucho más nutrido y también activo, el cual coexiste con los grandes actos y Encuentros. Mediante un breve repaso, las últimas dos semanas, y las próximas siguientes, muestran una serie de iniciativas políticas, social y reivindicativas que, con eje en la movilización callejera, también busca marcar la agenda política.
El pasado 4 de noviembre, por ejemplo, las dos CTA y un conjunto importante de movimientos populares marcharon a la plaza de mayo, y también se prevén fuertes movilizaciones para el 8 y para el 18 de este mismo mes. En todas, el eje ronda sobre el ajuste del gobierno macrista, la necesidad de empleo digno y la búsqueda por superar la exclusión y la precarización.
Pero en cuanto a cómo se confeccionan las grandes ligas de la política en el país, ¿qué capacidad de incidencia o de dirección política tienen los actores del campo popular, y cómo esta capacidad está condicionada o no por los dictámenes del Vaticano, o por las propuestas del FIT?
El campo de las posiciones intermedias nunca fue fácil en política, sobretodo en escenarios polarizados. Es por ello que probablemente aquellos movimientos que busquen colocar una tercera voz entre la cercanía respecto del Papa y el apego al trostkismo, tengan por delante un desafío complejo. Tal vez este desafío no implica una demarcación por completo de ambos polos políticos, sino el establecimiento de una estrategia consistente entre lo social y lo político, lo reivindicativo y lo electoral, en fin. Entre la construcción cotidiana de poder popular y la disputa por las instituciones del Estado.
Reconocer que existe un campo simbólico y político más allá del apego a las agendas externas a los movimientos populares no significa reproducir una táctica sectaria que se auto aísle de actores importantes en la vida política, como los movimientos que visitan el Vaticano o como los partidos trotskistas; implica por el contrario diferenciar un proyecto estratégico y autónomo, de las diversas alianzas tácticas que la coyuntura va marcando. De la consistencia entre identidad y disputa institucional vuelve a depender la construcción de un círculo virtuoso para los movimientos que buscan poner en pie una agenda propia.