Por Pedro Perucca. Zero dark thirty (La hora más oscura), el reciente film de Kathryn Bigelow sobre las operaciones de inteligencia estadounidense que culminaron con el asesinato de Osama Bin Laden, viene rompiendo taquillas en EEUU y también generando agrias polémicas.
I’ve killed a hell lot of people to get to this point. But I have only one more. The last one. The one I’m driving to right now. The only one left. And when I arrive at my destination… I’m gonna Kill Bill.
The Bride
I’m going to smoke everyone involved in this op and then I’m going to kill Bin Laden.
Maya
Tras convertirse en la primer directora de la historia en conquistar un Oscar con The hurt locker en 2010, Kathryn Bigelow se embarcó en el proyecto de filmar un capítulo de la caza del terrorista más buscado del mundo. Inicialmente su proyecto se iba a llamar Kill Bin Laden e iba a centrarse en un operativo fallido de un grupo de Black Ops (operaciones secretas) del ejército norteamericano para matar al líder de Al Qaeda en las montañas de Afganistán en el año 2006. Mientras buscaba locaciones para ese film se encontró con que el 2 de mayo de 2011 por fin se había logrado el objetivo perseguido por más de una década y, en la localidad de Abbottabad, Pakistán, comandos estadounidenses habían matado a Osama (en, aclarémoslo, una operación ilegal desde todo punto de vista, operando fuera de su territorio y atribuyéndose el rol de policía del mundo, jurado, juez y ejecutor).
Así que sobre la marcha Bigelow y su guionista (el periodista Mark Boal, sobre cuyo trabajo también se basó The Hurt Locker) decidieron enfocar su película en ese hecho. Para ello Boal inició su investigación sobre la operación más famosa y sospechada de los últimos años: “Mi intención fue plasmar la complejidad de la situación, tanto moral como psicológicamente. Tuve la enorme suerte de poder escribir un guión basado casi íntegramente en lo que me contaron”. Esta pretendida rigurosidad investigativa se explicita al inicio del film, cuando una placa afirma que todo lo relatado allí se basa en “informes de primera mano”.
Sin embargo, más allá de tales declaraciones y de la opinión de una cierta crítica de cine que la considera una joya de “periodismo cinematográfico”, lo cierto es que Zero Dark Thirty (ZDT) está más lleno de trampas cazabobos que las calles de Irak que debía limpiar Jeremy Renner en el film anterior de Bigelow.
Punto límite
En ZDT, de excelente factura técnica y narrativa, la directora apuesta a una hermosa estética casi documental, con mucha cámara en mano y en locaciones absolutamente vívidas y verosímiles (hubo grabaciones en India y el complejo habitacional paquistaní de Bin Laden fue replicado en un pequeño pueblo jordano). Pero no hay contexto geopolítico, histórico ni cultural alguno. Sólo sabremos que hubo un 11/S que se ubica al inicio de la historia (como para dejar claro quiénes son los agresores y quiénes las víctimas) pero nada más. Los habitantes árabes son mostrados sólo como terroristas o como parte del paisaje. La mirada predominante de la cámara es periodística y no busca involucramiento empático con los personajes, a los que simplemente observa. La misma directora, en una entrevista con The New Yorker, declaró que: “La película no tiene intenciones ocultas y no juzga”.
El eje de la historia es el personaje de Maya (una gran actuación de Jessica Chastain), una analista de la CIA que es reclutada desde la universidad para investigar los atentados del 11 de septiembre de 2001. Bigelow nos la presenta al principio como impresionada por unos brutales métodos de interrogación (enhanced interrogation, según el eufemismo yanqui). Luego de una vaga reluctancia inicial Maya, obsesionada con capturar a Bin Laden, acepta y aplica la tortura como método válido para obtener información.
Y aquí, en estos terribles 15 minutos iniciales de la película, donde torturas y humillaciones aparecen completamente desnudas, es cuando la pretensión de Bigelow de “no juzgar” empieza a mostrar algunos de sus graves problemas.
Aún en medio de la bestialidad, la directora elige mostrar a sus personajes, a los torturadores, simplemente como empleados haciendo un trabajo. Algunos lo hacen mejor y otros peor: pura obediencia debida sin escrúpulo alguno. Ninguno parece disfrutarlo pero, como son profesionales serios y patrióticos, dan lo mejor de sí al aplicar el submarino, el encierro restrictivo, la privación de sueño, los golpes. También es un simple burócrata de la CIA el que luego de un atentado terrorista le exige a su equipo: “Quiero blancos. Hagan su maldito trabajo. Consíganme gente para asesinar”.
¿Pero se puede mostrar la tortura sin emitir juicio de valor? Pensemos en qué pasaría si alguien eligiera mostrar “sin juzgar” un campo de concentración nazi o un “asadito” en la ESMA. Es que esa supuesta “neutralidad” periodística, esa mirada meramente constatativa de la realidad, esa pretensión de “mostrar sin juzgar” es, claramente, toda una toma de posición.
En un momento del film, cuando ya la caza de Obama lleva varios años y la escasa humanidad de Maya se ha consumido en la obsesión de la captura, se puede ver al presidente Obama en la televisión, en noviembre de 2008, afirmando: “Lo dije reiteradamente: América no tortura”. Poco más adelante veremos a otros burócratas quejándose por esta resolución de la nueva administración.
Así, la “historia oficial” de Bigelow pretende dejar a todos más o menos contentos. Los partidarios de la tortura defendida explícitamente por la administración Bush argumentarán que, como prueba la película, la data conseguida con esos métodos obtuvo resultados indiscutibles: Osama fue localizado y neutralizado. Y los obamistas también quedarán satisfechos porque se muestra que con la asunción de Obama todo cambió y esos métodos quedaron en el pasado. Sólo que, más allá de las promesas de campaña, Guantánamo y las bases secretas de la CIA siguen allí, “garantizando la seguridad de EEUU” sin preocuparse por legalidad o derecho humano alguno.
Días extraños
Mientras que ZDT se consolida como número uno en la taquilla yanqui y continúa cosechando premios de diversas asociaciones de críticos, también se le han abierto diversos frentes de tormenta que ya impactaron negativamente en su performance en los Globos de Oro y que Bigelow deberá capear si quiere tener posibilidades en los Oscar.
Los argumentos contra el film son de todo tipo y van desde denuncias de “claramente inexacto y engañoso”, por afirmar que la tortura jugó un rol en la eliminación de Bin Laden (hay un pronunciamiento firmado por varios senadores y una investigación en curso), hasta un llamado a boicotearlo de varios organismos de derechos humanos por presentar a la tortura en última instancia como un mecanismo efectivo.
Frente a esta oleada de críticas que ha puesto nuevamente en el centro de la agenda política y mediática norteamericana el incómodo tema de la tortura, Bigelow tuvo que salir a hacer algunas aclaraciones en el periódico Los Angeles Times. En una carta allí publicada la directora en primer lugar se define como una “pacifista de toda la vida” que ha “apoyado todas las protestas contra el uso de la tortura” y recomienda que las críticas se dirijan a “quienes ordenaron esas políticas y no a una película que lleva una historia a la pantalla”. Luego insiste en que no es lo mismo mostrar o retratar una situación que avalarla. Pero concluye su argumentación planteando: “Bin Laden no fue derrotado por superhéroes caídos del cielo sino que lo fue por americanos comunes que lucharon valientemente incluso cuando tuvieron que cruzar líneas morales, que trabajaron fuerte y atentamente, que se entregaron completamente tanto en la victoria como en la derrota, en la vida y en la muerte, para la defensa de esta nación”. Lo mismo que cuando dedicó el Oscar por The hurt locker a las tropas norteamericanas que se encuentran luchando fuera del país.
Es decir, no hay confusión posible en cuanto a la posición política de Bigelow y de su film. Como su película anterior, ZDT es un vehículo de propaganda y de grosera ideología guerrera e imperialista que pretende esconderse detrás de esa presunta objetividad de “mostrar y no juzgar”. Es cierto que no es Top Gun ni Día de la Independencia. El tono es otro, mucho más frío y burocrático. No se propone exaltar la cuerda patriótica más superficial y triunfalista, haciendo que todos salgamos del cine agitando banderitas con barras y estrellas, felices por la venganza exitosa y buscando un mostrador donde enlistarnos para el US Army sino reforzar lo que podríamos llamar un patriotismo pragmático.
Un poco como el discurso del Coronel Jessup en Hombres de Honor (A few good men), quien ante el interrogatorio de Tom Cruise por una manteada que se había pasado de rosca en Guantánamo contesta: “¿Quieres la verdad? Ustedes no pueden manejar la verdad. Vivimos en un mundo que tiene muros y esos muros han de estar vigilados por hombres armados. Yo tengo una responsabilidad mayor de la que puedas calibrar jamás. Tú lloras por Santiago y maldices a los marines. Tienes ese lujo, tienes el lujo de no saber lo que yo sé, que la muerte de Santiago aunque trágica, seguramente salvó vidas y que mi existencia, aunque grotesca e incomprensible para ti, salva vidas. Tú no quieres la verdad porque en zonas de tu interior de las que no charlas con tus amiguitos, me quieres en ese muro, me necesitas en ese muro”.
Sólo que en esa película Nicholson era el malo. Ahora los que torturan son los buenos. En fín, sí, se trata de un trabajo sucio pero, parece plantear Bigelow, alguien tiene que hacerlo.