Por Claudia Korol
Empezó el juicio por el crimen de Diana Sacayan, y aunque no creo en esta justicia ni en sus tribunales, que todos los días nos muestran su feo rostro héteropatriarcal, racista, colonial, tan burgués, tan indiferente a las vidas y a las muertes de lxs pobres, hoy deseo equivocarme y que la lucha de su hermano Say y de su familia, de sus compañerxs y amigxs, de quienes la sentimos íntima y cercana, provoque algún revuelo, y que el crimen sea tratado como lo que fue: un travesticidio.
Comienza el juicio, y un montón de Dianas se me amontonan en la memoria y en la piel. Dianas que me apretujan en el abrazo y en la ausencia cotidiana. Dianas que me empujan hacia ese lugar de reconocimiento que ella nos exigía con su activismo solidario con todas las causas. Ésta vez es por ella. Quisiera que todas y todos los que alguna vez recibimos su presencia militante, en movilizaciones tan diversas, de trabajadorxs, de sin trabajo, de piqueteras, del movimiento de mujeres, contra el CEAMSE, por el derecho al aborto, al trabajo, a la educación, a la salud, a la vivienda, a la tierra, estemos exigiendo frente a los tribunales “Justicia para Diana”.
Diana estudió con nosotrxs educación popular. Nos decía que lo necesitaba para organizar a sus compas. Estaba entonces formando el M.A.L. (Movimiento Antidiscriminatoria de Liberación). En los talleres en los que participaba en la Universidad de las Madres, llegaba Diana a enseñarnos los muchos modos de habitar el cuerpo y el deseo, a discutir los dogmatismos de algunos feminismos, a interpelar a quienes sostienen que la prostitución es un trabajo, sin percibir las marcas que la explotación sexual deja en los cuerpos, en los afectos y en las vidas. Insistía en que tanto para ella como para la mayoría de travestis y mujeres pobres, la prostitución lejos de ser una elección, es el lugar que les asigna este sistema. Con una paciencia infinita explicaba a sus compañeros y compañeras del grupo, y a nosotras que lo coordinábamos, qué significaba para ella ser travesti, indígena, pobre, sudaca. Eran diálogos duros pero amorosos, en los que cuestionaba los privilegios patriarcales de los varones, la indiferencia de algunos feminismos blancos y hegemónicos hacia los cuerpos disidentes. Hablaba desde cada herida y desde cada sueño. Desde un feminismo travesti, comprometido con la lucha popular, y con la palabra que nacía siempre de la experiencia, de la rebeldía, y de una gran capacidad para argumentar.
Cuando Diana no llegaba, el grupo se alarmaba. Siempre estaba al borde del riesgo. Respirábamos aliviadas cuando entraba al taller, y siempre había un momento para escuchar sus últimas andanzas. Pero a veces al rato de estar sonaba su teléfono, y salía corriendo porque alguna compañera la necesitaba, y ella no podía dejar de ir a la comisaría o al hospital, lugares que tanto transitó, por ella o acompañando a alguna trava amiga o desconocida.
Es parte de nuestra memoria colectiva como equipo, haber viajado juntas en el 2005 a la cumbre de presidentes en Mar del Plata, cuando Bush recibió la contrariedad de que no se firmaran los acuerdos del ALCA. Una de las imágenes imborrables que guardo de ese momento, es a Diana en medio de los gases lacrimógenos, tirando piedras a los policías que bloqueaban el paso hacia la zona de la ciudad donde se encontraban Bush y los otros presidentes. Resplandecía Diana en su furia trava antimperialista.
Después de esos años, nos seguimos encontrando en marchas, en actos, en talleres. Diana algunas veces llegaba radiante, con el proyecto de cupo laboral travesti trans -para que las compañeras tuvieran oportunidades de trabajo-, con sus propuestas de espacios de formación y educación popular para “las maricas” (talleres que insistía que tenían que ser en Laferrere y no en la Capital). Otras veces llegaba a compartir la alegría de tener el DNI con el nombre elegido, Amancay Diana. Amancay, en quechua, es el nombre de una flor amarilla, con pintitas rojas. Amancay Diana se sembró y ahora se multiplica en nuestras vidas.
Otras veces Diana llegaba destrozada por dolores recientes o añejos, desengaños, caídas, golpes recibidos en esas calles que la maltrataron tanto. A veces no llegaba, como en el Encuentro de Mujeres de Mar del Plata, donde nos preguntábamos cada tanto con Lohana: “¿por qué no llega? ¿en qué historia se habrá quedado?”. Nunca llegó, y desde entonces Lohana no fue la misma. El dolor la atravesó por completo, y ella hizo lo que sabía hacer: politizar la furia. “El juicio tiene que establecer que el crimen fue un travesticidio”, nos dijo enseguida. “Por Diana y por todas las travas asesinadas en crímenes de odio”. A eso dedicó Lohana buena parte del poco tiempo que vivió después del crimen de Diana (apenas unos tres meses y días más).
En estas horas de ansiedad, angustia, dolor, responsabilidad, siento que Diana me habita con su palabra luminosa, con sus gestos de ternura, con su rebeldía, con su magia de hacerse a sí misma y de permitirnos rehacernos con ella, atravesando las puñaladas que tantas veces intuimos que podían tocarle, porque así poderosa como era, sabía que no era fácil escapar a la historia de tantas travas que no conocieron un cumpleaños de 40. Faltaban poco más de dos meses para que Diana los cumpliera, pero el héteropatriarcado mata, hermana. Nos mató en vos, Diana, salvajemente. Todavía sentimos cada puñalada.
El crimen fue un travesticidio. Ésa es la sentencia que esperamos. También esperamos que los medios masivos de comunicación se cuiden de no hacer sus operaciones pornográficas de maltrato, estigmatización, que han permitido una y otra vez criminalizar a travestis y trans. Esta vez no, por Diana y por todas.
Porque estamos a pocos días de un 8M en el que las travas y trans se han visibilizado con toda la fuerza de su grito, exigiendo justicia para Diana y para todas las compañeras asesinadas. Porque ya no somos las mismas, y aprendimos con Diana, Lohana, Marlene, Nadia y tantas compañeras travas que nos siguen enseñando, a desordenar el mandato binario sobre nuestros cuerpos, y a problematizar cada una de nuestras creencias sobre la sexualidad, que nos quitan la fuerza del deseo y las alas para volar.
Justicia para Diana. Libertad para nuestros cuerpos rebeldes. Furia travesti.
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