Por Andrea Sosa Alfonzo. Marcha dialogó con Orlando Agüero y Florencia Vespignani, quienes militaron junto a Darío en la zona sur del conurbano. La historia de los de abajo, la de Darío y la de tantos jóvenes de aquel 2002, retratada en las palabras y las imágenes.
La Estación Darío y Maxi se transformó en un espacio de apropiación para las organizaciones sociales, los militantes y artistas. Pero sobre todo para los jóvenes que cada 25 y 26 de junio se acercan a respirar, a llorar, a sentarse junto al lugar donde cayó primero Maxi y luego Darío, asistiéndolo, deteniendo en un gesto inmortal toda la infamia de una década de abusos.
Muchas de las intervenciones y de la iconografía que hacen de la Estación ése lugar de apropiación continúa y de referencialidad hacia Darío y Maxi, en ese acto espontáneo y político que sólo el arte comprometido con su tiempo puede generar, es parte del trabajo y de los dibujos de Flor Vespignani, quien junto a decenas de artistas populares imprimieron un espíritu que seguramente contagiaba Darío en sus compañeros.
Orlando Agüero, que estuvo presente ese fatídico 26 de junio junto a Darío en la marcha de la CTD Aníbal Verón, y quien ayer volvió a la Estación que hace 12 años atrás lo tuvo ahí presente, nos cuenta cómo se vivieron esos años de militancia, y por qué Darío es hoy ejemplo de militancia en las barriadas.
– ¿Que episodio/s junto a Darío, ahora a lo largo del tiempo, marcó tu militancia?
OA: Conocí a Darío allá por el año 97, en un campamento de la militancia popular junto a mucha gente de barrio. Punta Lara ofrecía su geografía como marco natural para aquella jornada militante. El sol y el río hacían juego con las carpas así como el conjunto de compas que fuimos hasta allá.
Darío estaba ahí, entre medio de toda esa militancia. Ninguno sabía que en ése lugar nos encontrábamos quienes, años más tarde íbamos a transitar los hechos más sobresalientes de los últimos tiempos de la historia de nuestro pueblo. Sin embargo, por aquella época, no nos encontrábamos por casualidad. Todos estábamos intentando construir respuestas desde los barrios para resistir el tremendo avance del neoliberalismo menemista. Así es que fuimos organizando los primeros movimientos de desocupados. Desde Quilmes, hicimos varios intentos hasta que floreció una coordinación muy importante, de muchos barrios, formulando un MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados) muy numeroso y combativo. Nos incorporamos entonces a la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Es aquí donde nos volvemos a cruzar con Darío, en varias reuniones y luchas. Su aspecto impactante y sus intervenciones reflexivas, lo ponían en un lugar diferente.
En la jornada del 26 de Junio del 2002, un día de frío invernal, luchábamos contra la política de hambre del gobierno para el pueblo. Decidimos enfrentar las amenazas de represión, que a través de los medios de comunicación anunciaba Carlos Ruckauf y los miembros del Ejecutvo del entonces presidente, Eduardo Duhalde. La rebeldía joven de esa generación jugó un papel más que importante, demostrando que el pueblo también propone caminos. A las doce menos cinco del mediodía cuando sonaron los primeros disparos, los gritos, las corridas y los sonidos estruendosos, nos dimos cuenta que eran las primeras señales de que la amenaza del gobierno se iba cumpliendo. El aire comenzó a cubrirse de un humo blanco. El olor era irresistible. Las lágrimas en los ojos de los compañeros y las compañeras mostraban las imágenes del dolor que por años venía soportando el pueblo. El efecto del gas lacrimógeno no fue lo único. Empezamos a buscar los compas y a ayudar a heridos mientras retrocedíamos por la avenida Pavón. Íbamos a ir a la Estación de Avellaneda, sin embargo, muchos compañeros nos empezaron a decir que siguiéramos de largo porque ahí estaba la Policía. El compañero José, tenía que agarrarse de mí para caminar porque un balazo le había atravesado un pie. Llegamos hasta Los Siete Puentes perseguidos por una nube de gas, muchos disparos y la Policía que detenía gente incansablemente.
Ya estaba oscuro, muy oscuro en la Comisaría 1º de Avellaneda mientras exigíamos la liberación de los presos. El clima descendía. El olor del polvillo impregnado en la ropa hacía sentir todo el tiempo el hedor de la represión. Estaba ahí, latente. Como si algún mecanismo supremo lo haya puesto en pausa, pero seguía ahí. Es en ese hueco de la noche, que me entero que uno de los muertos era Darío. Me lo comenta justo uno de los compañeros con quien también habíamos estado en aquel campamento de Punta Lara. Es ahí donde realmente empecé a comprender. Darío había vuelto a la Estación. Creo que esto significó muchísimo para mí. Me formó y nos formó en la práctica y con el ejemplo, a toda una generación militante que continúa al día de hoy levantando las mismas banderas.
FV: Lo conocí cuando empecé a militar en zona sur, en una organización que compartimos Movimiento La patria vencerá, en 1998. Luego los inicios de los MTD en el conurbano. Esos años fueron muy intensos, pensaba la importancia de los procesos colectivos como pueblo y como determinadas coyunturas aceleran esos procesos de organización y lucha de nuestro pueblo. También pensaba que como militantes, en esos momentos; tenemos que estar a la altura de esas circunstancias, obviamente. Aunque también tenemos que aprender a construir y tener paciencia en otros momentos donde el dinamismo de lucha no es tan intenso y la coyuntura es más confusa.
Por suerte compartí esos años con Darío, que también fueron los años más intensos de su militancia y me animo a decir de su vida. Los inicios de los MTD, los cortes de ruta de 2 o 3 días y muchas actividades en los barrios, la charla permanente con los vecinos y vecinas, las relaciones con otras organizaciones también nuevas como los MTD´S, las inolvidables jornadas del 19 y 20 diciembre.
El 26 de junio de 2002, en medio de una brutal y bestial represión desatada sobre miles de hombres y mujeres que reclamaban una vida digna, Darío nos sorprende y nos ilumina con un inmenso gesto al quedarse con Maxi. “En el medio del horror, la belleza”, diría nuestro compa Vicente Zito Lema. Darío sabia el peligro, conocía a las bestias que nos perseguían, era consciente de la situación en que estaba, y así y todo, se queda con Maxi. Y se queda y le agarra la mano y eso nos demuestra que puede más la solidaridad, la grandeza, el coraje, que el horror de los que quieren imponer el terror como forma de vida.
– ¿Quién era Darío para Orlando Agüero?
OA: Darío fue aquel muchacho, que había apenas conocido en luchas y reuniones militantes, había trascendido, había ofrecido su sangre y con su prédica en acción nos enseñó. Se transformó en una referencia indiscutida de las luchas de ese momento y del presente, proporcionando una identidad a los sectores populares organizados en los MTD y otras formaciones posteriores. Ese es Darío, el compañero que imprime los valores de solidaridad y compañerismo en un proyecto de poder popular, organizado colectivamente y desde abajo, en contraposición con las mezquindades del sistema que pregonan el egoísmo y el individualismo. Es así, Darío volvió a la estación, pero ahora estamos todos.
– ¿Quién era Darío para Florencia Vespignani?
FV: Darío en ese contexto era, un militante decidido y con mucha convicción por lo que hacía. Esa es una de las características que me gusta recordar de su personalidad, muy convencido de lo q hacíamos, decidido. Y por eso, dispuesto a cubrir la tarea que hacía falta. Siempre se adaptaba a las dediciones colectivas y se ponía a disposición, sin importar si era sábado, domingo, horarios. Estaba 24 horas disponible. Y en esos momentos necesitábamos eso.
Hoy, ése gesto, ése momento que condensó su vida, nos ilumina, nos emociona y nos guía en el camino de la lucha. Espero que podamos estar a la altura de la circunstancia de ese legado.