Por Brenda Rojas
Como parte del Dossier: “Bicentenario: la Independencia en debate”, producido conjuntamente por Marcha y Contrahegemonía, nos adentramos en la vida y legado de Juana Azurduy, heroína en las luchas de la liberación, a 200 años de la Independencia.
“… el curso general de la revolución…, ha
confirmado de un modo admirable una de las
profundas tesis de Marx: la revolución avanza
por el hecho de que crea una contrarrevolución
fuerte y unida, es decir, obliga al enemigo a
recurrir a medios de defensa cada vez más
extremos y elabora, por lo mismo, medios de
ataque cada vez más potentes…”
V. I. Lenin, Obras Completas. Tomo 11.[1]
Introducción
El punto de partida es aquí una visión de la sociedad o, en términos más precisos, de la vida social como fragmentaria y conflictiva, como un escenario de disputa que abarca distintos ámbitos: la vida cotidiana y sus dimensiones, ante todo el género y la revolución. En cuestión de género, así como la cuestión de clase o interétnica, el eje estructurador común a todos estos ámbitos son las relaciones de poder[2]. No solo por la necesidad de generar un relato que incluya a los sectores subalternos que participaron de la guerra, sino por la necesidad de instalar un nuevo eje de discusión que sepa contemplar el origen de la necesidad de participación de las clases populares, cómo se vieron afectadas para luego organizarse.
Conocer a Juana Azurduy no es solo conocer a quien llevó adelante la organización de la resistencia en el Alto Perú y en nuestra frontera norte en contra de los Realistas, sino que además es comprender su participación dentro de un colectivo organizado, la necesidad de una resistencia pero con un tinte de matriarcado y feminismo. Es disociar la idea de necesidad y la de conciencia de clase, la realidad coyuntural de una época y una imagen alejada de la guerra de independencia.
El panorama es amplio: desde los primeros gritos de independencia que comenzaron sonando por Chuquisaca en 1809, el título de Teniente Coronel de las milicias criollas que le otorga el General Manuel Belgrano, la pérdida de sus hijos, tierras y marido en la guerra y acompañar a Martín Miguel de Güemes en Salta, hasta morir pobre en una pensión de Bolivia. Este recorrido va a traer consecuencias en el uso de la imagen de Juana tanto para el pueblo boliviano como para el argentino. Hay un cambio muy grande en la estructura social de ambos países que les genera legitimarse o no bajo el recuerdo de una mujer participando activamente en la guerra de independencia del Río de la Plata en contra de los Realistas.
Desarrollo
La campaña de Independencia comienza con una ofensiva realista desde Lima, para aniquilar el foco revolucionario. En simultáneo, las tropas patrióticas comenzaron a avanzar hacia el Alto Perú para sumar provincias y ciudades a la causa revolucionaria. Tanto Manuel Ascencio Padilla como su esposa Juana Azurduy fueron dos de los comandantes guerrilleros con que contó la gesta de la Independencia en el Alto Perú. Sus ejércitos populares, peor armados que las tropas revolucionarias “abajeñas” -de bajas tierras-, pero infinitamente más bravos que estas, se erigieron en una de las mayores pesadillas que debieron soportar los realistas[3]. Mas su accionar no fue en soledad, contaron con la participación de muchas familias. La sociedad del alto Perú, debido a su particular formación espacial y el sistema urbano –bastante integrado pese a las distancias y al relieve montañoso–, formaba una estructura social compleja, como en toda la colonia, los funcionarios civiles y militares formando una burocracia fuerte, con intereses mercantiles y agropecuarios. Pero a su vez, se desarrolló un adinerado sector social de mercaderes, vinculado al tráfico de alta distancia. Por último, se encontraban los mitayos[4] que eran trabajadores indígenas designados anualmente para tareas mineras, urbanas y rurales.
Las contiendas armadas fueron una consecuencia de enfrentamientos entre la Corona y sus súbditos díscolos. Hay que tener en cuenta que el ideal colectivo de independencia las llevó a ocupar lugares en el proceso revolucionario “poco comunes para las de su sexo”, porque cumplieron roles que se le asignaban a los del género masculino. Ya que participar de la guerra no estaba permitido para ellas, los enemigos (los “godos”, es decir los españoles y conservadores, llamados así de manera despectiva por los americanos) las condenaron para escarmentarlas porque la visión de la época consideraba a las mujeres seres pasivos y de inferioridad de condiciones frente a los varones.[5] Azurduy, va a ser la primera mujer en conducir su acción militar como jefa de caballería, pese a no tener instrucción militar. “Que vistió blanco de corte mameluco, chaquetilla escarlata o azul con franjas doradas y una gorrita militar como pluma azul y blanca, los colores de la bandera de Belgrano”.[6]
Pero nunca dejó de lado el sentido de pertenencia a su clase y su lugar en la estratificación social. Así, la coordinación de sus “campamentos de familias” eran verdaderas creaciones de organización del Poder Popular Insurgente. Aun proviniendo ella y su esposo del funcionariado “oficial” del Virreynato, diferenciándose de los mitayos, Juana dirá “la propuesta de dinero y otros intereses solo debería hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, mas no al que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego”, frente a un soborno que se le hará por parte de los oficiales Realistas a su marido. Organizó un batallón denominado “Leales”, leales a la causa de la Revolución y leales a su comandante, pero ante todo leales a su condición de clase. Con la muerte de Padilla, se puso al mando de la tropa de Tomina y pasó a Tarija, los otros jefes de la región le impidieron accionar –es posible mencionar a algunos jefes, entre ellos, Chuquisaca, Sopachuy, Yamparaéz y Tarabuco, quienes contaban con el apoyo de la elite del Alto Perú-. Ante tal situación, decidió unirse al caudillo Martín de Güemes en la frontera del norte argentino.[7]
El escenario en el norte era diferente. La “popularización”[8] de la guerra independentista fue un tema complejo, la formación de las milicias campesinas era un hecho real, pero su misma organicidad impedía determinar sus tendencias políticas. En un ambiente social empobrecido, donde los mecanismos tradicionales de control político-militar estaban desarticulados, la guerra exhibía las viejas contradicciones de la sociedad colonial. El desorden político era de grandes dimensiones. Los ejércitos en pugna se enfrentaban por el control de la región minera, que pese a su crisis estructural, era vista como la única capaz de producir crecimiento económico. Este entusiasmo se fue contagiando y generando en los sectores populares la necesidad de una proyecto de autonomía plena.
Con respecto a algunas de las actividades de las mujeres, y cada vez más de hombres u otras identidades sexuales, controversiales en el campo no solo de género, no hay una unanimidad, sino un fuerte debate. Para Juana Azurduy, ser parte del ejército, incluso comandarlo, si bien hubo una elección, las circunstancias se lo impusieron.[9]
Entender el pensamiento de Juana y sus ideales viene arraigado con su historia de vida: huérfana, adoptada por sus tíos despóticos, que con el tiempo la encerrarían en un convento, para luego ella escapar y encontrarse con Padilla (quien, a su vez, recibió influencias en Chuquisaca de Moreno, Monteagudo, Castelli y otros que eran estudiantes de la universidad de San Francisco). Muchos ideales era compartidos y eso se reflejó en el comportamiento de ambos, pero también se reflejó en las decisiones que tomarían Castelli o Moreno.[10] Salvo pequeños grupos de intelectuales de Chuquisaca, pocos conocían a fondo el proyecto revolucionario.
Los cambios en la forma de representación de la figura de Juana Azurduy forman parte de un cambio estructural en la sociedad boliviana. Gracias a Simón Bolívar, va a ser homenajeada como “heroína”, ordenando que se le estipulara una pensión vitalicia. Este reconocimiento se da dentro del ámbito oficial. La sociedad la valoró dentro de los cánones masculinos “ha producido una mujer que oscureciendo el valor de sus enemigos ha fijado el ejemplo y llamado la admiración de los Pueblos y ha señalado su digno lugar en las páginas de nuestra historia como la única de tan sublime mérito en toda la América del Sud” (Juana Azurduy: Título de heroína Nacional y General de las Fuerzas Armadas de la Nación. 1962. Presidencia de la Nación.) El discurso subsume el colectivo de mujeres cuando la coloca como la única, justifica su rol con tal sublime mérito, manteniendo la inferioridad femenina. Como la guerra, el poder y la fuerza se identificaban con los varones, la iconografía general la representó con rasgos masculinos, ante todo en el siglo XIX y gran parte del siglo XX.
Con la incorporación al escenario político nacional de la mayoría indígena-campesina y mujeres al establecer el voto universal en 1952, durante la revolución boliviana o ‘revolución nacional’, en el período del 9 de abril de 1952, hasta el golpe de estado del 4 de noviembre de 1964, revolución llevada a delante por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). En este contexto, se generaron los cambios necesarios para incentivar a la mayor participación ciudadana posible, la reforma agraria –distribución de tierras para poder acabar con el régimen terrateniente imperante en el oeste del país y generar un nuevo control sobre los recursos naturales por fuera de la economía– entre otros, pues esta revolución es, en cuanto a transformación social, comparable con revoluciones tales como las mexicanas o cubanas. En esta coyuntura, la figura de Juana Azurduy toma un carácter diferente, se aprecia como mujer y no solo por su accionar activo en la guerra de independencia, sino como prócer y representante del nuevo sufragio femenino que se incorporaba para dar un salto cualitativo en la sociedad civil.
Con el bicentenario de su nacimiento, el 12 de Julio de 1980, se le rindió homenaje en la Casa de Libertad de Sucre, bajo la presidencia de la Sra. Lidia Gueiler Tejada, presidenta de la República de Bolivia, declarando el año 1980 como el “Año de la Heroína Juana Azurduy de Padilla”, incluyendo en el Aeropuerto Internacional de Sucre un monumento significativo de Juana.[11] El hecho de contar con una mujer en el poder ejecutivo proporcionó un movimiento de mujeres que acompañó las medidas tomadas en favor del reconocimiento de Juana Azurduy.
Conclusiones
Es posible esclarecer que la batalla por la emancipación es parte fundamental de la batalla cultural por la enajenación capitalista en sus más diversas manifestaciones. En el tema de la transformación de la vida cotidiana, y en los esfuerzos por la creación de la nueva mujer, entiendo que está la intersección del feminismo con la teoría y práctica de la organización del colectivo como un todo. Desde las prácticas tan dispersas como diversas, nacidas en su mayoría no desde la conciencia preestablecida de nuestra opresión como género, ni de una definición previa como feministas, sino del dolor, la necesidad y de la esperanza que conmueve, pero la lucha, que en primer instancia es la que suele ser sobrevivida.[12] Juana Azurduy, el proyecto de emancipación, las guerras de independencia, forman parte de un proceso acompañado de grandes cambios y en el marco de esta gran batalla resulta inexcusable repensar y definir el lugar de las mujeres en la sociedad, en la distribución sexual/social del trabajo, en la familia, en los movimientos populares y en generar prácticas y teorías que impulsen una ruptura con las concepciones hegemónicas del poder y su distribución en todas las esferas de la vida.
Pues es inevitable hacer mención del movimiento que tanto Padilla, Azurduy y Güemes logran gestar en el norte del territorio, en los pequeños pueblos que luego se organizan para la guerra, para la resistencia y para la revolución. Los ideales de libertad son los motivadores de la clase subalterna que desde las bases se organiza, desde los pequeños núcleos, porque el primer ejército que arman en Chuquisaca –luego en Salta- va a estar formados por familias. Cuando se recurre al concepto de “organización de familias”, se remite a la integridad de las mismas, tanto a la participación de los hombres, como la participación de las mujeres. Quizás la perspectiva que nos permite pensar en esta lógica se relaciona con la necesidad de participación de las clases populares en otra esfera política, más allá de la que se vincula por una cuestión de locación y actividad en relación al mercado o la producción -ya sea por ser consumidores o productores- sino, y más radicalmente, en el plano político y militar.
Después del 25 de mayo de 1810, el Cabildo del Río de la Plata había dicho que no se iban a considerar ciudadanos ni los negros, ni los indios, ni los mestizos, ni las mujeres[13]. Ese pacto de exclusión, aunque después se haga una distribución social equitativa, ya había dejado a media humanidad al margen de ese reparto equitativo, con una descripción del sujeto como un sujeto que está determinado por el mercado. Como un consumidor o productor de bienes: se va a hacer una distribución de roles entre aquellos sujetos que producen o consumen bienes. Quien no produce o consume queda afuera del pacto social, no tiene espacio, no es nombrado ciudadano. Queda completamente al margen de beneficios sociales y también de obligaciones. Entonces, si se van a repensar las relaciones sociales, hay que empezar por un pacto incluyente. Después se debe empezar a pensar cómo se distribuye; pero primero hay que garantizar que va a haber una actitud de apertura para que todos estemos dentro de ese consenso.
[1] García Linera, Álvaro. Geopolítica de la Amazonía. Poder hacendal-patrimonial y acumulación capitalista. Bolivia. Vicepresidencia del Estado Plurinacional, Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional. 2012. P. 1
[2] Korol Claudia, 2004: 97
[3] Zicolillo, 2012: 14
[4] Santamaría, 2008: 291
[5]Wexler, 2001: 25
[6] Velazco, Flor. Vida de bolivianos célebres. Tipografía del Progreso, Potosí, 1871. Esta caracterización la toman de otros biógrafos de Juana como Bartolomé Mitre, Joaquín Gantier y Macedonio Urquidi
Nota relacionada: http://www.marcha.org.ar/juana-azurduy-cuerpo-y-espiritu-para-la-libertad/
[7] Bilbao Richter, 2013: 68
[8] Santamaría: 303
[9] Korol: 106
[10 O’Donell, Pacho, 1998: 87
[11] Chumbita, 2010: 124
[12] Korol: 34
[13]Korol: 78