Por Ricardo Frascara. Una joyita, una pinturita, un poema, un aguafuerte, todo eso y más, en este parrafito.
JHG flotaba como pocos en las aguas turbias. Pero como era el patrón de la pelota, ninguno de los que querían seguir jugando se animaba a cuestionarlo. Fue un caudillo de los clásicos que poblaron nuestro suelo. Tenía la figura pesada del mandamás que sonreía sólo con una parte de la cara. Pero era la otra mitad, en sombra, la que hacía agachar la cabeza a su coro de dirigentitos adiestrados. Su figura engrosada por la satisfacción que acuerda el poder representaba claramente al hombre que estaba apoltronado, algo desparramado en su sillón de privilegio, aunque siempre firme en el sinuoso derrotero del fútbol hiperprofesionalizado. No sé por qué –o sí sé- pero siempre lo vi emparentado con el corpulento Sydney Greenstreet, aquel fantástico contrapunto de Humphrey Bogart en El halcón Maltés y en Casablanca. Aquel perfecto antihéroe.