Por Emiliano Salto. Volvemos a centrarnos en el film de Christopher Nolan para detener la mirada en sus diferencias con el film de Stanley Kubrick con el que se la pretendió comparar, 2001 Odisea en el espacio. ¿Marcha discute con Marcha?
El 29 de Octubre del 2014, Cooper, interpretado por Matthew McConaughey (podemos escribirlo pero nunca pronunciarlo), abandonaba un planeta tierra devastado por la crisis ecológica con la esperanza de encontrar vida sustentable más allá de las estrellas. Esta es la premisa básica de Interstellar, la película que, de guiarnos por los diálogos del guión, debió llamarse Gravity.
Los diálogos (o mejor dicho monólogos) que pueblan los minutos de Interstellar no pueden pasar desapercibidos. Cristopher Nolan, su director y escritor, se asegura de esto llegando hasta los extremos de crear un personaje dedicado casi totalmente a la función de “exposition” (palabra que no parece tener un símil semántico en el habla hispana), el cual invierte la mayor porción de sus parlamentos en explicar la historia que debería contarse con imágenes, traicionando de paso el viejo precepto cinematográfico de mostrar y no contar.
Para más, este personaje es generalmente interpretado por Michael Caine en las producciones de Nolan (ver Alfred en la última trilogía de Batman o el tramoyista en The Prestige). Sin menospreciar las capacidades actorales que el actor de clásicos como Get Carter o la original The Italian Job despliega en cada línea, se hace difícil obviar el hecho de que sus intervenciones se mueven por la película como solos de Carlos Santana, desconectadas de la armonía general, encajando a la fuerza.
Es quizá este punto el primero y principal que traza una línea clara de división entre Interstellar y la película a la que ha sido comparada por varios críticos y a la que hacemos referencia en el título: 2001: A Space Odyssey. La obra de Kubrick explica menos lo que está pasando cuando los personajes hablan (en forma siempre monocorde e impersonal), que cuando elementos como la música, los cortes irregulares de edición o los silencios entran en juego. 2001… prioriza claramente lo simbólico antes de lo concreto, se aleja de lo denotativo, no requiere de “Michael Caines” para explicar la función del monolito.
Si en Interstellar precisamos de un actor británico septuagenario para interpretar al científico a cargo de la misión espacial más importante (y por consiguiente más estadounidense) de la historia humana, por qué no llamar a su hija, la doctora Brand (Anne Hathaway) para acompañar a Cooper en la travesía. El personaje de la doctora Brand en un primer momento pretende alejarse del estereotipo femenino, presentándose como sumamente frío y racionalista en su proceder. Sin embargo, esto sólo se mantiene hasta casi la mitad de la película, cuando, dando un giro de 180 grados en su caracterización, la doctora Brand decide arriesgar la seguridad de la misión con la leve esperanza de reencontrarse con un amor perdido. En este momento, es Cooper quien debe regresar de sus dudas poco masculinas para salvar el día, como sabíamos desde el afiche de la película que lo iba a hacer.
El personaje que interpreta McConaughey está principalmente motivado por el deseo de salvar a su familia, todavía en la tierra, de un destino fatal. Podemos creer fácilmente que es astronauta e ingeniero porque, como en cualquier papel de McConaughey, sólo se nos pide que nos comprometamos con un pacto de lectura que nos dice: “esta persona realiza una profesión del modo en que Mathew McConaughey realizaría esta profesión”.
En Interstellar la visión de lo indescriptible e incomprensible acompaña ineludiblemente a la descripción que hacen de ella sus personajes. Tanto Cooper como la doctora Brand buscan generar empatía en el espectador; la historia, de esta manera, busca cerrar a un nivel emocional. En 2001…, en cambio, la perspectiva se separa de la tripulación del Discovery 1. Lo incomprensible se manifiesta directamente, sin la mediación de personajes empáticos. Hal-9000, la supercomputadora en control de la misión, parece por momentos tener una mayor comprensión de las emociones humanas que la misma tripulación. Así como la mayoría de las producciones de Kubrick funcionan como relojes a cuerda, sin necesidad de recarga o intervención humana para seguir funcionando,2001… no requiere de la participación verdaderamente activa (al menos no en el sentido de Interstellar) de personajes que “interpreten” por el espectador. En 2001…, lo que se pretende indescriptible se intenta representar (ciertamente ayudado por la revolución alucinógena de la época, que predisponía positivamente a la audiencia para casi cuatro horas de psicodelia y edición experimental), pero nunca describir. En Interstellar lo indescriptible debe ser explicado por alguien, recitado en un monólogo que se finge un diálogo.
La máxima expresión del predigerimiento nolaniano se encuentra en el clímax de Interstellar: el encuentro de Cooper, que establece un paralelismo con el encuentro de Bowman y el monolito en 2001…, en una especie de realidad fuera del tiempo y el espacio que sólo puede ser pensada desde la lógica del género de la ciencia ficción. El problema sobreviene cuando la necesidad de un realismo extremo y de un guión hermético hace que Cooper presente una explicación racional para cuestiones que ni siquiera aceptan una explicación teórica cerrada bajo los parámetros científicos actuales. El logro de 2001… consistía precisamente en liberar la rigidez del género hacia la comprensión simbólica; por otro lado, la innovación cinematográfica que presentaba 2001… en 1968, principalmente en cuestiones de edición de imagen y sonido, permitía una plasticidad que abre la película a la interpretación en lugar de encerrarla en un texto estéril.
Así como en la serie de odiseas de Arthur C. Clarke la percepción humana debía mantenerse alejada de los propósitos de los monolitos, Cristopher Nolan debió reconocer como inabarcable el conocimiento superior del tiempo y el espacio, antes que intentar una explicación burda y pochoclera del mismo.
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