Por Marina Sosto. Segunda entrega de nuestros ensayos sobre rock nacional. Esta vez, centrado en la cantautora Violeta Castillo, una de las nuevas y ricas voces de este género en el país. Un recorrido por sus letras.
La luz del lenguaje me cubre como una música,
imagen mordida por los perros del desconsuelo
y el invierno sube por mí como la enamorada del muro.
Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí.
Ya no soy más que un adentro.
Alejandra Pizarnik, Árbol de Diana
“Cuánto hay de realidad / Cuánto hay de fantasía / En nuestra autobiografía”, con esta contundente frase, Violeta Castillo, cantautora de la “nueva ola” de este joven (y no tanto) siglo, nos entreabre una pequeña puerta hacia su música, su canción, pero también, hacia un camino de escritura que, aunque la caracteriza, la excede. Ella, como algunas otras grandes cantautoras argentinas (Flopa Lestani, Juana Molina, Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu) de los últimos diez años, despliega una escritura “íntima” plagada de metáforas corporales; una especie de lenguaje-código, un mapa de ideas y sentimientos.
Violeta Castillo, cantante y compositora, nacida en Buenos Aires pero con una infancia atravesada por viajes a Chile, elige el formato canción como su espacio de escritura y, al igual que algunas de las otras cantantes que mencioné, su escritura tiene un carácter especular que define y marca, una y otra vez, su deseo de ir de adentro hacia afuera en una ruta circular: “Tendré que revolverme más por dentro / O mirarme profundo en el espejo / hay cosas que no cambian” (“Alfiler”), o “Pero tenés un bolsillo secreto / Ya tengo un cofre para abrir / Y hay más que me falta descubrir y espero” (“Bolsillo Secreto”).
Escribir, entonces, se vuelve una tarea cartográfica: un juego de palabras y silencios, luces y sombras que trazan “mapas de lo tácito”. Una escritura que busca su voz en el borde impensado (pero latente) del renglón, el margen. En el todo y el resto. Buscar(se) pero no reconocer(se). Frenar en el instante justo; dejar las piezas fluir desordenadas. Como romper una carta en mil pedazos y rearmarla cambiando su orden primario.
Sin embargo, ésta es una búsqueda sin encuentro. Un recorrido fragmentario que no une ni desata, sólo transita. Deja huellas multiformes en la deriva, el devenir. Oír el “ruido” de las palabras, dejarlo latir, hacerlo jugar con el sentido. Pensar lo tácito como presencia y ausencia al mismo tiempo.
En este sentido, lo tácito se plantea como la libertad absoluta. La libertad de erigir una posición de escritura ultra personal y con poca traducción. Como la misma Violeta señala en otra de sus canciones: “Abierto su interior, firme en su posición” (“El intenso”). Alejándose de la “canción de denuncia” o la crítica directa a la sociedad que hicieran algunas de sus predecesoras (pienso en Viudas E Hijas o, por qué no, las propias Fabiana e Hilda en sus bandas y discos más antiguos), Violeta se concentra en otra cosa. Sus discos parecen decir: “Soy esto, sin filtro, pero sin traducción”.
Así, entre canción y canción parece cobrar más y más sentido aquello que ella misma planteara en “Mi cárcel” del disco Otro (2011): “No te atrevas a creer que sabés de lo que hablo / Podés imaginar, sí, más nunca entenderás”. La escucha y la letra al servicio de la magia, “Uno” y “Otro” y otra vez. Sin “Horizonte” ni límites, con cada “play” lo implícito vuelve a cobrar cuerpo, letra, voz.
Si te interesa escuchar los discos de Violeta Castillo podés entrar a su página oficial http://violetacastillo.com.ar/
Nota Relacionada: