Por Ulises Bosia. Ante los problemas estructurales de nuestra economía el poder económico y la derecha política se están jugando a instalar una salida regresiva. Las limitaciones del kirchnerismo y la necesidad de nuevas voces en el debate político.
Decenas de especialistas en economía desfilan en estos días por los grandes medios de comunicación, como parte de una auténtica política de instalación de una agenda económica regresiva. Principalmente apuntan a “demostrar” la necesidad de una fuerte devaluación del peso argentino –un 40 por ciento según el presidente del Banco Ciudad y dirigente PRO Federico Sturzenegger- y de un recorte del gasto público, es decir, de una política de ajuste. Al mismo tiempo los medios difunden todos los días la cotización del dólar ilegal, que con su crecimiento en las últimas semanas muestra el intento de una nueva corrida contra la moneda nacional y los intereses populares, orquestada por los pocos actores que determinan los costos en ese mercado.
También los principales dirigentes políticos de la oposición esporádicamente reafirman o colaboran con estos puntos de vista, aunque lo hacen de manera elíptica, sin permitirse explicitar lo que configura un verdadero programa político de gobierno de los sectores más retrógrados de nuestras clases dominantes. La considerable aceptación de los principios políticos y económicos que sustenta el kirchnerismo invitan a un sector impensado de los dirigentes opositores a optar por un camino de incorporación en sus discursos de algunos logros de estos diez años, como quedó de manifiesto en la carta pública que escribió Francisco De Narváez la semana pasada, donde reivindica la Asignación Universal por Hijo. No es una táctica original sino la recreación de la política mentirosa de Henrique Capriles Radonski, el principal referente opositor al chavismo en Venezuela.
Problemas estructurales
Sin embargo, es forzoso decir que estos discursos se apoyan sobre problemas estructurales de la economía argentina. Y frente a ellos el kirchnerismo no acierta a plantear soluciones de fondo, más allá de intentos parciales y superficiales de esquivar las consecuencias más dañinas de los desequilibrios económicos.
A modo de ejemplo se puede pensar en la inflación. Las políticas de controles de precios pueden ayudar, sin embargo es claro que su alcance es limitado en el tiempo y en el espacio, pero sobre todo no apuntan a atacar el problema de raíz sino únicamente sus manifestaciones. Más allá del debate sobre cuál de sus múltiples causas es la más determinante, es claro que la inflación no es un accidente o algo pasajero, sino que surge de un desequilibrio estructural de nuestra economía. Entre ellos la falta de reinversión del excedente económico por parte de las clases dominantes es el problema de más difícil resolución de cualquier proyecto económico que busque un capitalismo nacional, lo que en términos políticos se puede replantear como la recurrente imposibilidad de conseguir el surgimiento de una burguesía nacional. Pero sin llegar a tanto, sería posible por ejemplo la apertura de centenares de mercados populares que vendan alimentos a los precios del Mercado Central, gestionados y controlados por organizaciones sociales
Algo parecido puede decirse del problema de la escasez de dólares. Los controles a las importaciones momentáneamente pueden ayudar a equilibrar las cuentas pero es indudable que sin impulsar una política de auténtica y profunda sustitución de importaciones no es posible disminuir la dependencia del dólar. Y ello implica colisionar contra importantes intereses transnacionales que operan en nuestro país, donde una parte muy significativa de la cúpula industrial responde a capitales extranjeros. Y por otro lado las retenciones a las exportaciones funcionan como mecanismo para captar una parte importante de la riqueza producida por el suelo nacional pero en el actual esquema económico el negocio lo manejan un puñado de multinacionales que se quedan con la mejor parte de la torta en desmedro del Estado y de los productores. La situación plantea la posibilidad de desarrollar una política de nacionalización del comercio exterior que podría darse por ejemplo bajo la forma de una nueva versión de la Junta Nacional de Granos. Algo que después de la derrota de la 125, requeriría la conformación de una alianza de considerables fuerzas sociales para poder ser logrado, junto con la decisión de enfrentar a uno de los sectores concentrados más poderosos del país.
Y finalmente está el problema del déficit fiscal, ante el que el kirchnerismo defiende acertadamente la importancia de altos porcentajes de inversión social del presupuesto. Sin embargo, esto plantea el problema de la estructura impositiva del país, es decir de quiénes pagan los mayores niveles de impuestos y cuánto pagan. Y allí el kirchnerismo tampoco plantea las transformaciones estructurales que hacen falta. Las contribuciones patronales continúan en los bajos niveles que les otorgó Cavallo, el IVA afecta indiscriminadamente a ricos y pobres por igual, el impuesto a las ganancias cada año afecta a una cantidad mayor de trabajadores, los bancos y las mineras pagan impuestos ridículamente bajos, el impuesto a la herencia no fue reimplantado y la validación fiscal de las tierras rurales permanece en niveles muy bajos.
Peligros y oportunidades
En este cuadro de situación, el peligro es que si el gobierno insiste en mantenerse dentro de los márgenes de su política económica, poco a poco vayan ganando espacio y consenso social las recetas económicas de la derecha política, auspiciadas por los sectores más concentrados de las clases dominantes. La decisión de la centroizquierda liberal de tomar como eje de su discurso político el problema de la corrupción agrava este escenario al situar el debate político en el terreno moral y dejar libre el campo para que las únicas críticas que se escuchen a la política económica sean regresivas.
Ante esta situación está planteada la necesidad de que surjan nuevas voces en el debate público que puedan asumir el desafío de plantear una salida diferente a los problemas estructurales de nuestra economía, con un programa popular audaz e innovador.