Por Federico Larsen. Hace 14 meses Berlusconi era un cadáver político, Monti un desconocido y Grillo un contestatario marginal. El rol de los movimientos sociales, la izquierda y la antipolítica en el nuevo panorama de esta Italia sin gobierno.
Corrupto, misógino, traidor, impresentable. Eran sólo algunos de los adjetivos con los que Silvio Berlusconi parecía haber sido enterrado para siempre, hace poco más de un año. Un cadáver político incómodo, pudriéndose en las aulas de los tribunales donde debía desfilar para defenderse de la pila de acusaciones que pendían sobre su cabeza. Hoy debemos dar cuenta de su renacimiento. Su candidatura no fue, cómo muchos creían, una última aparición de forma, para tener junto un sector político desmembrado justamente por sus actuaciones al frente del gobierno italiano. Berlusconi llegó a las últimas elecciones como protagonista. Se apareció como el salvador de un Titanic en hundimiento donde todos parecían estar bailando despreocupados en la cubierta. El resultado del Cavaliere en las últimas elecciones fue sorprendente. Segundo por un puñado de votos -125.000 en diputados sobre 34 millones-, después de una centroizquierda que logró llegar primero sin ganar.
Ahora, nadie logra el apoyo necesario del parlamento para formar un nuevo gobierno. Justamente por la enorme remontada de Berlusconi, pero también por el crecimiento exponencial de un sector que quiere ir contra todo y contra todos. El Tsunami Beppe Grillo, una ola de acidez antipolítica empujada por la fuerza del descrédito y la indignación, logró su cumplido. El Movimento 5 Stelle (M5S) comprendió, fomentó y cabalgó el sentimiento político más íntimo de los italianos de los últimos 20 años: la política es una porquería. Arrasó las anquilosadas estructuras partidarias de la tradición institucionalista italiana. Pero también barrió con aquellas expresiones honestas de la política de base, los movimientos sociales, la débil pero histórica izquierda independiente italiana. Grillo tomó el lugar de indignado, contestatario, irreverente que los movimientos de base italianos ocupaban. No los rompió, no necesitó cooptarlos. Simplemente los corrió. La crítica y oposición a las políticas de ajuste se convirtió así simplemente en la crítica y la oposición a la ‘casta’ política que las lleva adelante. Y en el plano electoral recogió y multiplicó ese “voto de protesta” que históricamente iba a los partidos de izquierda. Los resultados de aquella ‘izquierda social’, prolífica y pujante, que tan habilmente describía Angelo Mastrandrea en las páginas de Marcha, hablan por sí solos del fracaso de proponer un crecimiento alternativo ante la avanzada de la crisis.
Así, lo que queda, es un panorama político dividido en tres. Una centroderecha renovada, empresarial y liberal guiada por el mismo corrupto, misógino y traidor de siempre, que evidentemente enamora cierto lado inquieto de los italianos. Una centroizquierda que logró perder en la victoria, con líderes políticamente decrépitos y atornillados a las viejas formas de la política. Y el antisistema, antiberlusconi, antipolítico, anti, Grillo.
Pero quizás se pueda resumir aún más el panorama, y afirmar que en realidad los bloques salientes de las últimas elecciones son dos. El de la “vieja política”, de Berlusconi y Bersani, y lo nuevo. Porque quiérase o no, el cómico Grillo y su M5S son lo nuevo. Supo entender y generar la necesidad de algo antitético a lo existente, algo moderno, algo 2.0 accesible para jóvenes y menos jóvenes. En fin, puso en práctica los nuevos dogmas de la comunicación en la era digital -ininteligibles y misteriosos para los demás-, modernizó el lenguaje y los soportes de su estructura, todo ensalsado con una inventiva de artista. “La comicidad es la democracia que se da latigazos a sí misma. Es un juego”, decía hace unos años Roberto Benigni.
Ante esto, tampoco era demasiado difícil imaginar que los antiguos partidos no iban a soportar el desafío. Especialmente la centroizquierda, que aún carga la mochila de la inmovilizadora herencia del Partido Comunista Italiano. Y no se trata de una cuestión ideológica. El problema es quizás la deformación de ese pragmatismo ganador del PCI. Es decir, si durante la guerra fría, el comunismo veía vetada toda posibilidad de establecerse como parte de un gobierno en Italia, sus estructuras debieron acomodarse para demostrar buenas gestiones en las administraciones locales, productivas en una economía de mercado y sólidas en los servicios. Tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS, lo que quedó de ese PC potenció ese pragmatismo hasta el punto de perder su nexo con las bases y diluir su política en la gestión y el antiberlusconismo. “Digan algo de izquierda” reclamaba el cineasta Nanni Moretti a los dirigentes de la centroizquierda hace pocos años. Una frase que quedó grabada en el imaginario colectivo de la izquierda italiana, y sigue aún vigente, especialmente porque los dirigentes de entonces son los mismos que llevaron al Partido Democrático a la situación actual. Y las bases lo están viendo. Desde el mismo lunes en que se conocieron los resultados electorales, los mismos militantes del PD comenzaron a cuestionar duramente la estrategia elaborada por la dirigencia. Ante Grillo y Berlusconi el PD se jugó el todo por todo apostando a la imagen de sus líderes, serios y presuntamente honestos, mientras la centroderecha prometía reembolsar los impuestos aumentados en los últimos dos años. Desideologizada y tibia, la centroizquierda logró, una vez más, patear la pelota a la tribuna cuando se encontraba sola y con el arco vacío.
Pero así y todo, hay un proceso que la situación italiana actual ha hecho explotar en los últimos días. Si bien ‘la política es una porquería’, se volvió a hablar de política. El impasse “técnico”, una moda que se impuso inmediatamente en toda Europa ante la crisis financiera, había barrido la política de la mesa. Los problemas parecían poder resolverse desde una suerte de academia aséptica de la gestión pública, y sus promotores -lobbys financieros internacionales, gobiernos centrales y conservadores como el de Merkel en Alemania-, recibieron la cachetada del fracaso electoral del espacio “de centro” liderado por el ex premier Mario Monti. La desilusión y el descreimiento entraron de lleno como factores de discusión en las mesas de los principales partidos políticos italianos, y la “sociedad civil” volvió a preguntarse sobre la dirección política del país, sin perder de vista la debacle económica.
Porque el fantasma de la crisis sigue rondando las calles de Italia. La deuda pública de las administraciones locales -que renovarán en parte sus integrantes en las elecciones de mayo- llega a los 34.000 millones de euros. A nivel nacional, el déficit ronda hoy el 130% del PBI y la situación de las familias, verdadero ‘sistema bancario’ de la economía italiana -el 70% de los ciudadanos son propietarios de su hogar y el ahorro familiar fue hasta hoy un verdadero salvavidas social en la crisis- es cada vez más apremiante. Ante la incertidumbre total en torno a la estabilidad política, el sistema financiero europeo se resguarda de apostar al fortalecimiento económico de Italia. Aún cuando esto pueda repercutir inclusive en el sistema-euro.
El escozor que vive hoy el país parece haberlo despertado. Pero el nuevo tablero trae reglas que pueden llegar a ser muy peligrosas. A tal punto que, como decíamos en la previa de las elecciones, ser italiano y ser de izquierda no puede traer más que dilemas. Para ellos y los demás, su propia elección: ingobernables.