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    Derechos

    Infancia clandestina

    1 octubre, 20135 Mins Read
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    Por Oriane Fléchaire. Realizan labores en el campo, tareas domésticas, confeccionan prendas y calzados, trabajan en la calle pero son invisibles a los ojos de la mayoría: son los niños y niñas cuya integridad física y psicológica está puesta en riesgo por su situación de trabajador infantil.

    Son unos 30, tal vez 40 chicos y chicas en la cancha. El arquero trata de atajar la pelota que termina su recorrido dentro del arco. Gritos por un lado, carcajadas por el otro y la pelota está otra vez en juego. Las madres sentadas en el costado del predio hablan de los regalos para distribuir en el próximo día del niño. Después vendrá la merienda con leche caliente y galletitas.

    Es martes y como todos los martes a la tarde en el club de Lanús del barrio de Lomas de San Antonio, al sur de Mar del Plata, la asociación Conciencia ofrece más que pasar un buen momento. Para algunos de los niños y niñas que participan de las actividades recreativas del programa RecreaRSE, es también una alternativa al trabajo que hacen habitualmente -y desde su edad más joven- para sumar esfuerzos e ingresos en casa.

    La elección del lugar no es caprichosa. “El programa está radicado en una zona con alto riesgo de trabajo infantil”, explica su coordinador Gustavo Lorenzo. El hombre está comprometido con esa misión. No lo dice él, lo dicen los bidones que almacena en el baúl de su auto por si necesitara alguno “para jugos y esas cosas”. Conoce de memoria a los caminos de tierra que recorren Lomas de San Antonio, Santa Rosa del Mar y sus alrededores donde la asociación se va metiendo poco a poco desde el 2010.

    “Algunos ni siquiera tienen formación de barrios desarrollados. Son caseríos desparramados”, señala Lorenzo que se detiene a pocos metros de una gallina que picotea entre las bolsas de plástico. Más lejos, un caballo descansa del labor de su dueño que recolecta basura. Más allá, pero todavía a la vista, está el barrio privado y todo lujo Rumenco.

    El trabajo infantil es un asunto que involucra a 420 mil niños y adolescentes en Argentina. En la franja etaria de hasta 13 años, son 66% menos que en 2004, cuando se realizó la primera Encuesta Anual del trabajo de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA), según las cifras divulgadas el pasado mes de junio por la cartera laboral del gobierno nacional. Puede ser que la explotación infantil pierda terreno pero “queda todavía mucho por hacer”, destaca Mariana Uranga, encargada del seguimiento y monitoreo de programas en la asociación Conciencia.

    Cada semana, tres o cuatro casos llegan a las oficinas de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (CONAETI) que preside María del Pilar Rey Méndez. El equipo técnico de 15 personas –entre ellos: abogados, psicólogos, sociólogos, especialistas en relaciones laborales- actúa como una especie de plataforma. “Recibe denuncias y las deriva a los órganos competentes”, señala Juan Luis Bruno, responsable de Comunicación. El objetivo final es la restitución de los derechos de la infancia.

    El problema no se limita a que chicos y chicas hagan el trabajo de adultos: están las condiciones laborales que ponen en peligro su salud y hasta su vida. También está, más invisible todavía pero no menos avasallador, el determinismo en toda su esencia. Los mismos que desperdician en su niñez años clave de su desarrollo en un labor que no les corresponde acceden a trabajos de menor calificación en la edad adulta. “Así se va creando un círculo de pobreza”, explica Mariana Uranga.

    La erradicación del trabajo infantil es tan compleja como el problema mismo. Donde se obra para lograr ese objetivo, la idea fuerza es ‘cooperación’.  La CONAETI, que se asienta en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, está formada por todos los ministerios del ejecutivo nacional y despliega su acción mediante la creación de comisiones provinciales y de mesas de trabajo locales. “Aprovechamos la fuerza de los que nos acompañan”, dice Juan Bruno. Otro ejemplo de trabajo articulado es el desarrollo de una red de 100 empresas comprometidas en que no haya niños, ni niñas en situación de explotación laboral en su cadena de valor.

    En el marco del programa RecreaRSE son los vecinos, los voluntarios, la escuela 44, la capilla y la sociedad de fomento que conforman los eslabones de una misma cadena. “Tal vez este sea nuestro mayor propósito: que la comunidad pueda organizarse, que aprenda a hacer cosas juntos”, reflexiona Gustavo Lorenzo.

    A la hora de luchar es esencial también el respaldo jurídico. La ley más reciente fue promulgada en abril de este año con el número 26.847 e incorporó al Código Penal el artículo 148 bis que sanciona con penas de cárcel de uno a cuatro años a “quien aprovechare económicamente el trabajo de un niño o niña”. Vino a completar una serie de convenios y leyes fundacionales de los derechos de los menores como la ley de Prohibición del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente.

    Cuando los niños y niñas que trabajan integran una estrategia de supervivencia de una familia de bajos recursos, la mirada sobre la explotación infantil es puesta a prueba. “Queremos avanzar sobre maneras de aportar alternativas de desarrollo económico familiar que no perjudiquen a los chicos”, comenta Lorenzo al respecto. Otros casos para evaluar con cuidado son los de comunidades que entienden el trabajo como la transmisión de un saber y lo elevaron al rango de tradición cultural. Desde RecreaRSE, la prerrogativa es “no juzgar a los padres, no juzgar su realidad”.

    Consultado sobre los aportes del programa, Gustavo Lorenzo reflexiona: “Uno a veces es más exigente que nadie. Pretende que el programa sirva para algo transformador. Lleva tiempo. Nosotros venimos a sumar un aporte para generar un espacio donde los chicos puedan por lo menos pensarse a sí mismo con alternativas para el futuro”.

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