Por Cezary Novek
Una lectura de Un atleta de las letras. Biografía literaria de Juan Filloy, de Ariel Magnus.
Juan Filloy es uno de los autores más singulares y prolíficos del siglo XX aún por descubrir. Pese a que en sus últimos años de vida tuvo cierta notoriedad mediática, este reconocimiento le fue otorgado no tanto por sus obras sino por la particular condición de ser “el escritor de los tres siglos”.
Nacido en 1894 y fallecido en 2000, Filloy fue durante su extensa carrera un escritor semi secreto. Publicaba sus libros (que abarcaban diferentes géneros: novela, poesía, miscelánea, etc.) en ediciones privadas que hacía circular por correo a lectores interesados, amigos y colegas. Escribía regularmente, terminando un libro por año, aunque no todos fueron publicados. La obra inédita de Filloy es enorme. Uno de los pocos lectores vivos que tuvo acceso a la totalidad de ese corpus es Ariel Magnus, quien llevó a cabo una tarea monumental para dar forma a la biografía más completa hasta la fecha sobre el escritor cordobés.
A lo largo de 445 páginas, Un atleta de las letras (Eduvim, 2017) narra cronológicamente la vida del autor desde sus diferentes facetas: escritor, padre de familia, personaje ineludible y pionero de la vida cultural de Río Cuarto, polemista de periódicos locales, novelista de bajo perfil, Juez, fundador de instituciones, caminante nocturno, testigo de su época.
No es una novela, aunque podría leerse como tal. Magnus teje las diferentes líneas de tiempo en una rara polifonía en la que todas las voces son las de Filloy. Para esto echa mano al enorme archivo epistolar, a las obras inéditas, a sus colaboraciones en medios gráficos y a sus edictos judiciales. A través de esa masa textual, Magnus logra extraer una radiografía detallada de un autor complejo e inusual, de su imaginario, de su visión del mundo, su opinión sobre diferentes temas. En síntesis, articula el archivo Filloy para mostrarnos un retrato total y detallado.
De esta manera podemos conocer a un hombre con extraño y bizarro sentido del humor en una época en la que la gravedad broncínea era el traje de etiqueta de los escritores burgueses. Así como también conocemos su relación con otros colegas y contemporáneos. Saber, por ejemplo, que Borges decía que a Filloy había que leerlo con un diccionario en mano es una de las perlas más deliciosas entre muchas que contiene esta biografía. Los anexos nos brindan también la posibilidad de conocer algunas ilustraciones y diseños de Filloy para sus primeras novelas (la tapa de Caterva o de Estafen!, por ejemplo), manuscritos facsímiles, fotos intervenidas e incluso nos dan la oportunidad de verlo cubierto de barro actuando como salvaje para asustar a su prometida, quien aún no lo conocía personalmente. Como todo en Filloy, el anecdotario es inmenso.
Uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Magnus es la trastienda de la estrategia de marketing de Filloy, quien movía sus libros por fuera del circuito convencional de las editoriales y librerías, cuando a su vez publicaba una columna diaria en El Pueblo, de Río Cuarto, además de sus colaboraciones en La Voz del Interior. Era un autor que estaba y no estaba. Su estrategia de difusión era esquiva, oblicua, anticomercial, como Los redondos en sus comienzos. Como las bandas indie en la actualidad.
Todo viaje implica transformación. Y después de un extenso periplo por todo el archivo de Filloy, Magnus –tal vez la única persona, además de la investigadora especializada en el tema Candelaria de Olmos, que leyó la totalidad de su obra– llega a la conclusión de que el autor era universal y a su vez tenía las limitaciones de todo hombre de su época. Durante una breve entrevista antes de la presentación del libro* Magnus confesó que una de las cosas que lo motivaron fue el reto de desmitificar lo que Filloy mismo buscó mitificar en vida. También el poder leer los inéditos y descubrir que pese a su fascinación por las obras secretas (en ese aspecto, expresó su entusiasmo por los trabajos de Omar Vignole, contemporáneo a Filloy conocido como “El hombre de la vaca” y que tiene en su haber libros tan extraños como sus títulos: El hombre que se depiló la ingle, A usted le sale sangre, El silencio de Dios, Cien cabezas que se usan, etc. ) había muchas cosas repetitivas, carentes de interés o que simplemente no habían resistido bien el paso del tiempo. Su interés por el escritor cordobés nace de la curiosidad por leer sus edictos judiciales, por saber cómo escribía desde su rol de juez. Además, considera que Filloy –sus libros– ya es universal. Aunque admite que pudo haber tenido cierta influencia de los surrealistas, insiste en que es un escritor inubicable, tan rara avis como sus títulos de siete letras.
Ariel Magnus
(Buenos Aires, 1975) estudió literatura española y filosofía en Alemania. Ha publicado Sandra (2005), La abuela (2006, traducido al alemán), Un chino en bicicleta (2007, Premio La otra orilla, traducido a varios idiomas y reeditado en 2016), Muñecas (2008, Premio Juan de Castellanos y llevada al teatro), Cartas a mi vecina de arriba (2009), Ganar es de perdedores (2010), Doble crimen (Eduvim, 2010), El hombre sentado (2010), La cuadratura de la redondez (2011), La 31 (una novela precaria, 2012), A Luján (una novela peregrina, 2013), Cazaviejas (2014), Comobray (2015), La risa de las bandurrias (Eduvim, 2016), Seré breve (cien cuentos escuetos, 2016) y El que mueve las piezas (una novela bélica, 2017). Editó la antología de humor en la literatura argentina La gracia de leer y la de textos misántropos Oda al Odio, así como el relato radial de Víctor Hugo Morales Barrilete cósmico y la novela póstuma de Ezequiel Martínez Estrada Conspiración en el país de Tata Batata. Dirige la colección “Pintó leer” de clásicos para la escuela de la editorial Eduvim y trabaja de traductor literario del alemán, inglés y portugués.
*El encuentro fue a fines de septiembre de 2018 pero, por diferentes circunstancias, la nota recién se publica ahora.