Por Redacción Marcha y Contrahegemonía
El Bicentenario de la declaración de la Independencia por el Congreso de Tucumán reactualiza una serie de debates políticos acerca de la revolución de Mayo que, sospechamos, guardan en más de un sentido estrecha relación con muchos de los debates políticos actuales.
Las revoluciones de la independencia se enfrentaron a diversos dilemas en su desarrollo y a la conformación de proyectos enfrentados por visiones muy diferentes acerca del país que se quería construir. Entre los aspectos que actuaron como divisorio de aguas se encontraba el debate acerca de si las revoluciones implicaban tan sólo una ruptura del lazo colonial que unía a nuestros países con las metrópolis imperiales de la época o, por el contrario, llevaban adelante una transformación de las estructuras socioeconómicas heredadas de la dominación colonial. Ligado a esto aparecía otro conflicto: hasta qué punto se convocaba a las clases populares al proyecto revolucionario y qué grado de participación política y de reconocimiento de su ciudadanía admitía el nuevo régimen vigente. Esa cuestión se agudizaba en la medida en que la dinámica de la guerra, con sus profundas consecuencias económicas y sociales, provocaba tanto la radicalización de determinados sectores sociales y figuras, así como la inquietud y la búsqueda de estabilidad del orden político y consolidación del control social por parte de otros.
Son esos debates estratégicos que interpelaron a las y los revolucionarios de principios del siglo XIX los que se relacionan con el enfoque que aquí queremos desarrollar. Nuestra perspectiva busca polemizar con distintas visiones historiográficas, tanto la liberal oficial, con sus hitos de continuidad puestos en Mayo-Caseros, como la visión revisionista, con su panteón de figuras contrapuestas en espejo a la perspectiva oficial. Si se reflexiona desde las clases populares de la época, rápidamente se advierte que en ambas corrientes historiográficas aparecen apenas como apoyo social, subordinadas, de los grandes personajes que sí construyen y hacen la historia. Esas figuras cambian; puede tratarse de Rivadavia o de Rosas según los casos, pero las concepciones, deseos, luchas, esperanzas, motivaciones de las y los de abajo apenas aparecen –en el mejor de los casos– como mero trasfondo de las que son consideradas figuras emblemáticas. En muchos casos, las clases populares son presentadas como una traba por vencer para llevar adelante la modernización del país. Esa situación se agudiza porque la voz de las y los explotados de la época nunca está presente de manera directa.
No pretendemos negar la importancia determinante de figuras centrales de los procesos revolucionarios, pero sí dar cuenta de que quienes adquirieron un papel determinante en los procesos más radicalizados de la revolución en Latinoamérica lo hicieron en tanto fueron capaces de sintetizar los deseos y sueños más profundos de las clases populares. Más aún, en más de una ocasión las acciones de esas figuras fueron determinadas por las presiones de las y los de abajo que se movilizaron para pelear por el acceso a la tierra, para terminar con la esclavitud negra o la servidumbre indígena, para lograr su libertad plena y la consolidación de derechos igualitarios. En definitiva, para enterrar a la sociedad colonial contra la que se alzaron. La derrota de los procesos más radicales de la revolución, de aquellos que pretendían cambiar de raíz la sociedad colonial, es también –y sobre todo– la derrota de esos deseos y objetivos de dignidad profundos, presentes en el accionar de las clases populares.
En los artículos que aquí presentamos no hay visiones homogéneas; circulan perspectivas y opiniones distintas pero en todas ellas está presente la voluntad de reponer el papel de las y los más humildes en los procesos revolucionarios de la época. Indígenas de los pueblos libres o los dominados por la conquista, negras y negros esclavos y la liberada, el gaucho y los campesinos de la campaña, las mujeres que sufren la explotación pero, además, la enorme brutalidad de la sociedad patriarcal, los peones y los ocupantes de tierra sin título, las y los pobres urbanos y rurales de esa masa de mestizos, pardos, morenos y blancos pobres en una sociedad donde el corte social estaba jurídicamente determinado por el color de piel, los arrieros, las lavanderas, tejedoras, acarreadoras de agua; en fin, el heterogéneo mundo de lo popular está vivo y presente en estas páginas que desde Contrahegemonía y Marcha presentamos.
Al mismo tiempo pretendemos polemizar con determinadas visiones de nuestra historia que desvalorizan la importancia de revisitar las luchas de principios del siglo XIX. Para esas miradas los conflictos sobre los que vale la pena reflexionar son los que se originaron a fines del siglo XIX, de la mano de la inmigración europea y que desembocaron en la construcción del movimiento obrero en nuestro país. Curiosamente, determinadas corrientes de izquierda llevan adelante lo que critican a los enfoques provenientes del nacionalismo popular o revolucionario. Determinados trabajos enrolados en esa vertiente formulan la creencia de que el movimiento obrero nació con el peronismo, borrando de un plumazo la rica tradición de lucha de las corrientes anarquista, socialista, sindicalista revolucionaria y comunista; aportes esenciales para la historia de la clase trabajadora de nuestro país. Sin embargo, una operación similar de amputación histórica se construye desde determinadas corrientes de la izquierda justificándose en que el carácter aluvional de la inmigración configuró otro país, radicalmente diferente del anterior, donde los procesos anteriores perdieron significancia y se construyó allí la clase sujeto histórico que viene a terminar con el capitalismo. No es éste el lugar de debate sobre el sujeto. Digamos simplemente que fue la derrota de los proyectos revolucionarios más profundos en el transcurso de las revoluciones de la independencia lo que posibilitó estructuras económico-sociales determinantes sin las que no se puede comprender la Argentina de fines del siglo XIX. El latifundio, el poder de la burguesía agraria, particularmente bonaerense y su alianza-fusión final con la burguesía comercial de la ciudad puerto, la inserción de la Argentina en la división internacional del trabajo bajo el predominio de Inglaterra, la conformación del Estado bajo la disputa de bloques de poder que no discutían modelos diferentes sino su lugar en el esquema agroexportador, por mencionar sólo algunos aspectos, fueron fruto de procesos de largo plazo cuyas coordenadas se trazaron, en gran medida, en la etapa histórica que aquí trabajamos.
Sin caer en la descalificación de esas posiciones, nos parece que allí operan visiones, muy comunes también en la historiografía académica dominante, que ven esas luchas populares cómo meras rémoras precapitalistas destinadas inexorablemente a la derrota bajo el avance del capitalismo. Sistema que, por definición, era portador del progreso, la modernización y la construcción de clases sociales nuevas que llevan inexorablemente a la destrucción del propio capitalismo. Las únicas fuerzas dinámicas de la historia están en las fuerzas productivas y las y los sujetos históricos que construyen las relaciones de producción capitalistas. El resto está determinado a ser barrido por la historia y su progreso constante. Esas concepciones están plagadas de eurocentrismo y de una perspectiva teleológica, de destino inevitable que vuelve invisible a millones de indígenas, negros, mestizos, mujeres, gauchos a quienes se les niega su carácter de sujetos históricos. Para decirlo con toda claridad: no hay destinos históricos prefijados. El futuro, nuestro futuro, está abierto pero también en el contexto histórico de las revoluciones independentistas su destino estaba abierto y su devenir fue parte de una disputa de proyectos donde las prácticas colectivas de las clases populares tuvieron mucho que decir y que aportar, como explicamos más arriba.
No imaginamos esta contribución como mero debate historiográfico, la pensamos como un aporte para el combate cotidiano, actual, presente. Lo pensamos como un insumo para llevar adelante la construcción política, social, simbólica de la radical visión de Walter Benjamin que nos conminaba a cepillar la historia a contrapelo y anunciaba que sólo a la humanidad redimida le pertenece plenamente su pasado.