Y vos, ¿cómo llegas al Encuentro? Lo personal es politico y colectivo y las reflexiones subjetivas y los recuerdos que deconstruimos rumbo a ser luchadoras y feministas son parte de la construcción de nuestro movimiento. Ya se siente: próxima parada, La Plata.
Por Mariana Fernandez Camacho / Foto: Nadia Petrizzo
Hace una pila de años con una compañera de la facultad nos autoexiliamos en Miramar unos días de agosto. Fue el método masoca pero efectivo que encontramos para evitar distracciones y lograr estudiar para uno de los finales filtro de la facultad. Recuerdo que cuando llegamos al departamento Macarena quedó mirando los retratos sepia que mi mamá se empeña en dejar colgados, aun a sabiendas (o quizás por eso) de la panzada de risas que se deben dar los inquilinos del verano.
Un plano corto al lado del otro. Mi hermano chiquito, regordete y sonriendo (lo cual no ha vuelto a ocurrir muchas veces más), y yo un poco mayor, con flequillo lacio, corte de pelota y una cruz reposando en el cuello-babero del vestido.
Esperé el bullying merecido, las preguntas por mi pasado cristiano y mi presente rizado, los planes sororos para denunciar a la justicia los años de tortura de mi mamá. En cambio, al rato solo dijo: “Ya de pendeja te asomaba la pera enorme”. A partir de su comentario redescubrí mi cara en ese cuadro: eran claras las señales de un perfil en punta prominente, aunque nunca antes las hubiera registrado.
Otra pila de años después, mi amigo Sapo armó una charla con uno de los grupos de alumnxs revolucionarixs que solo él logra formar en colegios religiosos. La idea era que les contara en vivo la historia del machirulo que intentó robarme el celular en la calle. Casi al final del módulo una de las jóvenas quiso saber cuándo me reconocí feminista. Su pregunta fue el pie para empezar a filosofar sobre mis primeros tiempos de mamá Grinch. La díscola que se vuelve feminazi porque no disfrutó dar de mamar. Pero hace pocos días estas dos anécdotas se encausaron. El incipiente maxilar inferior no reconocido y mi salida del closet feminista se cruzaron en una misma idea: el feminismo formaba parte de mi vida aun antes de ponerle nombre y enmarcarlo en conceptos teóricos complicados, antes de redescubrirme como en el cuadro.
Porque aunque es cierto que me declaré feminista mientras aprendía a maternar, ahora encuentro tempranos spoiler alerts. Solo a modo de ejemplo: siempre adoré a Pipi Piernaslargas. Para mí, no había manera de competir con la colorada repleta de pecas. Mientras las bellas princesas de Disney sufrían y se aburrían, Pipi trepaba árboles, peinaba colitas separadas de la cabeza, y presumía fortaleza. Años después, morí con Dirty Dancing. Quería cargar la sandía que me llevara al mundo prohibido, bailar cachondo con Patrick en cuero, y ayudar a una amiga para que no se le fuera la vida en una decisión. O la vez que fuimos con las pibas a ver XXY y salí del cine sin entender nada pero fascinada con las explicaciones de Mavi, LA feminista (con mayúsculas) del grupo.
¿Por qué vomito estos garabatos sin sentido mientras viajo en el colectivo? Porque mañana nos vamos a vivir La Plata. Mañana le pondremos el cuerpo al que esperamos sea el Encuentro (Pluri)Nacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries, más masivo de sus 34 años de historia, quebrando así nuestro segundo record: ya inventamos el pogo feminista más grande del mundo.
Nos vamos a La Plata las encuentreras de siempre y las más novatas, las feministas vitalicias y las recién asumidas, las que quieren rebautizar la ceremonia y las que no agregarían ni una coma, las peronas, las coloradas, pero también las que preferían a Cenicienta, las que vienen de lejos y las que esta vez llegamos desde cerca. Comienza mañana. Hoy, estamos re manija. Y el lunes, ya no seremos las mismas.
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