Por Leandro Lutzky
El centro porteño de salud pública, ubicado en la Avenida Las Heras 2670, en pleno barrio de Recoleta, sufre el abandono desde hace años: “Escaso personal, condiciones edilicias adversas y falta de insumos”, son algunas de las denuncias que realizan sus trabajadores y trabajadoras.
Por fuera, su aspecto es bello. Las paredes externas que rodean al sanatorio, en las calles Sánchez de Bustamente, Pacheco de Melo y Austria, están cubiertas con atractivas obras artísticas. Múltiples pinturas reflejan hermosos paisajes y famosos rostros, como el del Papa Francisco, entre otros dibujos que muestran la supuesta identidad capitalina. Por dentro, superando las capas del maquillaje, se ve el verdadero rostro de la salud pública en la Ciudad de Buenos Aires.
El ambiente es gris, viejo y abandonado, ideal para una película de terror o de suspenso. Podría decirse, sin exagerar, que el Hospital Rivadavia es el sueño de cualquier cineasta. Ni el mejor productor hollywoodense podría conseguir una locación más tétrica. El lugar es inmenso, está ubicado en una de las manzanas más grandes del barrio y cuenta con antiguos edificios separados por varios metros entre sí. El contraste que hay entre las pintorescas viviendas de la zona y el nosocomio sorprende a más de uno. A simple vista, pueden observarse varias ventanas rotas sin sus cristales correspondientes. Cuando llueve, médicos y pacientes tienen que cruzar varios pasillos esquivando las goteras, entre otros obstáculos.
Mirta Segobia es Supervisora Técnica del área de Laboratorio, tiene 64 años y hace casi 40 que trabaja en el hospital. “Acá pasé todos los procesos políticos desde la dictadura, que fue cuando ingresé”, se presenta, y a su vez resalta aspectos positivos de la gestión macrista: “Nuestros sueldos mejoraron muchísimo con el Gobierno de la Ciudad, casi un 70 por ciento. Antes eran todos contratados, ahora pasaron a planta”. Segobia, quien se encarga de controlar las guardias en su grupo, es la única empleada que se atreve a revelar su nombre y apellido. El motivo es muy simple: su puesto de trabajo no va a correr riesgos. Ella pertenece al Sindicato Único de Trabajadores del Estado de la Ciudad de Buenos Aires (SUTECBA), que mantiene estrechas relaciones con el PRO.
Pujas y abandono
“El hospital está manejado por los gremios; ellos deciden quién entra a trabajar y quién no”, comenta off the record otro técnico del mismo sector, que pide mantener el anonimato, y denuncia: “Los directores están puestos a dedo por ellos”. Los otros sindicatos son la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) y la Asociación Trabajadores del Estado (ATE), aunque este último sostiene un discurso más combativo contra la administración actual.
“Durante el año pasado, por desperfectos en la morgue, teníamos que guardar a los muertos en el patio. Estábamos con los cadáveres afuera, hasta que se dignaron a arreglar el espacio. ¡Una locura!”, recuerda. A su vez, alerta sobre el abandono que hoy sufre gran parte del establecimiento: “El Pabellón Cobos, que es donde se hacían las cirugías, está olvidado. Hace ocho años quedó fuera de uso, Macri hizo que lo vaciaran para iniciar los tan esperados arreglos, pero a último momento… ¡Pumba! No daba el presupuesto y todo quedó igual. Ahora se puede ver algún que otro obrero corriendo con un martillo. Se vienen las elecciones”, ironiza.
En efecto, el Pabellón Cobos es la muestra cabal del olvido y el oportunismo político. El lugar tiene las paredes estropeadas, techos agujereados y cuenta con las antiguas camas donde solían hacerse intervenciones quirúrgicas, pero todas ellas están arruinadas. El clima del sitio es sombrío, incluso puede asustar a más de uno. Desde su interior, se escuchan algunos martillazos y pasos que suben y bajan por las escaleras. ¿Comenzaron las obras ordenadas desde hace años? Todo parece indicar que sí, aunque los médicos creen que se trata de una ficción por los comicios de octubre.
Al lado de este viejo edificio, próximo a la calle Austria, hay una importante montaña compuesta por mesas, sillas, heladeras, fierros y maderas, entre otros desechos. El rejunte de basura parece ser un nido ideal para que los roedores se instalen. En otras palabras, no hace falta ser un experto en salubridad para notar que el Rivadavia se caracteriza por su falta de higiene.
Otros de los sectores activos son Obstetricia e Internación. “En su mayoría atendemos a pacientes de la Villa 31 en condiciones vulnerables, al igual que el Hospital Fernández”, explica una residente de la Sala Diez de la clínica médica, quien también pide preservar su identidad. Por lo general, aunque siempre hay excepciones, “los vecinos de Recoleta, Palermo y otras zonas aledañas no se atienden acá”, resalta la especialista, quien trabaja allí desde 2012. Con este detalle, para nada menor, resulta simple interpretar la lógica del gobierno porteño. Si se dividen a vecinos de primera con vecinos de segunda categoría, entonces, ¿por qué estos últimos deberían recibir salud gratuita de calidad? Los ciudadanos y ciudadanas de segunda tienen, por defecto, hospitales de segunda.
Mientras tanto, frente a la insistencia para hablar con las autoridades del sanatorio, una secretaria enfadada advierte que “para realizar una entrevista se debe pedir una habilitación al Gobierno de la Ciudad”. Luego, da un portazo. A partir de ahora, para denunciar irregularidades, habrá que pedir permiso.
Números e historia
La Distribución Presupuestaria porteña, impuesta por la Ley N° 5239/15 y el Decreto N° 03/15, estipuló para este 2015 girarle al hospital una suma total de casi 554 millones de pesos. Hasta ahora, sin mencionar los casi ocho años en los cuales Mauricio Macri estuvo en el poder, los números no se reflejan en acciones concretas. Aunque el sector gremial allegado al ejecutivo destaque ciertos beneficios, como la reciente instalación de la calefacción en algunas divisiones, algo básico, el panorama no es alentador.
Para este año difundieron que desembolsarían 15,5 mil millones de pesos en el Ministerio de Salud, comandado por Graciela Mabel Reybaud. Cabe mencionar que en 2014, según las cifras oficiales, se habían destinado 11,6 mil millones al área, es decir que entre un año y el otro se aumentó el presupuesto en un 33,6 por ciento, superando cualquier índice inflacionario. La plata está, pero se pierde en el camino.
Según lo explica el doctor Rodio Raíces en su libro Breve Historia del Hospital Rivadavia, el establecimiento se inauguró en noviembre de 1774, varios años antes de la Revolución de Mayo, en Bartolomé Mitre al 800. El lugar recibía importantes donaciones del Rey de España, Carlos III, hasta que en 1822 Bernardino Rivadavia provincializó el nosocomio. Los gobiernos pasaron, algunos como el de Rosas le quitaron subsidios, y en 1876 se compraron algunas hectáreas para ocupar el espacio que tiene en la actualidad. En 1880 se nacionalizó, pero en 1992 pasó a manos de la Ciudad de Buenos Aires, hasta hoy.