Las ciudades son el resultado de los modos de producción y acumulación capitalistas, como a su vez de los distintos procesos de salud, enfermedad y atención que las atraviesan. Algunas reflexiones sobre el poder que tiene la industria médica dentro de nuestro cotidiano y su capacidad de transformar la historia.
Por Sofia Spinelli
El crecimiento de los centros urbanos: la fiebre amarilla
El avance del ser humano sobre la naturaleza, representado en los procesos de deforestación, se manifiesta como uno de los principales generadores de epidemias en la historia, a partir de la proliferación de mosquitos como propagadores vectoriales de enfermedades. Las olas migratorias habían generado ya para 1869 una tendencia de concentración en centros urbanos. Entre 1855 y 1869 la población de la Ciudad de Buenos Aires se duplicó, llegando a 178.000 personas. Esto conllevó grandes cambios urbanísticos: el rápido crecimiento de la ciudad generó una polarización entre la suciedad de las calles y la carencia de desagües y algunos edificios privados, religiosos y públicos de una arquitectura de élite.
Así llegamos a 1871, cuando la fiebre amarilla en Buenos Aires causó 13.725 muertes. Según Diego Galeano, “Buenos aires se vio paralizada, no existía un integrante de la élite del país que no discutiera seriamente la cuestión de la salud pública”. Una de las consecuencias territoriales más claras fue el traslado de las clases altas desde San Telmo, el barrio más azotado por la epidemia, a Barrio Norte y Belgrano, barrios alejados del centro. Esto comenzó el proceso de encarecimiento de esas zonas de la Ciudad de Buenos Aires.
En los periódicos de la época proliferaban los anuncios para alquiler y venta de propiedades alejadas del centro (“un buen remedio contra la peste”, describe Galeano), siendo las mismas autoridades las que recomendaban este éxodo. En la actualidad, en el marco de la pandemia de COVID-19, nos encontramos con situaciones similares. Según el diario La Nación, han aumentado las consultas para vivir en barrios cerrados a las afueras de la ciudad.
Uno de los debates de la década de 1870 fue sobre cómo intervenir frente a una epidemia. Mientras que el médico Guillermo Rawson planteaba la construcción de más hospitales, Sarmiento afirmaba: “Si damos agua potable al pueblo, necesitaremos menos hospitales”, atacando, de esta forma, aquello que se consideraba la causa de la epidemia. Como explica Jorge Salessi, se desarrollaron obras sanitarias para la creación de la “ciudad subterránea”, que comenzaron con la expansión de las redes de agua y cloacas en Buenos Aires. Este proyecto, que se inició en 1873 bajo el liderazgo del ingeniero John Bateman, consiguió situar a Buenos Aires con mejores redes sanitarias que el resto de los ciudades de América Latina y Europa: en menos de 20 años se consiguió en la ciudad lo que a Europa le costó un siglo.
En ese momento, el higienismo centrado en la prevención de los problemas de salud en los centros urbanos ganó legitimidad científica y poder para la transformación de la ciudad.
No eran sólo las y los médicos los actores que intervinieron en la epidemia sino que la policía pasó a tener un rol central. Fue esa institución la encargada de inspeccionar las casas de inquilinatos, asegurándose que se cumplieran las normas de higiene. Realizaban, además, los desalojos por hacinamiento, la fumigación de habitaciones y la quema de la ropa de cama de los y las infectadas. Los mecanismos de control habían logrado entrar a lo más cotidiano de las viviendas. En nuestros tiempos de cuarentena, parecerían replicarse estas condiciones. Repetimos la historia cuando nos encontramos que son los mismos actores los que entraron a una vivienda en la ciudad de Junín y luego de violentar a la familia se la llevaron presa por hacer un karaoke. Aparentemente, las condiciones están dadas para el control de la vida privada.
“La memoria de la epidemia de la fiebre amarilla de 1871 fue clave para la conformación de ese imaginario que asocia enfermedad y vivienda popular” (Galeano, 2009)
La fiebre amarilla llevó a la sanción de las primeras ordenanzas municipales que regulaban el hábitat. Con el objetivo de proteger la salud de la población a través del control de la higiene de los conventillos, regulaban el uso y la cantidad máxima de habitantes por cuarto, así como las dimensiones, materiales y estado de las habitaciones y patios.
Conventillos y ciudades utópicas: la tuberculosis
A lo largo del siglo XIX los grandes contingentes de inmigrantes que llegaban al país se asentaban en conventillos de la zona céntrica y en los distritos aledaños. Esto conllevó a un empeoramiento de las condiciones de habitabilidad en la ciudad.
Para 1876, a causa de la tuberculosis, se originaron proyectos que tenían como eje una ciudad limpia, con más espacios verdes. El cuestionamiento sobre la forma de vida de las clases populares llevó a dimensionar la importancia de la vivienda como unidad de desarrollo de la vida cotidiana. El médico Emilio Coni construyó un relato sobre una ciudad utópica en el que las enfermedades estaban controladas y el lugar del hábitat era central. El objetivo era que toda la población pudiera acceder a un bienestar modesto y saludable en sus viviendas. Incluso antes de que Louis Pasteur descubriera los microorganismos se reconocía la importancia de las condiciones del hábitat.
“En 1890 más del sesenta por ciento de la deuda externa argentina había servido para financiar las obras de salubridad. La importancia de esas obras demuestra la hegemonía de la disciplina de la higiene en el proyecto de reorganización liberal” (Salessi, 1995).
La idea del contagio relacionado con las condiciones de vida de las clases populares, particularmente el hacinamiento, se extendió durante el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Galeano afirma que para el siglo XX el higienismo se había consolidado como racionalidad política y la base del modelo de gestión institucional para la sociedad nueva basada en el control de la población urbana y políticas de objetivos sanitarios. Esta idea permaneció a lo largo del siglo pasado, dando cuenta del desarrollo de políticas de vivienda social que respondieron de distintas formas al mismo problema: la carencia de vivienda adecuada para las clases populares en los centros urbanos. Un siglo más tarde, el problema sigue siendo el mismo y el relato de Coni parece una utopía en el siglo XXI.
La tuberculosis es una enfermedad aún no erradicada en nuestro país, siendo las condiciones de vida de la población una influencia importante en el contagio. Solo entre Capital y Provincia de Buenos Aires se detectaron en 2019 6085 casos, según el informe de 2019 de indicadores básicos que realiza la Secretaria de Gobierno de Salud. La condición nutricional e inmunitaria, las condiciones de hacinamiento, la escasa ventilación y la escasa higiene contribuyen a aumentar las probabilidades de contraerla. Son claras las vinculaciones del hábitat con este proceso de enfermedad.
Pero que el siglo veinte es un despliegue…
Entre 1870 y 1910, la Ciudad de Buenos Aires se transformó en la “París de América del Sur”. Para el centenario, el centro de la ciudad ya contaba con un buen suministro de agua, cloacas, pavimento e iluminación y una notable modernización edilicia y urbana, tanto en el ámbito público como privado. En paralelo a esto, se construyeron barrios populares que crecieron espontáneamente con escasa infraestructura y planificación y casi sin inversión pública. En el 1900, la sanción del Nuevo Reglamento de Construcciones permitió aumentar la altura de las edificaciones produciendo una consecuente densificación del centro y atentando además contra las medidas que buscaban el control de las enfermedades sancionadas en años anteriores. Esta normativa se tradujo en calles angostas con edificios que carecían del asoleamiento y la ventilación adecuadas. Comenzaba así a consolidarse el proceso mercantilizador que dominaría a la Ciudad de Buenos Aires hasta nuestros tiempos.
Por otra parte, a mediados del siglo XX se consolidan las principales características de la cultura biomédica que prevalece hasta nuestros días, centrada en la labor de la tecnología y la institución médica. Según Marcos Cueto, es en ese momento que deja de ser considerado prioritaria la resolución de los problemas sociales que generaban enfermedades epidémicas y la construcción de sistemas sanitarios integrales, así como tampoco la promoción de la salud como un derecho de todos los ciudadanos.
Hoy día, las formas de producción que modelan nuestras ciudades parecerían estar intrínsecamente ligadas con los procesos de enfermedad de la población. Los vínculos de la producción industrial-agrícola con la contaminación del suelo, agua y aire son procesos propios tanto de zonas periurbanas como de los centros urbanos.
Es en los límites de lo urbano donde nos encontramos con un proceso invisibilizado, que nos lleva a la pregunta: ¿estamos frente a una epidemia generada desde las industrias de producción agrícola? En 1996, el gobierno de Carlos Menem autorizó el uso de la primera soja transgénica en el país. Más de dos décadas han pasado, la OMS ha confirmado que el herbicida puede producir cáncer en humanos y, mientras el poder de las corporaciones económicas sigue imprimiendo su huella en el territorio, las consecuencias en la salud de las poblaciones es clara: broncoespasmos, irritación en los ojos, lesiones en la piel, alteraciones intestinales, multiplicación de los casos de cáncer y malformaciones en el desarrollo embrionario.
Sustentados en un discurso de eliminación del hambre, estos procesos extractivos conllevan desalojos a campesinos, campesinas y a pueblos indígenas, además de la concentración de tierras. Los procesos de fumigación no sólo tienen consecuencias sobre las personas que se encuentran en las inmediaciones, si no que genera contaminación en el suelo y el agua que afectan a poblaciones urbanas cercanas y no tan cercanas: “No estamos a salvo de estos químicos en ningún lugar. Similar a lo que pasó en la frontera colombiana-ecuatoriana, lo que se fumigue como mínimo a 30 kilómetros de Asunción, le podría estar afectando a los asuncenos” afirma Damián Verzeñassi, titular de la cátedra de Ambiente y Salud de la Universidad Nacional de Rosario.
El campo de la salud colectiva tiene un importante compromiso con esta causa al demostrar las vulnerabilidades, los daños a la salud y las inequidades sociales relacionadas con el modelo agrario químico y biotecnológico dependiente (Augusto, 2012)
En el caso del dengue se notificaron más de 39.500 casos por sospecha en los últimos 8 meses, con 14.237 confirmados. La mayoría son autóctonos (sin antecedentes de viajes) y hay 10 personas fallecidas. Las políticas de prevención en este caso están vinculadas a la fumigación para eliminar los mosquitos adultos y los programas de descacharrización y tratamiento adecuado de recipientes contenedores de agua. La responsabilidad individual de los y las habitantes sería una clave fundamental para evitar el contagio. Pero nos encontramos con barrios enteros sin acceso al agua, donde la acumulación en recipientes es la única forma de acceder a ella. El problema entonces sigue siendo las desigualdades con respecto al acceso de la vivienda en suelo urbano. Sin acceso a un sistema de agua corriente, cloacas o recolección de residuos, la potencia de prevención por descacharrización parecería más que insuficiente.
Nuevamente vemos cómo las condiciones socio-económicas afectan los procesos de salud-enfermedad-atención en las poblaciones. La necesidad de la visibilización de estos procesos históricos da pie a reflexionar sobre las causas crónicas de estos problemas. La desigualdad en sí misma es uno de los puntos comunes de los procesos epidémicos, que dependiendo del momento histórico y el color político genera más o menos transformaciones en el territorio.
El sistema de salud, como la ciudad, se encuentra también sometido a los dictámenes de producción mercantil de los poderes hegemónicos. Es este mismo sistema el que modela nuestra cotidianeidad. Hoy, frente al COVID-19, no ha quedado duda de la necesidad de modificar conductas cotidianas para la supervivencia frente al virus: el lavado de manos y salir con barbijo parecen las nuevas normalidades pero, de nuevo, casi como un disco rayado, nos encontramos con que no toda la población tiene acceso a estas condiciones mínimas, como lo demuestran las cuatro millones de personas en zonas que carecen de acceso a servicios básicos en el país.
Nos dirigimos hacia un futuro incierto. -Se habla de un fin del capitalismo, un nuevo “fin de la historia”. El destacado biólogo molecular argentino, Andrés Carrasco, reflexionaba: “Nada más perverso que plantear que los efectos no deseados de la modernidad capitalista se remedian con más desarrollo tecnológico, sin necesidad de incursionar y revisar modos de apropiación, acumulación y distribución de la producción humana”. Antes que realizar futurología deberíamos realizar una revisión profunda de los modos que tenemos de producir ciudad, con niveles altísimos de desigualdad, con formas de producción que nos enferman. Volver a la naturaleza, exigirle a lo poco “natural” que nos queda su urbanización, sería un error, implicaría la profundización de los mismos modelos de deforestación y extractivismo con lo que llegamos hasta aquí.
Textos de consulta:
· Alvarado, A. (1971) La erradicación del paludismo en Actividades y técnicas de la salud pública. El Ateneo, Buenos Aires.
· Armus, D. (2007). La Ciudad impura: Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950. Edhasa, Buenos Aires.
· Carrasco AE. El glifosato: ¿es parte de un modelo eugenésico? [Editorial]. Salud Colectiva. 2011;7(2):129-133
· Cueto, M. (2015) La cultura de la sobrevivencia y la salud pública internacional en América Latina: la guerra fría y la erradicación de enfermedades a mediados del siglo XX. Historia, Ciencias, Saúde-Manguinhos. Rio de Janeiro, v.22, n 1, jan-mar.
· Diego Galeano, Mens sana in corpore sano: José M. Ramos Mejía y la medicalización de la sociedad argentina , Salud Colectiva: Vol. 3 Núm. 2 (2007)
· Diego Galeano, Médicos y policías durante la epidemia de fiebre amarilla (Buenos Aires, 1871), Salud Colectiva: Vol. 5 Núm. 1 (2009)
· Salessi, J. (1995). Médicos malentes y maricas. Estudios Culturales, Buenos Aires.