Por Juan Manuel De Stéfano
La Selección estuvo cerca otra vez pero no pudo acariciar la Copa. Hizo casi todo bien hasta la Final, pero más frustrante que la derrota es la forma en la que sucedió.
Mascherano lo llamó “karma” y le podremos poner mil nombres, adjetivos o etiquetas. Lo cierto es que se repiten el dolor, la desazón, la tristeza, los interrogantes y las dudas por lo que vendrá. Para empezar a despejar el camino de un par de aseveraciones erróneas y mitos populares, habría que aclarar que no es un fracaso salir segundo; menos aún cuando se viene de jugar una final de Mundial hace un año y de perderla muy dignamente ante un gran oponente. Se valora la idea de Martino, su concepción del juego (a veces se equivoca, como todos), su honestidad brutal, el planteo de juego y sus variables.
El otro tema candente y cansador lo podemos explicar, graficar y contar desde varios puntos de vista. Apenas terminado el encuentro, una señora en la caja de un supermercado habla con crueldad: “Siempre dije que es un pecho frío, es así. Encima, si salíamos campeones nos llevaban a comer afuera”. En fin, más allá de la triste vida de la persona en cuestión, que depende de un jugador de fútbol para que la “lleven a comer” (como si fuese un perro que hay que sacarlo a hacer sus necesidades), lo cierto es que comentarios como este abundan. Para todos ellos van un par de preguntas al paso: ¿Quién jugó un aceptable primer tiempo pidiendo la pelota y tratando de asociarse con algún compañero? ¿Quién jugó un pésimo segundo tiempo equivocando el camino e inclusive desapareciendo del partido por momentos? ¿Quién hizo una jugada fenomenal arrancando como en el Barsa, dejando el tendal y habilitando a Lavezzi de cara al gol en el minuto 92? ¿Quién metió el único penal del equipo en los penales? ¿Quién pidió la pelota en el suplementario y se hizo cargo del equipo cuando la mayoría salía disparado en vez de pedir la pelota y asociarse? Sí, estimado lector, la respuesta a todos estos interrogantes es una sola: Messi.
El trámite del partido fue intenso pero pobre, muy pobre. Ambos equipos se hicieron fuertes en la marca, en cerrar los espacios y en contener los embates del rival. Contrario a lo que se podía prever, ninguno se desequilibró demasiado en defensa. Las llegadas más claras fueron de la Argentina: cabezazo del Kun y remate de Lavezzi a las manos del arquero en el primer tiempo y la llegada del final del partido de Higuaín. Y para Chile, la corrida de Alexis Sánchez en el suplementario, que terminó tirando por arriba del travesaño. Pero hay que reconocer que el equipo de Martino tuvo el control real del encuentro en muy pocos pasajes del partido. Sufrió el trámite, corrió mal el campo, no hubo asociaciones de ningún tipo. Agüero primero y el Pipita después sufrieron la desolación. Poca compañía. Llamativo para un equipo que atacaba con bastante gente y que venía de jugar dos muy buenos partidos ante Colombia y Paraguay, en los que generó un fútbol de alto vuelo. Faltaron movilidad, rebeldía y cambio de ritmo. La salida temprana de Di María no ayudó para nada, es verdad.
Pero se espera mucho más de esta selección. El recorrido hasta la final fue bueno, de menor a mayor, con los problemas lógicos que podían surgir y las soluciones que fueron apareciendo con el correr de los juegos. Pero el tema, estimado lector, son la forma y el cómo. No se puede perder una final jugando tan mal. Desde los jugadores se esperaba otra prestación: estuvieron atados, lentos , irresolutos. Por momentos parecía una competencia para ver quién estaba más cagado. Y ganó Argentina. Desde los jugadores faltó actitud para jugarlo, otra prepotencia y una seguridad que, seguramente por los 22 años sin títulos, hacen que juegue en contra en su cabeza.
Y desde el entrenador, se destaca su falta de plan B en los momentos en los que el barco se hunde o la idea es superada por el rival, o las individualidades no están a la altura del partido. Da la sensación de que había que “mover el avispero”, cambiar el planteo táctico, dar una señal ganadora e inconfundible para el grupo. Hacer cambios de jugador por jugador no suma en un encuentro de estas características. Para finalizar, una aclaración: desde estas líneas siempre se apoyará que un equipo intente lo que el Tata está tratando de inculcar (sacando los fundamentalismos inútiles como salir jugando cuando hay que reventarla y agrandar al rival) y tomar riesgos con este nivel de jugadores se impone. Algo cambió: dos finales en un año no es casualidad y Messi tiene muchísimo que ver en ello. Hay que aprovechar tener al mejor del mundo y habrá que trabajar en la cabeza de los jugadores para jugar la próxima final con la cabeza lo más liberada posible de estos bloqueos y ataduras que aparecen últimamente. Parecerse más al equipo de Colombia y Paraguay concretando de una vez por todas lograr un título… este es el camino, esta es la idea. Intentar, ser consecuente, pero nunca más tan blandos, nunca más con tanta falta de rebeldía, nunca más tan híbridos.