Por Gonzalo Reartes.
Última parte del repaso sobre la biografía de Hermann Hesse, el escritor que le dio vida a obras como Démian, Siddartha y El lobo estepario.
Llega la madurez. La fama va haciéndose sentir a medida que Hesse endereza su vida. El reconocimiento no buscado es, sin embargo, reconfortante. A lo largo de su vida se casará tres veces y tendrá tres hijos. Las depresiones se sucederán de manera inconstante pero ya no con la fuerza de aquella infancia dura y esa adolescencia oscura. Comienza un tratamiento psicoanalítico con un discípulo de Gustav Jung. Estalla la primera guerra mundial y se manifiesta abiertamente contra ella, por lo que recibe amenazas y es tildado de antinacionalista. A partir de sus sesiones de psicoanálisis, Hesse comienza a pintar y esas pinturas juegan un papel decisivo en sus restantes libros.
Es en este período donde completa obras como Siddhartha, Klein y Wagner y El último verano de Klingsor. Comienza a darle forma a lo que será su obra esencial: El lobo estepario. Sin embargo, por esta época atraviesa su segundo matrimonio, el más desafortunado de los tres, que coincide con una crisis de angustia y depresión. Asimismo, la bebida también se ha vuelto un problema: “A veces voy a una taberna y me siento solo a mirar a la gente que toma vino en las otras mesas. Esa es claramente mi falta en la vida: permanezco solo y nunca puedo penetrar el gran vacío que me separa de los demás”. Escribe a un amigo unas líneas que serán claves para el eje que dará forma a El lobo estepario: “Decidí que en quincuagésimo cumpleaños, dentro de dos años, tendré el derecho de colgarme, si en ese momento aún lo deseo. Ahora todo lo que me parecía difícil ha tomado un aspecto diferente, porque lo peor que puede pasar es que sólo dure dos años más”.
La idea de postergar su posible suicidio le brinda una grata tranquilidad. Desde aquí, va tomando forma El lobo estepario, novela que expresa la crisis de la madurez, así como Démian expresa la crisis de la juventud. Hesse conoce a la que será su tercera y última esposa, cumple cincuenta años, no se suicida y termina de escribir uno de sus mejores libros.
El lobo estepario se aparta de la contemplación de la naturaleza y la religión para sumergirse en las pensiones, los cabarets, las drogas, los clubes de jazz y tugurios a los que sólo pueden acceder los “locos”. Novela sumamente autobiográfica, Harry Haller, el protagonista, es un hombre solitario en el que conviven el burgués refinado y el lobo salvaje. “No me gustan el cine ni el teatro moderno. Apenas puedo leer los periódicos y odio la radio con todo mi corazón. El hombre moderno es sano y decidido, se portará de mil maravillas en la próxima guerra. A causa de estas opiniones me gané el odio de mis conciudadanos. También mi vida se derrumbó y perdí el respeto y la estima de los pocos amigos que conservaba. Así comenzó este infierno de soledad y desesperanza”. Sombría y oscura pero también con retazos de humor e ironía, El lobo estepario se adentra en lo más profundo de las inquietudes espirituales y sensibles de Hesse, en quien se debate un rechazo a toda moral burguesa y una inevitable fascinación por ciertos aspectos del hombre burgués ordinario.
La política se presenta como un terreno lleno de matices para Hermann Hesse. Defenestra la defensa del orden burgués y rechaza el concepto de la propiedad privada, pero defiende un individualismo radical que lo aparta del socialismo, al que, sin embargo, le reconoce ciertos valores morales. “Nunca he pensado que los proyectos de Hitler, Mussolini y Franco, que son estúpidos y nocivos, pueden compararse con el gran proyecto del comunismo, que es necesario. Y sin embargo, los hombres que dirigen el comunismo son culpables de toda clase de opresión. Todo hace pensar que sólo renovándose a sí mismo el hombre podrá renovar el mundo”.
Párrafo aparte para Narciso y Goldmundo. Este libro es la síntesis más bella de la literatura de Hesse. Obra fundamental del pensamiento contemporáneo, en ella alcanza el punto culminante de su labor como artista. La historia gira en torno de dos personajes esencialmente distintos: Narciso (racional, consciente, amante de la ciencia) y Goldmundo (instintivo, emotivo y artista). Hesse desentraña la trama desde una profunda descripción de las emociones y el paisaje natural. Ambos son novicios en el monasterio de Mariabronn, donde Narciso se destaca por su vocación religiosa y su amor a los textos sagrados. Goldmundo, en cambio, es alegre y lleno de vida y siempre está dispuesto a vivir aventuras. A pesar de estas diferencias, se vuelven confidentes y muy buenos amigos. El espíritu aventurero de este último, lo obliga a traspasar los muros del monasterio y a lanzarse a los caminos, donde permanece años vagando y recorriendo pueblos, intercambiando diversos oficios. Luego de mucho tiempo de vagar, vuelve al monasterio de Mariabronn, donde su amigo Narciso ha sido nombrado Abad. Ya muy enfermo talla una hermosa escultura de la Virgen. Narciso, conmovido, le confiesa: “Y también has honrado a nuestro monasterio, y a mí me has enseñado el sentido del arte. Yo he intentado buscar a Dios, apartándolo del mundo. Tú, en cambio, te acercas a él, amando su creación. En esta talla se reflejan todas tus experiencias, todo tu amor a las criaturas que pueblan la tierra”.
El lenguaje sencillo y claro, la descripción lírica del paisaje y el preciso análisis de las emociones son tres rasgos fundamentales que recorren la obra entera de Hesse. También lo es la espiritualidad, sin la necesidad de practicar una religión tradicional. “Nunca he vivido sin religión y no podría vivir sin ella un solo día, pero he podido pasar toda mi vida sin una iglesia. No soy un representante de ninguna doctrina fija y establecida. Soy un hombre de cambios y transformaciones. Para mí, la vida y la historia sólo tienen sentido y valor total en la diversidad con que dios se presenta en inagotables configuraciones”.
Pero la muerte es el fin del camino. Un sendero que caminamos sabiendo que tiene un final. “Descubrí el gusto de la muerte: y la muerte sabe amarga porque es nacimiento, porque es miedo e incertidumbre ante una aterradora renovación”. La muerte siempre estuvo presente en la obra de Hesse. No como proceso trágico o traumático, sino como parte del todo que es la naturaleza humana. En sus palabras, la muerte “(. . . ) No es otro proceso del árbol que se despoja de sus hojas en otoño sin sentirlo. La escarcha, el sol, la lluvia, se escurren por su trono, en tanto que la vida se encoje y se cobija en lo más oculto. El árbol no muere, espera”.
Muere justo en el momento en el que una nueva generación de jóvenes devora sus libros y llega a considerarlo un maestro espiritual. Pero él siempre rechazó esta designación: “Yo siempre he dicho que la verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación no pueden enseñarse ni servir de tema de conversación”. Siempre sostuvo que al madurar nos hacemos más jóvenes y jamás dejó de remarcar la importancia de recorrer los caminos de la existencia en forma individual. “La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, la tentativa de un camino, la huella de un sendero. Ningún hombre ha sido nunca por completo el mismo; pero todos aspiran a llegar a serlo, oscuramente unos, más claramente otros, cada uno como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin, viscosidades y cáscaras de huevo de un mundo primordial”.