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    ¿Hay que producir menos cine en Argentina?

    10 enero, 20136 Mins Read
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    ¿Hay que producir menos cine en Argentina?

    Por Pedro Perucca.- Un reciente artículo de Página 12 propone que se produzcan menos largometrajes en el país porque muchos de ellos no llegan a cantidades de público consideradas “aceptables”. Polémica y reacción de las asociaciones de documentalistas.

    Ell 27 de diciembre pasado el periodista de Página 12 Horacio Bernades firma el artículo titulado “Cantidades astronómicas de un producto con poca salida” donde básicamente plantea una perspectiva de “racionalización” , de “ajuste” de la producción de largometrajes en Argentina. Su lógica es la siguiente: de los 300 largometrajes estrenados en 2012, 130 son argentinos y de éstos tan sólo 5 o 6 consiguieron cifras de espectadores “aceptables”. 

    Con un simple análisis aritmético deduce que “el cine argentino produce cada vez más películas para cada vez menos espectadores” y luego de este diagnóstico (apresurado, por decir poco) propone una ocurrente solución al problema: “Teniendo en cuenta que se trata de una actividad subvencionada por el Estado, un cálculo económico elemental aconsejaría repartir el monto total de créditos y subsidios oficiales entre menos comensales. Que se filmen menos películas con mayores valores de producción, para que resulten más atractivas y para que, a la vez, la cantidad de films producidos mantenga una correlación algo más lógica con las demandas de mercado”. Si el mercado lo desea está bien, y si no les gusta, hagan un partido, ganen las elecciones y ahí filmen lo que se les ocurra.

    Luego del diagnóstico al voleo y de su neoliberal propuesta de solución el periodista se explaya en ejemplos y desparrama sospechas a granel planteando que una de las consecuencias del sistema actual es que “casi todas las semanas se estrenan, en una o dos salas de capital y/o interior del país, películas que no reúnen las condiciones mínimas exigibles”. Y luego, con agudeza majuliana, se pregunta: “¿A quién beneficia que todos los años se produzca y se estrene medio centenar de películas que nadie recuerda, nadie va a ver, nadie sabe siquiera que existen? Hay quienes se benefician: ésa es la cuestión”. Entre otros, los supuestos beneficiados, según Bernades, serían algunos “productores” (el entrecomillado es suyo) a quienes “les basta con conseguir una sala por una semana para hacer un lindo negocio. Aunque la película terminen viéndola treinta o cuarenta incautos”. Como ejemplo de esa clase de “estrenos subrepticios”, que evidentemente deberían ser eliminados de las carteleras, cita, entre otros films, a El circuito de Román, Hombre bebiendo luz, La mala verdad, Uteros: Una mirada sobre Elsa Pavón, SMO, el batallón olvidado y El provocador, primeiro film en portuñol.

    Pecando de ingenuos, podríamos suponer que el problema más grave de la nota, que inmediatamente generó múltiples e indignadas reacciones en diversas asociaciones de cineastas, es que Bernades desconoce absolutamente cómo se produce, se estrena y se distribuye una producción de bajo presupuesto en Argentina. En realidad -incluso dejando de lado su desinterés o incapacidad para un análisis más de fondo del problema que tome en cuenta la relación subordinada del mercado cinematográfico nacional respecto de la avasalladora industria cultural norteamericana- hay un primer problema grave en su nota que tiene que ver con meter en la misma bolsa gigante a la producción de documentales y de ficción, desconociendo que el documental apunta a objetivos y públicos diferentes al de las producciones cinematográficas masivas, apoyándose más bien en circuitos de distribución ligados a instituciones sociales, culturales y educativas, por lo que sería un error absoluto evaluar su relevancia simplemente con la vara de la cantidad de entradas vendidas. En ese sentido, el comunicado en respuesta al artículo de Bernades emitido por la Asociación de Documentalistas Argentinos (DOCA), plantea que: “El cine documental y de ficción que se hace bajo el enorme esfuerzo de sus realizadores, sin enormes productoras que los apalancan, es memoria de un pueblo y no es comparable ni ética, ni estética ni productivamente con el cine basado en el star system, sostenido por los multimedios, o el que subsiste mediante lobbys en busca del credito/subsidio permanente. Es por ello que desde un principio nuestra asociación planteó que el fomento al documental debía responder a una necesidad cultural, política y social, no a una lógica mercantil”.

    Más allá de lo que podría atribuirse al desconocimiento de Bernades, hay cuestiones que tienen que ver con mala fe o con una pobrísima labor periodística. De los largometrajes mencionados en su artículo como ejemplo de fondos malgastados en este tipo de películas “que no reúnen las condiciones mínimas exigibles”, hay dos (Uteros: Una mirada sobre Elsa Pavón y Hombre bebiendo luz) que han sido realizados absolutamente “a pulmón”, sin recibir un centavo de financiamiento estatal. Con esta muestra de absoluta falta de seriedad ya ni siquiera podemos esperar que el periodista se interese por el contenido de estas dos producciones que, erróneamente, señala como productos que no debieran haber existido: Úteros, dirigido por Rosa Teichman, cuenta la historia de una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, mientras que Hombre bebiendo luz, de Jorge Falcone, aborda la vida de Rodolfo Kusch (film que oportunamente reseñamos en Marcha).

    Otras de las víctimas de los deseos purificadores de Bernades fueron dos producciones de directores asociados a DOCA: El provocador, primeiro film en portuñol y SMO, el batallón olvidado. Aquí el apresuramiento censor del periodista de Página 12 soslaya no sólo las críticas positivas publicadas en su propio diario sino también que El provocador, (que además fue premiado en el 14 Festival Nacional de Cine y Video Documental de Rosario) recoge la historia de Juan Uviedo, mentor del Taller de Investigaciones Teatrales, un espacio de resistencia artística ante las dictaduras argentina y brasileña, mientras que SMO plantea una crítica a la famosa y afortunadamente desaparecida “colimba” centrándose en los hechos acaecidos durante el Operativo Independencia de 1975, que bañó a la provincia de Tucumán en sangre.

    Es claro que el recorte de Bernardes de lo que debería financiar el Estado y lo que jamás debería ser filmado dista de ser inocente. No sólo parece tener una particular fijación contra producciones que plantean una mirada alternativa y crítica de la realidad y la historia argentina sino que además su planteo juega claramente a favor de los multimedios y de ciertas políticas gubernamentales, fomentando una mayor concentración y limitando aún más los pequeños espacios existentes para la producción y distribución de films que buscan un ámbito distinto al de los grandes blockbusters hollywoodenses y que apuestan a plantear temas que jamás encontrarían pantalla en ese mundo absolutamente regido por las leyes de la eficiencia mercantil con el que parece soñar Bernades.

     

      

    Comunicado de DOCA: ¿Reducir la producción audiovisual es mejor?

    Declaración del Movimiento de Documentalistas

     

     

     

     

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